La sacudida de Dios
“Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”. Cuando todo sale bien, la vida nos consiente, la salud es buena, la familia anda por el buen camino y podemos dormir en paz, nos olvidamos no sólo de agradecer a Dios, sino también de ser humildes. Tener un cuerpo completo no es considerado motivo de felicidad porque es normal, y no hay necesidad de valorar algo que es natural.
Poseer dos piernas que nos cargan a todos lados y dos brazos que nos permiten abrazar y trabajar está muy bien, aunque no significa algo especial para estar alegres, pero... ¡Ay si por alguna circunstancia perdemos una parte de ellos!... entonces se despierta en nosotros la humildad para reconocer la grandeza de Dios y agradecerle que en su infinita misericordia nos haya permitido por lo menos quedarnos con la otra parte. Así nos pasa en la salud y en la enfermedad, mientras no sufrimos de nada y nuestro cuerpo funciona a plenitud, se nos olvida dar gracias al Supremo Hacedor por los privilegios que nos concede, hasta que un día nos llega una inesperada enfermedad, y mientras perdemos el pelo por las quimos por poner un ejemplo, entonces sí decimos “Gracias Padre porque permites que todavía esté vivo/a y en proceso de sanación”.
¿Por qué tenemos que esperar perder para reconocer la gracia de Dios? ¿Por qué dejar que la vanidad nos haga olvidar que la humildad es la base de todos los valores? ¿Por qué esperar la sacudida de Dios para valorar nuestros regalos?