EL CÉLEBRE TRIBUTO AL DIABÓLICO RUMOR ((
Escrita en 1985, “Crónica de una muerte anunciada” es un momento cumbre de Gabriel García Márquez al entretejer una historia con la diversidad de posibilidades discursivas que caben en ella.
La típica venganza familiar por cuestiones de sexo es el pretexto para que García Márquez teja una trama alrededor de las máscaras de la incomunicación a partir del inadecuado uso de la comunicación.
La joven Ángela Vicario contrae nupcias con Bayardo San Román ante el nacimiento de una relación sentimental. Sin embargo, la misma noche de bodas, el esposo la devuelve a su familia al comprobar que no es virgen.
La familia atribuye la irreverencia a su anterior novio, Santiago Nasar, y dos hermanos de la víctima deciden matarlo a cuchilladas. Los homicidas llegan a la comunidad del insolente y la vigilia criminal comienza a la luz pública. Todos saben el querer de los forasteros excepto la víctima. Pero hay algo peor, nadie le advierte a Santiago Nasar la tragedia en la que se verá envuelto en las próximas horas: o suponen que él lo sabe o poco interés muestran en salvarle la vida.
La historia de Santiago Nasar puede leerse a partir de los márgenes de la indiferencia que sin control alguno, se colectiviza por las miserias humanas. Tal vez como en ninguna otra de sus obras, los personajes de García Márquez asumen manifiesta inocencia ante la culpabilidad de sus actos. De manera involuntaria cada personaje describe su versión casi documental, casi reiterativa del hecho: el “mea culpa” del informante asume un protagonismo hegemónico.
Pero hay más. El acuchillamiento del supuesto deshonrante pierde su naturaleza sanguinaria para convertirse en una espléndida maquinación existencial. La novela no es la historia de una venganza, ni la recreación de rumores pueblerinos. Estamos, pues, ante una historia muy cercana a la vida real y no tanto por su trama. Son los resortes internos de la naturaleza continental los que salen a la luz en forma de inocencia diabólica, como juego de azar, ya bien por ignorancia, incompetencia o simple sinrazón.
La historia que propone García Márquez se revierte contra ella misma porque, en última instancia, no es lo que importa. Esa imagen final de la novela donde Santiago Nasar camina con sus manos llenas de tierra sujetando sus tripas al aire, es paradigmática: “-Que me mataron, niña Wene”. De principo a fin, Santiago Nasar es fruto de una sociedad con una escala de valores muy especial que no resiste la menor ensoñación. Y esa es tal vez la gran virtud de la historia.