“Donde hay perdón, sobreabunda la gracia”
Al cristiano se le conoce por sus actitudes ante la vida. Y lo más difícil para un cristiano es el perdonar a sus enemigos. Por eso el Señor lo puso como uno de sus mandamientos. Porque para lograr eso tiene que ser ayudado por el Espíritu Santo. Solos no podemos hacerlo. Muchas veces es fácil decirlo, pero lograrlo, no todos lo hacen. Yo tuve una experiencia en mi vida hace ya mucho tiempo, y, gracias a Dios, perdoné. Porque no soy rencorosa. Y eso es un valor. Y le doy gracias a Dios por eso. Hay personas a las que les cuesta perdonar, y deben pedir sanación. Porque el que no perdona es el que vive con angustia, desasosiego, con odio y rencor. Su corazón no está en paz, y es el que sufre. La persona a la que odia ni se entera, y está tranquila. Solamente por eso debemos pensar bien y ponernos en la mano de Dios, pues para Él nada hay imposible. Hoy en día estamos viviendo un ambiente que no es de paz, de seguridad, y debemos permanecer tranquilos porque tenemos a “Aquel que todo lo transforma, todo lo perdona, todo lo perfecciona”. Hay familias que no perdonan, hay otras que sí, y muchas veces es ambiente cultural y religioso. Este domingo es la caminata “Un paso por mi familia”, donde se nos pide: “Fortalecidos por la eucaristía, salvemos las dos vidas”. Inicia a las 9:00 am, y termina con la santa eucaristía a las 11:00 am en el Parque Eugenio María de Hostos. Y vamos a orar por la vida. Contra toda injusticia. Es a la persona a la que hay que salvar. Sea del tamaño que sea. Incluso está dentro de nuestra Constitución en el artículo 8, acápite 1, donde habla de la inviolabilidad de la vida. Lo que pasa muchas veces es que algunas personas no reconocen a un feto como una persona. Y por más pequeña que sea una persona tiene los mismos derechos. Vamos, pues, a marchar por salvar las dos vidas, y pedir al Señor que nuestros legisladores no se cieguen como el ciego Bartimeo, del evangelio. Porque hay dos tipos de cegueras: la de la ignorancia y la del conocimiento errado de la persona. Es mucho más fácil enseñar que corregir, porque este último necesita del convencimiento del propio ego. Cuando yo tenía 43 años, salí embarazada de mi sexto hijo. Muchos me decían: “Pero, ¿tú vas a tener ese hijo? Hay muchas probabilidades de que no sea normal”. Estaba un poco asustada, pero me puse en las manos del Señor. Toda la capital estaba rezando por mí, pero, gracias al Señor, nació una niña preciosa y completamente sana. Y es que para Dios no hay nada imposible.