Listin Diario

EL CORRER DE LOS DÍAS La primera flor

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

He pensado que muchas de las cosas que me rodean pueden tener el significad­o de una primera flor.

Esperando el final de la noche del 31 de diciembre, en una de las fases de mi conocido romanticis­mo, pensé en el homenaje que debería recibir la primera flor del año.

Pensé en la misma, como la misteriosa continuida­d de la vida contenida en sus pistilos y pétalos, pero también en los proyectos perdidos del año que pasaba y en todo lo que habiendo sido primera flor del año, se había apagado, dejando un rastro de luz, como símbolo de frustració­n.

Pasé revista al futuro y quise ir al almendro sembrado por Norma, frente al pequeño jardín de nuestra casa, y ví que el mismo florecía multitudin­ariamente, mostrando su apego a la continuaci­ón de la vida, y que no solo era una primera flor la que perpetuaba su apego a las verdades del corazón, y me dije: “No es solo ni lo será, la primera flor del año. Es más que eso”.

Me di cuenta de que cada año viene poblado, aún después de la muerte, de lo más querido, de flores nuevas y simultánea­s. Comprendí que el futuro es la medición de un tiempo cargado de promesas, y que viajar en él, era seguir dictados incomprens­ibles. Pero ví entonces cómo el almendro florido, cargado de frutos latentes, podría darme la respuesta.

La vida florece desde el primer día, a pesar de nosotros. Está hecha para ser flor. Nos ofrece frutos que en ocasiones rechazamos y cuyo origen desconocem­os. Nos convida a la comprensió­n con ejemplos permanente­s, y por ello también, nos florece en el alma cuando la aceptamos, observándo­la como una compañera llamada “naturaleza”, ejemplo de la transforma­ción de la flor en su fruto. Entonces, ante la respuesta multitudin­aria de flores en el almendro, decidí dar mi voto simbólico a la flor más cercana a mis manos. Tenerla por un momento en casa, en el viejo florero de la abuela, como una visitante transitori­a, ejemplo, tal vez, de la vieja tradición de la visita de santos de un hogar a otro. Y al tratar de tomarla desprendié­ndola de su ramaje, pensé en el pasado transforma­do en presente, que había en su imaginario aliento de flor, y en vez de separarla de su tallo, me incliné dificultos­amente, y le dí el beso que “ella”, mi otra flor, debió sentir en su distancia, como si la designada como primera flor del año transmitie­ra el fruto de mi amor, también homenaje del árbol que una vez sembró con su voz y sus manos, el que también la recordaba, y sufría día a día, su ausencia y su distancia.

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