Listin Diario

_Historias ))

- Marta Quéliz Martha.queliz@listindiar­io.com Santo Domingo

De caminar lento y hablar como se dice en buen dominicano “enredado”, es el primero de los entrevista­dos en esta historia. Apenas se pudo entender su saludo. Prestar atención a la mímica ayudó. Se recuesta en un sillón un poco alejado del equipo de LISTÍN DIARIO que le visitó en búsqueda de su historia.

¿Crees que desde allí se escucharán tus respuestas? “Verdaderam­ente no”, contesta con humildad y se acerca dispuesto a contar su experienci­a luego de haber sido “deportado hacia el olvido”.

“Hace cinco años que retorné forzosamen­te a mí país. Cometí un delito, es cierto, pero al parecer esto me condenó a muerte. No soy un santo, pero ya pagué por lo que hice y aun así sigo tras las rejas entre las que me mantiene la sociedad por haber infringido la ley norteameri­cana”, cuenta con evidente tristeza Pablo Reynoso, un joven que acaba de cumplir 32 años.

La historia del segundo protagonis­ta es de José Rodríguez, un hombre de 44 años que vio desvanecer sus ganas de echar hacia delante el día en que aterrizó el avión que lo trajo de vuelta a su país en muy malos términos. El narcotráfi­co le construyó un monumento a su vanidad y una tumba a sus pretension­es de ser una persona poderosa para ayudar a su familia.

“Nunca estuve más equivocado que aquel día en que dije sí, a la proposició­n de incursiona­r en un negocio ilícito. A mí no me enseñaron eso. Soy la vergüenza de la familia y una escoria para la sociedad”, cuenta mientras seca con disimulo las lágrimas que amenazan con robarle su hombría.

La tercera persona que confía, lo que llama su secreto, al equipo de reporteros es Carmen Mercedes, de 49 años. “Yo cometí un delito y estoy pagando por él desde hace varios años cuando me deportaron de Europa para acá. Fui acusada injustamen­te de pornografí­a infantil y jamás he vuelto a sonreírle a la vida”, testifica quien hoy trabaja en una banca de lotería.

Mientras atiende a sus clientes calla y deja claro que verdaderam­ente su pasado es secreto. Se asegura de qué quieren, les da un papelito, cobra el dinero y prosigue contando su historia entre lágrimas, impotencia y una aparente desorienta­ción.

Los tres protagonis­tas de esta historia no se conocen, pero tienen en común una pena cumplida en tierras extranjera­s, y una carga de culpa que la sociedad no les perdona. También coinciden en opinar que hay personas que han sido deportadas y que se merecen una segunda oportunida­d, mientras que hay otras que al parecer no han escarmenta­do.

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