Listin Diario

“Joven y sin futuro”

-

Después que saludó entre dientes al equipo de reporteros, que se acomodó para contar su historia y que ofreció sus primeras palabras, hubo que esperar que Pablo Reynoso, de 32 años durara tres minutos llorando con las manos en su cara como queriendo tapar sus emociones.

“Ya. Eso fue algo inevitable. Vamos a seguir con esto”, se entiende que dice, después de repetirlo por segunda vez. Recuerden que habla “enredado”. Él lo admite.

Sudando, pese a que el calor estaba siendo generoso en ese momento, prosigue: “Cuando a mí me agarraron, yo no pensé en prisión, no pensé en lo que significa estar tras las rejas…”, suspira y pronto se repone: “Solo me daba vueltas en la cabeza, ser un deportado. Tú no sabes lo que eso significa, más en nuestro país, donde mucha gente te trata como si tuvieras una enfermedad contagiosa”.

Hay lágrimas de por medio en ese momento. Toca esperar. Había que preguntar y él estaba dispuesto a responder, solo que un nudo en la garganta lo traicionab­a. “Yo llegué a Estados Unidos faltándome poco para graduarme de licenciado en Administra­ción de Empresas. Me salieron los papeles, dejé todo y me fui. Creí que las cosas iban a ser fáciles. No fue así. Pasé mucho trabajo, porque casi yo llegando allá falleció mi papá”, de nuevo detiene el relato. El tiempo que se toma para continuar, es aprovechad­o para, en la mente descifrar lo antes relatado. Hay que reiterar lo difícil que es entenderlo. Es inteligent­e. Se entera de lo que está pasando y sonríe. Eso lo ayudó a reponerse. “¿Le estás dando mente a cómo vas a escribir esto, verdad?”, sale una sorpresiva carcajada y permite ver que detrás de ese joven decepciona­do de sí mismo, hay un persona que alguna vez saca a pasear el humor.

“Voy a aprovechar que me has hecho reír para decirte que en dos ocasiones he atentado contra mi vida. Le pido perdón a Dios, pero no es fácil. La primera vez fue al poco tiempo de llegar y que noté que esos amigos que me esperaban en el aeropuerto cuando yo venía, no estaban ahí ese fatídico día que me trajeron como deportado”, cuenta y hace una pausa leve.

Recuerda que solo parte de su familia fue a apoyarlo. Hay algunos que al día de hoy, no le dirigen la palabra. “Es que uno se convierte como en un perro sarnoso, que nadie se te quiere acercar para que no lo confundan o algo por el estilo”.

Se para y mira por la ventana de la pequeña terraza en donde recibió a los reporteros. Con las dos manos se acomoda el pantalón jean que lleva, pues por la falta de la correa, se le bajaba con facilidad. De regreso a su asiento dice: “Mi hermano mayor me ha ayudado bastante. Y aprovecho para terminar de decirte que cuando falleció mi papá en Estados Unidos, mi mundo se derrumbó. Caí en depresión. Me fui a vivir con una tía, pero quería independiz­arme y progresar. Y vaya progreso que conseguí: entrar a un mundo que hoy me juzga, me niega la oportunida­d de rehacer mi vida y por si fuera poco, me ha sentenciad­o a muerte por ser un deportado”.

Así termina su historia, mientras extiende la mano derecha para despedirse de los reporteros y “atacar” ese nudo en la garganta que de seguro querría eliminar antes de reintegrar­se a su cotidianid­ad: ver televisión.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic