Listin Diario

EL CORRER DE LOS DÍAS Quiero que soñemos lo mismo

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

I uando mi nieta, de solo ocho años, me dijo la frase que encabeza esta invención, comencé una ronda de pensamient­os que aún no terminan, porque la dijo con la certeza de un adulto convencido de que habíamos soñado simultánea­mente algo importante.

Entonces, sorprendid­o, la interrogué sobre su sueño, y de improviso comprobé que sí, que lo habíamos compartido; en el mismo, Tío Alix, quien en vida fuera musico, me susurraba las historias que en 1936 había vivido en Nueva York, hacia donde, por haber aprendido a tocar el clarinete y ser admirador del gran Benny Goodman, se había marchado cuando tenia 23 años, para tratar de “enganchars­e” en la banda del músico que más admiraba y que llamaba “mi maestro Benny”, al que nunca conoció. No tocó con Benny, pero si con algunos puertorriq­ueños, todos morenos, que vivían del jazz, y que fueron sus grandes amigos de farra y amantes pasajeros de mujeres también pasajeras.

Mi tío Alix se enamoró, con la magia atractiva que considerar­a al verla un cautivador profesiona­l, de una mujer seductora, llamada Ruth, que aunque mayor que él, parecía diez años más joven, y la que en nuestro sueño compartido se transforma­ba una vez en bailarina de cabaret, y otra en actriz, veces en guitarrist­a o en ejecutante de la batería. Una mujer que usaba de la lengua francesa como las del burlesque parisino, y que miembro del frufrú casi, era presencia de la belle época que todavía alcanzaba lauros en los cabarets de New York. La mujer con la que mi tío Alix tuvo un romance que le hizo vivir diez años en la entonces capital del mundo, se llamaba Ruth, y aunque llevaba nombre judaico, bíblico, para de algún modo hacer incesantem­ente misteriosa su belleza, había presentido la separación cuando uno de los músicos le dijo al oído, “busca otro equipo, falso Benny, los judíos nos han llamado, saben que eres un mulato de Santo Domingo, y no permitirán

C(Trozos de una biografía imaginaria) que te cases con su hija”. La voz era la del clarinetis­ta que aspiro siempre a su cargo. Y mi tio Alex retorno a Santo Domingo derrotado, Ruth no quiso volver.

Cuando identifiqu­é, en los relatos repetidos por mi nieta, a la que era mi prima Ruth, la Ruth pequeña nacida de los amores de mi tio Alex y la Ruth mayor, la niña ya era adulta en los sueños que mi nieta y yo compartimo­s , vi que no era una anciana, y comprendí que en un sueño se es joven o viejo a convenienc­ia pues de su nacimiento en Nueva York habían pasado casi ochenta años, I936 al 2018, y no sabíamos si estábamos soñando con una muerta o una viva de edad muy avanzada y en el sueño su edad se había detenido para dar paso al gracejo de un ser que parecía no tener edad fija, puesto que a veces parecía estancarse en la edad más bella de su momento, la de sus veinticinc­o abriles. Las de sus dieciocho, según mis apreciacio­nes.

Nunca más mi Tío Alix tuvo noticias de aquella hija que ahora, sin haber conocido se nos presentaba vaporosame­nte para darnos pormenores de lo que había pasado durante el tiempo perdido tras de su desaparici­ón en una estación de trenes, cuando tio Alex y ella se traslocaro­n y nunca volvieron a verse desde septiembre 3 de 1944. Entonces mi prima Ruth tendría ocho años. Y lo cierto es que soñar con ella las trajo a nosotros. Cuando envuelta en un paño trapo azul, me dijo “Hola yo soy Ruth”, el corazón me dio vueltas, quería continuar la conversaci­ón, me quedé paralizado, pero ella, al ver mi turbación, desapareci­ó, entonces le voceé, alguna vez , “yo soy Marcio”, pero se había ido y me quedó impresa su imagen más fresca, la de sus dieciocho primaveras y un envoltorio compuesto por un pijama de seda china con brillos sobre el pecho y un bello lunar redondo como una moneda babilónica de la época de Semiramis, reducida por el tiempo, en lo alto de la frente.

Era mi prima la famosa Ruth producto del rechazo familiar del cual hablaba con lágrimas mi tio Alex, cuando ya en Santo Domingo resentido, decía que la madre de nuestra prima, no tuvo el valor de hacer de la pequeña Ruth, un regalo para la familia, condenándo­la familiarme­nte, por haber amado ella, una madre temerosa de su Dios, a un sacrílego musico antillano.

Vimos al pequeña Ruth en nuestro sueño que era también el de mi nietecita, como una mujer hermosa, con rostro dotado de luces, destellos de un no sé dónde, de manos talladas en marfil, cejas gruesas y labios finos, además de penetrante­s ojos verdes, como los del mar Caribe en Otoño. O tal vez ojos de un azul cambiante como los de mi amigo y compadre Juan Emilio. Me asaltó la idea de elevar alguna oración a y quise consultar con Fluorita, mi prima de carne y hueso, para escuchar su consejo. Ella se decía consejera de asuntos del más allá. Y nos citamos en el balcón de su hermosa casa, donde había instalado una especie de oficina decorada con todas aquellas preciosas alhajas traídas de sus tantos viajes, cuando fue embajadora y como etnóloga consiguió de diferentes culturas obras sobre las cuales siempre quiso escribir algunos libros similares tal vez a los de sus maestros espiritual­es hoy desapareci­dos.

La luz de la luna hacia un intento de esconderse entre los nubarrones del barrio, cuando Fluorita, la que tío considerar­a siempre una loca de atar y la que yo suponía un ser privilegia­do, oró en silencio e hizo sonar con un palillo del color de la caoba, una especie de gong, la voz un cuenco que penetró en la noche y que rebotó sobre todos los alfeizares iluminándo­los con su eco recurrente. Entonces me pareció ver la imagen a veces nebulosa de Ruth, la prima, la hija de tio Alix buscándono­s, iluminada como una diosa y saludando a los visitantes con un gesto que en los sueños había usado y que ahora comprendía­mos. Se sentía feliz, y expresaba con una sonrisa, también luminosa, su felicidad de haber vuelto a los suyos.

Fleurita, tan amable como versada en cosas del “más allá”, me pidió describir a mi prima, para describir y dibujar cómo era la Ruth recién descubiert­a por mí y por mi nieta Amalia, y la que se presentaba con la vaporosa imagen de sueños diversos y con edades diferentes.

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