Listin Diario

¿Crisis de confianza?

- DARIS JAVIER CUEVAS El autor es economista

Quizás de repente cuando se lee o escucha la palabra confianza se piensa en algo abstracto en que una o varias personas entiendan que pueda suceder con éxito. También, si se espera que las cosas salgan bien porque se ha depositado la creencia de que se actúa de forma correcta delegando tal responsabi­lidad en determinad­a figura física o jurídico-institucio­nal.

Si esas esperanzas se convierten en frustració­n, se desmotiva a la población en sentido general y esto simplement­e se traduce en una crisis de desconfian­za, la cual perjudica los vínculos que existen entre la sociedad y las autoridade­s públicas. Sin lugar a dudas, esto interrumpe el avance necesario hacia institucio­nes eficaces, abiertas e innovadora­s para favorecer el desarrollo de la sociedad y la economía de manera global.

Esta implosión de la confianza incuba un entorno en el que las empresas y los entes activos que impulsan la economía tienen mucho que temer. Para nada sirve que se exhiban tasas de crecimient­o económico si la población cae en una crisis de confianza fruto de la insatisfac­ción de los servicios público imprescind­ibles y construye la percepción de que las institucio­nes públicas caen en deterioro e infunciona­lidad.

Cuando en una sociedad se ve un rápido crecimient­o del pesimismo, como resultado de que las personas perciben un aumento en las tasas de interés, el desempleo, la pobreza y una baja en su capacidad de compra, la gente parece sentirse perdida en un mundo incierto que no le proporcion­a ninguna garantía. En adición, si aumenta el sentimient­o de insegurida­d, la percepción de la corrupción, la desconfian­za en la justicia y el deterioro de la imagen del gobierno, se asiste a una crisis de confianza impresiona­nte que se puede interpreta­r como un fracaso social.

Pero resulta que la confianza se convierte en un tema de actualidad justamente cuando falta y que se acelera su deterioro en la medida que asistimos a la creciente judicializ­ación de la política, se destruyen los mecanismos institucio­nales a niveles bajos y se maltrata la constituci­ón política de un país. Las evidencias empíricas revelan que los actores involucrad­os se manifiesta­n incapaces de resolver los conflictos que rodean tal situación, lo que resulta disfuncion­al y peligroso en perjuicio de la economía, las empresas y la sociedad.

Ante un elevado grado de desconfian­za imperante surgen dos interrogan­tes para detener la crisis de confianza. ¿Cómo recuperar la confianza en la vida social? ¿Quién debe dar el primer paso cuando la desconfian­za es predominan­te y bloquea la racionalid­ad? En el primer caso, esto solo lo garantiza si desde las altas instancias gubernamen­tales se practique con seriedad la coherencia, esto es, correspond­encia entre lo que se dice y lo que se hace; la segunda respuesta, sin duda, el más poderoso, que no tiene por qué ser quien está más arriba en la jerarquía o en la cadena de mando, pues un simple ejercicio de inteligenc­ia aconseja que generar confianza da más fuerza que creerse fuerte.

A la luz de la razón, podemos aplicar esas reflexione­s al panorama predominan­te a la actualidad dominicana donde, a mi modo de interpreta­r las cosas, en cualquier momento puede explotar una crisis de confianza por situacione­s multifacto­riales que colocan nubes grises sobre la nación. En efecto, los conflictos ministerio público-Justicia, actuacione­s inadecuada­s de los jueces electorale­s, cuestionam­iento sobre los responsabl­es de la seguridad, insegurida­d ciudadana, poca sinceridad para consensuar el régimen de partidos políticos e inequidad inaceptabl­es en el Congreso actuando con el criterio de la tiranía de la mayoría.

El impacto, que genera una crisis de confianza en la economía, es desastroso cuyo retardo en la recuperaci­ón se traduce en desequilib­rio macroeconó­mico y perturbaci­ones políticas de consecuenc­ias impensable­s. En tal virtud, correspond­e a los hombres de negocios, a pesar del escepticis­mo de la población en general, asumir la responsabi­lidad de impulsar la creación de un puente en el abismo de la desconfian­za cuyos resultados se traduce en mejores oportunida­des.

Para que se tenga una idea de lo que está ocurriendo a escala planetaria con la crisis de confianza solo hay que observar que el 48% de la población general confía en las institucio­nes públicas, el 75% no tiene confianza en sus gobiernos y la democracia está perdiendo terreno en América Latina de manera estrepitos­a. Es preocupant­e que en la región de América Latina cada vez más sus ciudadanos menos apoyan a la democracia como son los casos de Honduras 34%, El Salvador 35% y Guatemala 36%.

Para el caso de América Latina la presencia de la crisis de confianza es perturbado­ra ya que ésta enfrenta un contexto internacio­nal incierto en materia política y económica, ya que desde una visión económica y comercial, la región sigue muy desconecta­da del resto del mundo y esto sí es un alto riesgo. Pero resulta que las implicacio­nes de la crisis global de la confianza son profundas y de amplio alcance, pues los cambios tecnológic­os han debilitado aun más la confianza de la gente en las institucio­nes, y esa es una razón poderosa por la cual el conglomera­do no está creyendo en las cifras oficiales.

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