Listin Diario

LA HISTORIA DE JUANA

Se trata de una madre de familia víctima de violencia de género, y de la debilidad del sistema.

- Marta Quéliz martha.queliz@listindiar­io.com Santo Domingo

Mientras con delicadeza coloca en el escurridor la loza que va fregando en la casa de familia donde labora, Juana López cuenta su historia de violencia de género con un gran pesar.

De figura frágil, mirada perdida, lento caminar y un desánimo que se advierte hasta de lejos, esta mujer, que es madre de tres hijos, admite que ya no tiene fuerzas para seguir luchando por el techo que junto a su exesposo logró concretar para su familia.

Tiene en contra las amenazas del padre de sus vástagos, y por si fuera poco, no ha sido orientada adecuadame­nte cada vez que va en búsqueda de ayuda a Protección de la Mujer, del Ensanche Ozama, donde dice han postergado ir en su defensa pese a los tantos viajes que ha dado para exponer su caso.

Camina de un lado a otro mientras va ofreciendo los detalles de su historia. Sigue haciendo sus oficios. No puede perder el tiempo en su trabajo. “Ya bastante he descuidado mis compromiso­s aquí y en la otra casa donde laboro, pues cada rato tengo que pedir permiso para ir a la fiscalía para que me ayuden”, relata desconcert­ada.

Ha aguantado muchos golpes físicos a lo largo de su relación con su exmarido, pero asegura que el más fuerte de los golpes se lo ha dado este hombre cuando llevó a otra mujer a vivir en la casa que con tanto esfuerzo le ayudó a construir.

“Casi desde que salí para donde mi familia para evitar que me matara, se juntó con otra persona y se niega a darme la parte que me correspond­e de esa casa. Fue mucho lo que cociné para los trabajador­es que la construyer­on. Puede que no sea una cosa del otro mundo, pero hay una parte que es de mis hijos, y él no cede. A mí no me importa que se quede en la casa con su pareja y haga su vida, él no me interesa. Solo quiero que me dé lo que me correspond­e”, cuenta dejando que las lágrimas contenidas por fin se desborden.

No es de fácil llorar, lo admite. Sin embargo, la impotencia que siente es tan grande que el llanto se ha convertido en su mejor amigo. “Es la única forma que tengo de desahogarm­e. Por no dejarme matar, me fui creyendo que la justicia me protegería, y lo que me han puesto es a dar viaje sin resultado. Me han dejado que sea yo que vaya a enfrentarm­e a ese monstruo”, res- pira y toma fuerza. Se sienta un poco como buscando energía en el descanso para seguir contando su historia que a lo mejor es la de muchas otras más que tal vez no han tenido el chance de hacerla pública.

Mira hacia el techo, y al parecer piensa lo que va a decir. De regreso a su realidad, muestra valentía. Se atreve a acusar. “Usted no se imagina todos los maltratos que le aguanté a Gerónimo, fueron varias las veces que me mandó al hospital de la golpiza que me daba. Lo perdonaba, y volvía a maltratarm­e hasta que me cansé”, en este momento la sensibilid­ad le gana la partida a la gallardía.

¿Qué le hacía regresar con su verdugo? Fue la pregunta que se le hizo luego de que pudo recobrar la serenidad. Una respuesta rebuscada salió de sus labios. Se dio cuenta de que decir “que me prometía que no lo volvía a hacer”, no satisfizo el interés periodísti­co. “Le voy a decir la verdad. Yo tenía miedo a quedarme pasando trabajo con mis hijos, y traté de aguantar lo más que pude para sacar adelante a los muchachos. Aguanté insultos, maltrato de todo tipo, muchos golpes y demasiado abuso, y lo perdonaba por mis hijos”. Llorar se hace lógico.

Juana está convencida de que el haber agotado todos los pasos legales no la va a ayudar a tener paz, a preservar su vida y mucho menos a recuperar lo que le correspond­e de su casa. Por eso acudió a este medio para hacer público lo que llama: “Mi derecho”. Mientras se despega la blusa que lleva puesta, de su cuerpo sudado, dice que confía en que contar su historia le permitirá acabar con esta pesadilla en la que está atrapada desde hace unos 20 años.

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