¡QUÉ TIEMPOS AQUELLOS!
El respeto al prójimo, a la autoridad, a los valores, a la vida y a lo ajeno es hoy la moneda más devaluada en nuestra sociedad.
Tan ostensible es la pérdida que ya ni siquiera se respeta una palabra empeñada o un compromiso asumido con todas las formalidades. Mucha gente actúa en el presente desdeñando el valor de esta cualidad, que tiempos atrás era principio emblemático en la relación de padres e hijos, alumno y maestro, doctor y paciente, autoridades y ciudadanos. Por eso suceden los episodios en los que, en total desprecio de la vida, hijos matan a sus padres como si se trataran de vulgares y aborrecibles delincuentes o criminales; o a la inversa, padres que abusan sexualmente, verbalmente, corporalmente, de sus propios hijos; hermanos que riñen y se matan, ciudadanos que agreden a las autoridades o autoridades que irrespetan la misión que les confía la sociedad, actuando en su contra.
La cadena de irrespetos comienza, sin dudas, en los hogares sumidos en crisis, se traslada a las escuelas, se irradia en las calles y de esa forma corrompe los tejidos morales y éticos que modelaron una sociedad hoy en decadencia en ese sentido. La “palabra de honor” ya no vale, porque ni siquiera con ella cumplen los que la han pronunciado o prometido. Antes, esa “palabra de honor” valía más que cualquier garantía prendaria o cualquier tesoro.
El irrespeto, en sentido general, parece ser la moda. Ojalá que sea una moda pasajera, como aquellos grandes ciclones que nos azotan de tiempo en tiempo.