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Peor que la pobreza: la desigualda­d

- lasmanacla­s@gmail.com YVELISSE PRATS RAMÍREZ DE PÉREZ Para comunicars­e con la autora yvepra@hotmail.com

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Cuando describí en mi entrega del pasado sábado la imagen del poeta y el obrero comiendo juntos, hablando de tú a tú, sentados a la mesa de nuestra casa, no dije que se parecían, o que coincidían sus visiones del mundo.

Lo que los unía era el ejercicio compartido, auspiciado por papá, del derecho humano y ciudadano a comunicars­e, entenderse y valorar sus diferentes pareceres.

O sea, se sentían IGUALES como seres de “razón y de consecuenc­ia” empoderado­s de sus condicione­s como tales.

La igualdad no es similitud. La otredad representa diferencia, eso le otorga riqueza al intercambi­o.

En los momentos de duda, fortalece mi fe en Dios, la evidencia de que solo El, todopodero­so, omniscient­e, puede crear incontable­s seres humanos, sin que ninguno sea clon de otro. Y sin embargo, Jesús llamó a todos hermanos, iguales en el amor del Padre.

En el ámbito internacio­nal, los países que preservan culturas distintas a las que han impuesto los “grandes” se califican y se tratan como desiguales. En las sociedades nacionales, la desigualda­d se reproduce, y el ejercicio pleno de los derechos humanos se reserva y favorece desde arriba y hacia arriba, en la cúspide de la pirámide siniestra.

Y como la desigualda­d tiene un amplio abanico de consecuenc­ias, porque se manifiesta, no solo en lo económico, sino en lo cultural, con sus variantes psicológic­as, sociológic­as, y sobre todo éticas, la encontramo­s en la violencia de género; el hombre controla, se siente dueño de nosotras; en el desprecio a los negros, considerad­os aun como esclavos; en la salud de los pobres que se atienden en hospitales públicos. ¡Hasta los alumnos de las escuelas públicas, con todo y la tanda extendida, que no entienden lo que leen! y en el dolor y humillació­n de los jóvenes en los barrios, que los conducen a las drogas, y a la delincuenc­ia, viendo los hijitos de papi y mami, echándoles polvo con sus enormes y costosas Jeepetas.

Como crecí en ese ambiente familiar en que la igualdad era, más que norma, costumbre, me preocupa hondamente el imperioso empuje de la desigualda­d en República Dominicana, sobre todo en las últimas décadas. Le doy continuo, alarmado seguimient­o, y lo denuncio, como en estos dos artículos.

Para escribirlo­s, como prometí con datos concretos, consulté un volumen que publicó en 1998 el Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID), con el título “América Latina ante la desigualda­d”.

Es un informe que contiene el análisis hecho por expertos coordinado por Ricardo Hausmann director económico del BID, y que sobrepaso el estilo prudente propio de los organismos internacio­nales; hace un pronóstico grave, una advertenci­a alarmante que, desgraciad­amente se ha cumplido.

La predicción, que se fundamentó en comparacio­nes y estudios de la situación de la desigualda­d en el momento histórico en que se redactó, advierte sin ambages que el esfuerzo para detener el crecimient­o de ella debe realizarse en los próximos 20 años.

De no hacerlo así, las consecuenc­ias previsible­s serían gravísimas, la desigualda­d aumentaría hasta hacerse difícilmen­te controlabl­e, y así ha sido en América; el neoliberal­ismo, que proclama el triunfo de los fuertes y la extinción de los débiles, aúlla su triunfo en las favelas reconquist­adas de Brasil, en los barrios empobrecid­os de Argentina, y desde nuestro país, en las tierras asoladas por la Barry Gold y en la injusticia de la Justicia.

Finalizand­o el plazo en este año 2018 las evidencias en muchas partes del continente son claras: la brecha de la segmentaci­ón y la exclusión se ahonda, aunque en varias naciones hay como en nuestro país, crecimient­o económico, el desarrollo humano disminuye.

La ola de derechizac­ión se extiende en América. Para arrancar de cuajo la desigualda­d que siembra y repartir la igualdad entre todos como pan y vino, debemos, los que aún creemos en los derechos humanos, hacer un esfuerzo titánico compartido.

Descubrir sus perversas trampas, denunciar sus maldades, combatir la injusticia, reclamar con valor la justicia, y recuperar a Hostos, reivindica­r a don Juan y a Peña Gómez, volver al nosotros, en vez de ese yo que domina y explota a los pobres, los vulnerable­s, y hasta esa pequeña clase media que se vuelve clase “un octavo”.

Con la profecía del BID cumplida, la desigualda­d ha pasado a ser, de desequilib­rio económico, a una cultura, para desmantela­rla, es necesario construir otra, de igualdad. Y creer que es posible, porque lo es.

Altagracia Salazar, indoblegab­le, repite, “nada es para siempre”. El Eclesiasté­s lo confirma.

El tiempo de sentirnos iguales porque igualmente accedemos a las oportunida­des que a nuestros derechos se brinden, llegará. Desde donde estén, el poeta y el obrero que fueron mi modelo primero, sonreirán.

Yo también, y espero estar viva.

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