Listin Diario

Mi amado

- ALICIA ESTÉVEZ Para comunicars­e con la autora alicia.estevez@listindiar­io.com

Amo a una persona que tiene la condición de autismo. Él ya asiste a la universida­d. El otro día, un profesor no fue a clases, mi amado acudió al bedel de la facultad, como correspond­e, a preguntarl­e qué había pasado. Pero, según me contó, este empleado, que está allí para orientar a los estudiante­s, apenas lo miró. Ignoró su pregunta y se limitó a responder “así es la vida”, sin prestarle mayor atención. Él, que es todo menos tonto, me dijo eso, por suerte sin amargura, que el señor bedel lo había ignorado. No le asombra, ocurre con frecuencia. Estábamos en una tienda de zapatos y, mientras yo buscaba otra cosa, le dije que le pidiera al vendedor un tenis de su número. Miraba de lejos y veía que el empleado no iba por el tenis. Cuando terminé con lo que estaba haciendo, me aproximo y le pregunto a mi amado, él me explica que en la tienda no hay lo que buscamos. Me resulta extraño, e insisto con el empleado que si, de verdad, no tiene ningún tenis de hombre de ese número. Este, ahora diligente, va por el calzado y lo trae, en seguida. En misa, un hombre que estaba sentado al lado nuestro, se levantó porque mi acompañant­e tiene el hábito de mover una rodilla, para aligerar tensión, y eso molesta.

También, cuando habla se evidencia que sufre alguna dificultad, por eso, si alguien le presta atención y lo ayuda, asumo que se trata de una buena persona que, en lugar de hacerlo a un lado, mostrarse indiferent­e o rechazarlo de plano, lo acoge. Estos últimos son minoría.

De ahí que, este joven con la condición de autismo, aunque es inteligent­e, con una cultura amplia, superior a la de la mayoría de los chicos de su edad, y resulta, incluso, apuesto, suele quedarse solo, sin amigos ni novia. Condenado a ejercitars­e, salir a comer, ir de compras o al cine eternament­e con sus padres y sus hermanos. Pocos se arriesgan a darle la oportunida­d de tratarlo. Representa un esfuerzo que, muchas veces, ni sus propios familiares están dispuestos a hacer. Esto se repite con un montón de jóvenes como él cuyas madres he tratado. Por suerte, los psicólogos dicen que necesitamo­s el amor y la confianza de una sola persona para alcanzar cualquier meta.

Como dije al principio, amo a ese joven con cada fibra de mi ser, y como sé que Dios lo ama más que yo, confío en que nuestro amor le sobre y le baste para cumplir su misión en esta vida.

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