Los orígenes de la Inquisición
Recordemos que a lo largo de la historia, disidentes y fuerzas rivales han sido reprimidos. Por ejemplo, el año 390, ante el asesinato de un funcionario, el mismo Teodosio mandó que sus tropas masacraran a cientos de ciudadanos en Tesalónica, crimen por el cual tuvo que pedir perdón públicamente a la puerta de una iglesia. Aunque San Agustín pidiera que les respetasen la vida, en los finales del siglo IV y comienzos del V, el santo obispo autorizó el uso de la fuerza contra los donatistas, empeñados en imponer sus ideas violentamente.
El derecho imperial bizantino había condenado a muerte a los maniqueos, los seguidores de Mani. Justiniano (527 – 565) los persiguió. Los bizantinos hostigaron a los herejes monofisitas de Egipto y Palestina. En un solo día, Carlomagno mató en Verden, en el 783 a unos 4,500 sajones, dirigentes de los grupos que habían asesinado a los misioneros católicos.
Ante los herejes, los obispos católicos tenían la obligación pastoral respecto de la pureza de la fe. En una sociedad monolíticamente cristiana, obispos y reyes consideraron la herejía como un crimen de lesa majestad. Se trataba de un atentado contra el Supremo Señor, Cristo y contra el orden de la sociedad. Al igual que los romanos del Imperio, estos cristianos temían ser castigados si trataban de manera complaciente a quienes insultaban la divinidad.
Aún en aquellas sociedades desalmadas, hubo también protestas contra la violencia. Por ejemplo, el obispo Vaso de Lieja (980-1048) condenó las medidas brutales aplicadas en Francia contra los herejes reales o supues- tos. En el 1144, San Bernardo criticó el asesinato, a sangre fría, de los herejes y judíos, pero, él mismo fue el gran entusiasta y predicador de la segunda la cruzada (1147 – 1149).
Como sucede en toda sociedad represiva, los herejes se refugiaron en la clandestinidad. La jerarquía respondió inquiriendo, es decir, investigando. En el año 1163 y a petición de los príncipes y obispos, el Concilio de Tours fijó un procedimiento de averiguaciones (inquisiciones) eclesiásticas contra los herejes. Superada por los herejes, la Iglesia pedía al brazo armado secular perseguir a los herejes.
El Tercer Concilio de Letrán (1179) convocó una cruzada contra los cátaros o albigenses. Ya para el 1181 aquella cruzada contaba con numerosos participantes.
El año de 1184, el Papa Lucio III, de acuerdo con el Emperador Federico I Barbarroja, promulgó una decretal que golpeaba con la excomunión global a todas las herejías existentes y confiaba directamente a cada obispo el deber de inquirir [investigar], con inspección y denuncia, en todas las localidades consideradas como refugios de herejes.
Este decreto ya recogía una resolución de Alejandro III, hechas públicas en el Concilio de Tours del 1163. Muchos ven en este decreto el origen de la Inquisición. En el 1184 la Asamblea de Verona, por acuerdo entre Federico I y Lucio III aprobó esta medida: el excomulgado sería también desterrado.
En el 1184 inició la inquisición episcopal. El Emperador Barbarroja la apoyó. Fue el primero en imponer castigos legales. La primera pena de muerte a fuego está documentada en el 1197. Aparece en un decreto de Pedro de Aragón. Luego la empleará Luis VIII en Francia y Federico II (1212 – 1250) la introducirá en sus dominios.
Inocencio III (1198 – 1216) prefería emplear los procedimientos espirituales contra los herejes. Primero envió a la comarca de Toulouse a un grupo de monjes cistercienses y otros legados, pero aquellos monjes vivían opulentamente y su estilo de vida escandalizaba al lado de los cátaros “perfectos”. ¡Antes de pelear ya estaban derrotados! Eventualmente, la lucha contra los cátaros sería encomendada a los hijos de Santo Domingo de Guzmán: sabios, austeros y brillantes polemistas. Una bula del 1199 y el asesinato del legado papal en el 1208 le afilarían las uñas a la inquisición.