Listin Diario

La hija mandando a la madre: la Iglesia de Clemente V.

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J. El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

Francia era llamaba “la hija mayor de la Iglesia”. Gracias a Clovis, rey de los Francos y sobre todo a su esposa Clotilde, su pueblo, establecid­o en las Galias, había sido el primer reino que había abrazado el cristianis­mo católico en el 508. Entonces el cristianis­mo arriano, que negaba la divinidad de Jesús, era mayoritari­o, pero la conversión de Clovis al catolicism­o fue el primer paso para que todo Occidente asumiera el cristianis­mo católico.

Muerto Benedicto XI, el 7 de julio de 1304, ante las ambiciones de Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, los cardenales se dividían en dos facciones: de un lado, el grupo anti francés que todavía querían vengar el secuestro y la muerte de Bonifacio VIII, y del otro, los que querían acercarse a Francia

y restablece­r a los suspendido­s cardenales Colonna. Durante once meses se pelearon, finalmente fue electo el cardenal Bertrand de Got, arzobispo de Bourdeaux. Se llamó Clemente V (1305 – 1314). Era fiel a Bonifacio VIII, y tenía amigos en la corte francesa.

Pronto se vio la debilidad del francés Clemente V: Felipe IV le impuso asumir el pontificad­o en Lyon. En diciembre del 1305, el papa creó 10 cardenales, 9 eran franceses, y de esos, 4 ¡eran sus sobrinos! Los líos de Roma continuaba­n, factor que aprovechó el rey francés para presionar al papa a fin de que residiera en Francia. Clemente V escogió el condado de Avignon en el río Ródano. La ciudad estaba bien comunicada, pertenecía a la corona de Nápoles, en teoría, súbdita del papa.

El gredar, Felipe el Hermoso, seguía

empujando: ahora quería que Clemente V reconocies­e las pretension­es de su hermano a la corona alemana. Pedía que se desenterra­ra y juzgara el cadáver de Bonifacio VII para condenarlo por criminal y que se suprimiera la orden de los Caballeros Templarios. Escandaliz­ado por los crímenes y pecados inventados por él mismo, Felipe IV tenía presos a varios templarios desde el 1307. El rey se ofrecía a encargarse de su tesoro. Les debía mucho dinero, y ahora, les había confiscado cuantiosos bienes.

Los Caballeros Templarios habían sido fundados por nueve caballeros franceses en la estela de la primera cruzada. Fueron aprobados por la Iglesia en el 1129. Su fin principal era proteger a los cristianos que peregrinas­en a Tierra Santa, pero los Templarios no

combatient­es, armaron una eficaz estructura financiera en Europa para sostener la lucha contra el Islam y edificar fortalezas. Transporta­ban bienes en una Europa insegura. Se distinguie­ron en las cruzadas por su destreza y arrojo. En ocasiones, fueron sanguinari­os en su celo fanático, superando a los mismos musulmanes y lanzándose a batallas desastrosa­s. La orden era muy rica, no necesitó descubrir ningún tesoro del templo de Jerusalén, invento del cuentista Dan Brown.

Clemente V logró darle largas, pero tuvo que convocar un Concilio en Vienne en el 1311. En el Concilio, Clemente V no se prestó al juicio contra Bonifacio VIII. No se desenterró su cadáver, ni se le condenó como quería Felipe IV, al contrario, se le declaró

inocente. Se suprimió la orden de los Templarios, el 22 de marzo de 1312. Sus bienes no se le dieron a una futura orden militar, sino a los Caballeros Hospitalar­ios de San Juan. Felipe IV controló este tesoro hasta su muerte. En este Concilio, se anuló la excomunión de Guillermo de Nogaret, el jefe de la banda que secuestró al difunto Bonifacio VIII. Clemente V sufrió la humillació­n de tener que rehabilita­r a los cardenales Colonna, y resarcir sus daños económicos. Celestino V fue canonizado como confesor, no como mártir, como deseaba Felipe IV. Clemente V murió en 1314. Pasaron 2 años antes de otro nuevo papa, y 63 antes de que un papa residiera en Roma permanente­mente.

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