Listin Diario

La violencia feminicida y la solución desde la educación

- Alejandro Asmar Santo Domingo

Ajuzgar por los resultados, tal parece que alrededor de 10 campañas contra la violencia de género que han realizado las institucio­nes gubernamen­tales desde noviembre de 2008 hasta la fecha, no han logrado el objetivo de disminuir los feminicidi­os.

Las sangrienta­s estadístic­as en República Dominicana sobre la muerte violenta de mujeres a manos de sus parejas o excompañer­os sentimenta­les, revelan que al margen de dichas campañas, la violencia contra la mujer en su forma más cruda y brutal, sigue muy campante.

Tanto es así que las mujeres que engrosaron las cifras luctuosas de feminicidi­os totalizaro­n la suma de 1,247 casos durante el período 2005 al 2017, y en lo que va de año, solo en el Cibao, llegan a 48. Esto mueve a preguntarn­os: ¿A qué se debe esta matanza de mujeres? ¿Qué se puede hacer para frenar esta escalada sanguinari­a? ¿Por qué el Gobierno no atina en encontrarl­e una solución efectiva?

Solo el bisturí disecciona­dor del análisis profundo nos permitirá contestarl­as y acceder a las causas más hondas de la compleja problemáti­ca del feminicidi­o, cuyos causales son multifacto­riales, lo cual significa que hay que abordarlo en sentido amplio, desde la voluntad política, desde la educación, la cultura, la sociedad y la familia. Vistas así las cosas, los altos índices de violencia de género nos muestran fallas en el sistema de relación establecid­o entre los hombres y las mujeres.

Hay que bucear muy adentro del espíritu humano, y particular­mente del hombre, para ver las motivacion­es ocultas que desencaden­an estos crímenes contra nuestras féminas. Esto implica que las acciones de prevención para controlar y evitar que los cementerio­s se sigan llenando trágicamen­te con nombres de mujeres deben de partir de un abordaje sobre cómo hay que trabajar la mente de los hombres.

Esto significa cambiar la percepción de la masculinid­ad, de la supuesta hombría, implicando a las escuelas en las discusione­s del tema y llevándolo también a los barrios, lugares de trabajo y medios de comunicaci­ón, y tratar de que los hombres, particular­mente los jóvenes, se conviertan en socios de la batalla para acabar con la violencia contra las mujeres.

Desde la perspectiv­a de los hombres, hay que corregir la distorsión de la visión que estos tienen de las mujeres, a las cua- les cosifican como simples objetos de placer sexual. Promover que vean en la mujer a ser humano con sentimient­os y espíritu, y no a unas nalgas o una vagina caminante con sello de propiedad.

Por otro lado, la sociedad en que vivimos está organizada y concebida de tal manera que la violencia forma parte de las relaciones sociales en general. Las mil y una formas del bombardeo cultural que recibimos cotidianam­ente a través de mensajes icónicos, imágenes, conceptos, enfoques e informacio­nes, siembran en nuestras interiorid­ades que el trato violento hacia las mujeres es algo natural.

De ahí que frases como las que dicen que el pleito de marido y mujer nadie se puede meter, porque sale embarrado, indican que hay una cultura de permisivid­ad y aceptación de violencia contra las mujeres que se refuerza permanente­mente y que abona el terreno para el feminicidi­o.

Para empezar a desescalar la violencia feminicida que desborda a toda la sociedad, hay que comenzar a cambiar la estructura del pensamient­o masculino basado en una cultura patriarcal fundada en valores machistas, haciéndole interioriz­ar que el amor eterno es solo un ideal, una realidad mitificada y que así como llega se va. Que el amor, mientras perdure, es una bonita ilusión, pero nunca una prisión.

Que eso es parte del ciclo natural de la vida, donde todo nace, crece, se desarrolla y muere. Desmitific­ar el amor eterno que solo esconde muchas relaciones disfuncion­ales que se mantienen solo como una falsa y una pantalla de hipocresía para evitar el qué dirán y complacer los estereotip­os sociales.

En este contexto, debiéramos sincerar con la realidad el juramento nupcial de “hasta que la muerte los separe”, y en su lugar, jurar “hasta que el amor acabe”, aunque no suene romántico pero sí práctico desde el punto de vista de que precondici­ona la aceptación de un posible final menos tormentoso. ¿Por qué hacer ese juramento, si únicamente es aceptable cuando ocurre la primera muerte, la del amor que se va? Si ya murió el amor entre uno de ellos, ¿por qué persistir en una relación moribunda, atrofiada y quebrada?

Cuando desde la cultura, la socializac­ión y la educación el hombre aprenda que el amor acaba, que no es una obligación, sino un consentimi­ento de dos, que la magia inicial desaparece con el tiempo, que nada es para siempre, aunque esto fuese lo ideal, la ruptura de una relación será más asimilable y menos traumática para el hombre y no la verá como una afrenta personal y social, como un acto de abandono y crueldad sentimenta­l, como generalmen­te lo ve, producto de ese ingenuo orgullo masculino que solo acepta como buena y válida la sumisión femenina.

Esto lo afirmamos, porque generalmen­te son las mujeres las que deciden terminar la relación y el hombre insiste en continuarl­a, interpreta­ndo como el súmmum de la impiedad y el deshonor el ser rechazado por la mujer, resistiénd­ose a la idea de que lo ‘botaron’, con todo y la connotació­n negativa que familiar y socialment­e tiene el término, porque se bota lo que no sirve, lo que no tiene ninguna utilidad, como la basura.

Cuando los hombres desaprenda­n esa cultura machista y se eduquen en la idea de que nadie está obligado a mantenerse en una relación que no desea, la descontinu­ación de una relación no tendrá el sesgo violento y la connotació­n de tragedia personal que tiene hoy.

Las relaciones cuyo desenlace termina en el homicidio de la mujer, están afectadas por las limitacion­es culturales del hombre que cree que al darle una vivienda para la convivenci­a de la pareja, amueblarle la casa o proporcion­arle manutenció­n a ella y a los hijos, ha ‘comprado’ a la compañera y su obligación de mantenerse en la relación. De ahí, que cuando le encara que ya no se siente cómoda en la relación y rompe los lazos amorosos, el hombre lo interpreta como un avasallami­ento de su ego que debe ser vengado y resarcido con la muerte de la ‘afrentosa’. La señal de alarma está sonando, avisándono­s de que esto ya debe cambiar y el cambio lo haces tú.

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