¡Se está cayendo el cielo!
El cielo se deshizo y la tormenta abrazó la tierra, rayos y centellas iluminaron los cielos mientras los truenos retumbaban estremeciendo los suelos. Emma que tiene pánico de esos fenómenos y pronto se apareció en mi cuarto, solícita, preguntándome si estaba bien y si la tormenta me dejaba dormir… Como a mí tampoco es que me divierta mucho ese concierto de ‘rock’ duro que tenía lugar en los cielos, le pedí que preparara un té para calmar los nervios y nos dispusimos a pasar la noche en mutua compañía, contándonos anécdotas de tormentas pasadas y todas las peripecias que tuvimos que atravesar. Luego ella se arrebujó en el sofá que aún conservo en mi habitación, reliquia de los tiempos de las pesadillas infantiles de mis hijos. Temprano se levantó a asearse y arreglarse para luego obsequiarme con un fragante cafecito, en lo que mirábamos las noticias y nos enterábamos de los desastres causados por la tormenta en todo el territorio. Las inundaciones en las calles y carreteras, el daño en casas y casuchas, ¡el agua no respeta categorías! ¡La basura arropa todos los desagües y la labor de destapar los escapes de agua es un oficio olvidado desde hace mucho tiempo por los gobiernos de turno! Para paliar el ambiente de desastre que ha invadido mi casa, Emma preparó un sancocho, aprovechando la visita de uno de mis hijos que, solícito, acudió a indagar sobre la suerte de estas dos mujeres, que han conocido tiempos mejores…