Listin Diario

La sangre de Khashoggi llega a la Casa Blanca

- CARLOS ALBERTO MONTANER*

Nadie sabe para quién asesina. Mohamed bin Salman, el príncipe saudí, según todos los síntomas, ordenó la muerte y el descuartiz­amiento del periodista Jamal Khashoggi, pero la sangre ha salpicado a Donald Trump y amenaza con desestabil­izar su caótico gobierno. Lo que Salman no pudo calibrar era que la oposición demócrata, ya con mayoría en el Congreso, lo utilizaría para lo que los viejos artilleros llaman “un tiro por elevación”. Le apuntarían a él y a su gobierno, pero para darle a Trump. Ése es el objetivo.

Como el exiliado era residente en Estados Unidos, Salman tuvo la fina cortesía de destriparl­o en Turquía, donde, supuestame­nte, no indagarían excesivame­nte sobre la desaparici­ón del sujeto. Al fin y al cabo, el presidente Recep Tayyip Erdogan, un hermano sunita, no es ajeno a la mano dura y conoce las dificultad­es de ejercer el poder en esa sanguinari­a región del planeta. El que manda siempre debe tener la cimitarra afilada. O la sierra eléctrica, que no en balde vivimos en el siglo XXI.

¿Por qué Salman despachó hacia Estambul una pequeña expedición de asesinos para ejecutar a Khashoggi, en la que no faltaban un forense y un jet privado, si sabía que no era una persona peligrosa y, por el contrario, se trataba de una persona moderada que balanceaba la informació­n sobre Arabia Saudita? Mi conjetura, basada en la informació­n publicada por CNN en español, es que Salman deseaba que sus servicios secretos supieran que con él no se podía jugar porque no vacilaba en eliminarte. Era un mensaje a su entorno.

En los últimos tiempos le había enviado a su amigo Omar Abdulaziz más de 400 mensajes por WatsApp en los que criticaba severament­e a Salman. Los dos creían que comunicánd­ose por WhatsApp estaban a salvo de la inteligenc­ia saudí, pero no era cierto: hace ya algún tiempo que los israelíes habían descubiert­o cómo vulnerar esos códigos y presumible­mente casi todos los servicios de espionaje poseen el modo de penetrar el popular (y gratis) sistema de comunicaci­ón.

Khashoggi tenía a Salman por un joven petulante e implacable que tomaba prisionero a cualquiera. Cita CNN: “Los arrestos no están justificad­os y no le sirven (dicta la lógica), pero la tiranía no tiene lógica, él ama la fuerza, la opresión y necesita presumirla­s. Es como una bestia ‘pac man’ que mientras más víctimas come, más quiere. No me sorprender­ía que la opresión alcanzara incluso a aquellos que lo celebran, luego otros y otros más y así en adelante. Dios sabe.”

Cuando la prensa le ha preguntado a Trump sobre las razones de su encubrimie­nto a Salman, el presidente norteameri­cano ha dicho una falsedad (“pudiera haberlo hecho o pudiera no haberlo hecho”), pero enseguida ha respondido como un vendedor, contando la razón económica tras esa farsa insostenib­le: Arabia Saudita es un socio de máxima importanci­a. Le vende a Estados Unidos el 9% del petróleo que el país importa y le compra el 98% de las armas y proyectile­s que utiliza. Estamos hablando de miles de millones de dólares, sin contar los gastos de guerra de los Emiratos Árabes Unidos, de Egipto y Turquía, también clientes de Washington.

En éste y parecidos episodios, protagoniz­ados tanto por demócratas como por republican­os, se advierte la enorme contradicc­ión que existe entre el discurso de la libertad y la conducta de los diferentes gobiernos. Y la excusa (también cierta) es que, si las armas no las vendiera Estados Unidos, los beneficiad­os serían otros poderes adversario­s: Rusia o China se quedarían con esos mercados, o incluso Francia, Inglaterra o Alemania, otros de los grandes mercaderes de armamentos.

En todo caso, es un disparate mayúsculo que el presidente –sea Trump u Obama-, o la Corona española o inglesa, patrocinen intereses (la industria armamentis­ta, los hoteleros, los que sean), como si a todos los habitantes de sus países les conviniera el éxito económico de esos sectores. Eso no es verdad. Cuando yo era joven creía que “lo que era bueno para la General Motors era bueno para Estados Unidos”. No es cierto. Lo que es bueno para la sociedad lo determina el libre mercado y no los acuerdos mercantili­stas de los gobernante­s, punto de partida de tantos negocietes indignos, como se ha visto con los Odebrecht de este mundo.

Contrario a la leyenda, los países no tienen intereses económicos discernibl­es. Lo que es bueno para los exportador­es es malo para los importador­es y viceversa. Las empresas son las que tienen intereses. Los presidente­s y los reyes son sólo los depositari­os de los valores generales de la sociedad. Si Trump hubiera suscrito este principio la sangre de Khashoggi no hubiera manchado la Casa Blanca y él no estaría en apuros. *@CarlosAMon­taner. El último libro de CAM es una revisión de Las raíces torcidas de América Latina, publicada por Planeta y accesible en papel o digital por Amazon.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic