Guaidó acciona; Maduro improvisa
El 20 de mayo del año 2018, día de elecciones presidenciales en Venezuela, pasará a la historia como un punto de inflexión en su prolongada crisis política, económica y social, la peor desde que el régimen chavista asumiera el poder hace ya 20 años. Aunque aquella noche Maduro se alzó con la victoria, en un proceso carente de credibilidad y con evidentes vicios, lo cierto es que provocó en la oposición una profunda revisión de de su estrategia y la búsqueda de una reinvención que tardaría meses en llegar.
Aunque los opositores, dispersos en aquel momento, hicieron un último esfuerzo, entre diciembre de 2017 y enero de 2018, con los diálogos llevados a cabo en República Dominicana, el camino trazado más efectivo para desafiar al régimen llegaría un año después. Aupados por el control absoluto de la Asamblea Nacional, los diputados eligieron a Juan Guaidó como su nuevo presidente. Ingeniero de profesión y miembro del partido Voluntad Popular, el mismo de Leopoldo López, pronunció un discurso que serviría de crónica anunciada, en el que sostuvo que lucharía por sacar a Maduro, a quien catalogó de usurpador, para establecer un gobierno de transición y llamar a elecciones.
En una muestra clara de la hoja de ruta que habían construido, el 23 de enero, tras varios días en actividades a nivel nacional en los llamados cabildos abiertos, y respaldados por el Grupo de Lima y las manifestaciones públicas de la OEA, Guaidó llamó a protestar masiva y pacíficamente en toda Venezuela, y donde quiera que se encontrara un ciudadano venezolano.
Aclamado por las masas y con los ojos del mundo puestos en Venezuela, Guaidó tenía una carta bajo la manga. En el discurso central, armado con la Constitución, dijo: “Ante Dios todopoderoso, Venezuela, juro asumir formalmente las competencias del Ejecutivo Nacional como presidente encargado de Venezuela para lograr el cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres”.
El delirio de los presentes llegó hasta el propio Palacio de Miraflores, doblemente golpeados más tarde por el reconocimiento, uno por uno, de los países de la región al presidente interino” de Venezuela, un respaldo explícito y público de naciones como Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Canadá, Perú, y más importante aún, de Estados Unidos, cuyo impacto descolocó, por primera vez en mucho tiempo, al régimen liderado por Maduro. Solo México y Uruguay actuaron como muro de contención ante la ola reinante.
Antes Chávez, hoy su sucesor elegido a dedo, a lo largo de los años habían sabido lidiar con presiones internas, pero también por parte de organismos que estos consideraban al servicio de Estados Unidos, como la Organización de Estados Americanos (OEA). Otra historia fue lo que ocurrió el pasado 23 de enero, con la proclamación de Guaidó, el apoyo diplomático y político de diversos representantes de la comunidad internacional, y la airada reacción del régimen chavista.
En respuesta, claramente acorralado, Maduro ofreció un discurso carente de estructura, incluso dándose la maña de firmar el documento que hacía oficial el rompimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, algo que suavizaría días después al sostener que había roto con Trump, y no con el país norteamericano. Remató con que estaban dispuestos a seguir vendiendo petróleo.
Mientras Maduro improvisaba, Guaidó accionaba. Días después, reapareció el ingeniero de 35 años para llamar a movilizarse pacíficamente, y socializar con familiares, amigos y cercanos a militares, en un paso considerado determinante, los puntos más relevantes de la ley de amnistía que busca que las fuerzas castrenses deserten del régimen sin temor a sufrir consecuencias legales por sus acciones pasadas.
Por lo demás, el respaldo de Estados Unidos y algo más tibio, de la Unión Europea, en especial de Alemania y Francia, además de Inglaterra, ha colocado a Maduro a la defensiva, aislado y con todos los escenarios en su contra, algo que reafirmó el diputado y expresidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, en una entrevista a El Tiempo de Colombia: “o se va (Maduro) por las buenas, que es lo deseable, o, lamentablemente, él mismo estaría escogiendo salir por las malas. Pero en los dos escenarios Maduro sale”.
La suerte está echada.