Peor que la pobreza: la desigualdad
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Cuando describí en mi entrega del pasado sábado la imagen del poeta y el obrero comiendo juntos, hablando de tú a tú, sentados a la mesa de nuestra casa, no dije que se parecían, o que coincidían sus visiones del mundo.
Lo que los unía era el ejercicio compartido, auspiciado por papá, del derecho humano y ciudadano a comunicarse, entenderse y valorar sus diferentes pareceres.
O sea, se sentían IGUALES como seres de “razón y de consecuencia” empoderados de sus condiciones como tales.
La igualdad no es similitud. La otredad representa diferencia, eso le otorga riqueza al intercambio.
En los momentos de duda, fortalece mi fe en Dios, la evidencia de que solo El, todopoderoso, omnisciente, puede crear incontables seres humanos, sin que ninguno sea clon de otro. Y sin embargo, Jesús llamó a todos hermanos, iguales en el amor del Padre.
En el ámbito internacional, los países que preservan culturas distintas a las que han impuesto los “grandes” se califican y se tratan como desiguales. En las sociedades nacionales, la desigualdad se reproduce, y el ejercicio pleno de los derechos humanos se reserva y favorece desde arriba y hacia arriba, en la cúspide de la pirámide siniestra.
Y como la desigualdad tiene un amplio abanico de consecuencias, porque se manifiesta, no solo en lo económico, sino en lo cultural, con sus variantes psicológicas, sociológicas, y sobre todo éticas, la encontramos en la violencia de género; el hombre controla, se siente dueño de nosotras; en el desprecio a los negros, considerados aun como esclavos; en la salud de los pobres que se atienden en hospitales públicos. ¡Hasta los alumnos de las escuelas públicas, con todo y la tanda extendida, que no entienden lo que leen! y en el dolor y humillación de los jóvenes en los barrios, que los conducen a las drogas, y a la delincuencia, viendo los hijitos de papi y mami, echándoles polvo con sus enormes y costosas Jeepetas.
Como crecí en ese ambiente familiar en que la igualdad era, más que norma, costumbre, me preocupa hondamente el imperioso empuje de la desigualdad en República Dominicana, sobre todo en las últimas décadas. Le doy continuo, alarmado seguimiento, y lo denuncio, como en estos dos artículos.
Para escribirlos, como prometí con datos concretos, consulté un volumen que publicó en 1998 el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el título “América Latina ante la desigualdad”.
Es un informe que contiene el análisis hecho por expertos coordinado por Ricardo Hausmann director económico del BID, y que sobrepaso el estilo prudente propio de los organismos internacionales; hace un pronóstico grave, una advertencia alarmante que, desgraciadamente se ha cumplido.
La predicción, que se fundamentó en comparaciones y estudios de la situación de la desigualdad en el momento histórico en que se redactó, advierte sin ambages que el esfuerzo para detener el crecimiento de ella debe realizarse en los próximos 20 años.
De no hacerlo así, las consecuencias previsibles serían gravísimas, la desigualdad aumentaría hasta hacerse difícilmente controlable, y así ha sido en América; el neoliberalismo, que proclama el triunfo de los fuertes y la extinción de los débiles, aúlla su triunfo en las favelas reconquistadas de Brasil, en los barrios empobrecidos de Argentina, y desde nuestro país, en las tierras asoladas por la Barry Gold y en la injusticia de la Justicia.
Finalizando el plazo en este año 2018 las evidencias en muchas partes del continente son claras: la brecha de la segmentación y la exclusión se ahonda, aunque en varias naciones hay como en nuestro país, crecimiento económico, el desarrollo humano disminuye.
La ola de derechización se extiende en América. Para arrancar de cuajo la desigualdad que siembra y repartir la igualdad entre todos como pan y vino, debemos, los que aún creemos en los derechos humanos, hacer un esfuerzo titánico compartido.
Descubrir sus perversas trampas, denunciar sus maldades, combatir la injusticia, reclamar con valor la justicia, y recuperar a Hostos, reivindicar a don Juan y a Peña Gómez, volver al nosotros, en vez de ese yo que domina y explota a los pobres, los vulnerables, y hasta esa pequeña clase media que se vuelve clase “un octavo”.
Con la profecía del BID cumplida, la desigualdad ha pasado a ser, de desequilibrio económico, a una cultura, para desmantelarla, es necesario construir otra, de igualdad. Y creer que es posible, porque lo es.
Altagracia Salazar, indoblegable, repite, “nada es para siempre”. El Eclesiastés lo confirma.
El tiempo de sentirnos iguales porque igualmente accedemos a las oportunidades que a nuestros derechos se brinden, llegará. Desde donde estén, el poeta y el obrero que fueron mi modelo primero, sonreirán.
Yo también, y espero estar viva.