Collado, Balaguer y las Bibliotecas Circulantes
He visto con marcada simpatía la noticia de que el síndico David Collado planea iniciar la construcción de bibliotecas juveniles en barrios capitaleños escogidos por su tipo de población y por sus necesidades culturales.
En verdad la iniciativa tiene, entre varios, un viejo precedente ocurrido cuando en la década de lo años 50 del siglo pasado, el entonces Secretario de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, Joaquín Balaguer, dio vida a las bibliotecas circulantes ubicadas en las zonas de mayor población de la ciudad capital. Los jóvenes aficionados a la lectura aprovechamos la oferta y la gozamos.
Las bibliotecas circulantes fueron la fuente de saber de muchos adolescentes de la capital con pasión por diversos tipos de lectura. En el liceo secundario Presidente Trujillo (LPT), el más poblado de la capital, se comentaban los libros suplidos cada cierto tiempo. Algunos estábamos al acecho para leerlos con pasión.
Desde aquellos anaqueles, en mi caso, ubicados en el patio de la Escuela Haití, muy cerca de la calle Ravelo 57, donde se habilitó el antiguo garaje-cochera del Padre Andrickson, salieron obras clásicas como Vidas paralelas de Plutarco, o Vida de los Césares, de Suetonio, y con ellas las publicaciones no solo de la colección Austral, sino algunas de la editorial Sopena-Argentina, o aislados clásicos como Corazón, de Edmundo de Amicis, obra dedicada a la adolescencia. Era la época en la que admiramos, más allá del contenido de las bibliotecas circulantes, obras como El Hombre Mediocre, de José Ingenieros, preferida por mi amigo, el escritor Mario Emilio Pérez, y por quien esto escribe.
Por aquellos tiempos era común la compra de libros publicados en el país con el esfuerzo pecuniario de los autores, por instituciones como la Liga Municipal Dominicana, por la propia Secretaria y el Partido Dominicano, lo que en parte garantizaba que pudiera pagarse una edición de unos quinientos ejemplares a lo sumo.
El ritmo de Educación en la publicación de obras dominicanas, era de mayor frecuencia que el de la misma que en nuestros días, tal vez por la cantidad de obras que hoy asumen con éxito el Archivo General de la Nación, el Ministerio de Cultura, las academias de la Historia y de la Lengua, y otras oficinas, las universidades e instituciones culturales diversas.
Balaguer, figura luego contradictoria, era en verdad un héroe cultural para muchos de nosotros, aunque cambió de imagen, cuando ya pasada nuestra adolescencia, con su llegada a la Presidencia, vimos su nuevo rostro, su rostro político, sus modelos de gobierno mezcla de su experiencia trujillista con influencia lilisiana, combinadas a la vez con su sabiduría a veces campechana, otras socrática, y su cultura, en parte maquinaria sorprendente cuando ejercía la memorieta al modo oratorio de Castelar. Producto de una época donde la oratoria era un modo de hablar sin papeles y tratando de hacerlo con buena ortografía, Balaguer era un sabio encantador de las palabras. Y tiene el mérito de haber sembrado notables infraestructuras, que, si bien algunas funcionaron más que a medias en sus gobiernos, otras, como el Museo del Hombre Dominicano, o el de Historia y Geografía, terminaron diluyéndose, o perdieron su funcionalidad, o quedaron devoradas por los hongos nacidos de la inactividad.
Ojalá resucite, modernizado, el proyecto de Bibliotecas barriales (circulantes), un anhelo de muchas comunidades que podría animar el ansiado ejemplo de las casas de cultura, que aunque planificado con la añeja visón de la Unesco, que se repite, y cuya repitencia a veces acusa cansancio, y que vuelvan a exhibir con nuevos bríos y mejor ordenamiento, las bibliotecas de las ayuntamientos, que dieron posibilidad de cultura, a tantos jóvenes que hoy son ya escritores e intelectuales en las normativas de la nación dominicana.