La educación en su encrucijada
Se han formulado muchas definiciones sobre ellas. Hay donde escoger, disentir, modificar. Para Aristóteles, la educación es “la más grande aventura humana”. Platón la valoró como impulso y voluntad del ser humano para salir de la “Caverna”.
Basándose en su doble etimología “educare y exducere”, dos definiciones surgieron, abriendo el camino a posiciones distintas contrapuestas, sobre el protagonismo del ser humano en el proceso educativo.
Los que se remontan para estudiar la educación a su raíz “educare” consideran que el proceso formativo instructivo se produce desde fuera. El maestro, el tutor, la tradición, insertaban en la materia dúctil y virgen, del cerebro y del espíritu de los educandos. Saberes y conductas, aceptados dócilmente. “Magister Dixit”, y punto en boca.
La otra versión etimológica, “exducere”, postulaba la inmanencia de gérmenes de aprendizaje intuitivo que al estímulo de factores externos eclosionaban y al mismo tiempo que asimilaban ese nutriente, fortalecía su particular capacidad endógena, diferenciando por tanto los juicios que iban formándose en cada sujeto.
Todo lo que se ha deliberado, o postulado sobre la educación desde las distintas corrientes de pensamiento, se ha bifurcado, por así decirlo, en esas dos vertientes etimológicas, que se convirtieron en ontológicas, y ya luego, en ideológicas.
La visión conservadora que presenta un educando pasivo, a quien desde el exterior se moldea, como a arcilla blanda, es propia de etapas históricas, monarquías o dictaduras, también de versiones de populismo extremo, de derecha o de izquierda.
La educación, en esas situaciones, se despoja de su misión formadora, y se convierte en un burdo adoctrinamiento.
Sobreviviente como soy de la Era de Trujillo, conozco bien, alguna vez escribiré en En Plural esas vivencias.
La educación que se concibe y se concreta aplicando el criterio del educando como sujeto, que no solo reacciona, sino que acciona, tiene su mejor explicación teórica en la pedagogía de Paulo Freire.
Desde su primera obra, “Educación como práctica de libertad”, hasta su menos conocido “El Grito Manso”, Freire hace trizas lo que llama “la educación bancaria”, en la que el maestro, el padre, o tutor, “deposita” en un cajón inerte lo que se dispone y pretende que el niño, el adolescente, el alumno, debe repetir e imitar como lorito hipnotizado.
La relación horizontal entre el educador y el educando, y entre ellos con el entorno, está expresada en su conocida fórmula: “Nadie educa a nadie, nadie se educa solo; todos nos educamos entre todos, mediatizados por el mundo”.
Precisamente por esa “mediatización” de lo planetario, del medio, del ambiente, de lo situacional, como dicen algunos pensadores, no abundan actualmente los ejemplos de países y/ o épocas en que la educación “como práctica de libertad”, como crecimiento simultáneo de las facultades singulares de cada criatura humana, y el progreso de la ciencia, la técnica, y del sistema político-social-económico en el que por ser libres, los ciudadanos/as se consideran iguales.
La educación, actualmente, es la conclusión de este En Plural, está en una encrucijada, o se orienta, la orientamos los que creemos en el libre albedrío y en la relación inextricable entre toda acción educativa y su entorno, o se decanta, en plena orgía neoliberal, para hacer sinónimos, educar con armar robots bien entrenados.
La tecnología, esa otra magna “aventura del hombre”, ese invento excepcional que caracteriza el nuevo orden mundial, debía, debe ser considerado como una herramienta de progreso, para la humanidad en su conjunto.
En lugar de disminuir las distancias y acercar a los pueblos, y a la gente, con la magia digital crece entre países ricos y países pobres, y entre los diferentes segmentos sociales dentro de cada nación, la desigualdad.
Robots, los seres humanos pierden, quizás para siempre, su brújula.
¡Y en una encrucijada, es muy difícil, encontrar y transitar la buena ruta, sin brújula!