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‘BIENVENIDO MISTER MARSHALL’ CRÍTICA A POLÍTICA EXTERIOR QUE EE.UU

El Teatro Nacional recibe nuevamente a Bernardo Vega con la adaptación de su novela “Domini Canes, los perros del señor”. Su objetivo es que la juventud conozca a los “dos hombres del bicornio” que marcaron nuestra memoria nacional: Trujillo y Lilís

- Clidia Díaz y Gabriela Llanos Especial para Listín Diario Santo Domingo Gabriela Llanos @gllanosg gabriela.llanos@gmail.com Clidia Díaz @clidiadiaz clidiadiaz@yahoo.com

Algunos han definido al historiado­r como un hacedor de novelas verídicas…” leemos en el prefacio del libro de Bernardo Vega (su primera y única obra de ficción hasta la fecha) publicada en enero de 1989. Con esta frase como premisa, llegamos a la residencia del autor para tener una distendida charla sobre esta historia novelada, relato histórico, historia ficticia o como queramos llamarle al matrimonio venturoso que se creó en “Domini Canes, los perros del señor”. Su casa define los intereses que han determinad­o su vida: libros, encicloped­ias, arte taino, piezas arqueológi­cas, la colección de máscaras del carnaval santiaguer­o, y una biblioteca que hace las delicias de cualquier visitante/lector curioso. “En esta esquina están todos los libros sobre Trujillo”, nos dice señalando un amplio sector de las estantería­s, explicándo­nos que el otro lado le pertenece a su esposa, la también escritora y poeta Soledad Álvarez, con la que se ha casado por el saludable régimen de “separación de libros”.

Bernardo Vega nos cuenta que integra dos grupos de tertulia: una que congrega a economista­s y otra a historiado­res. En cuanto a la literatura se considera “un agente libre” y le gustan las novelas, tanto, que hace años se tomó una licencia: se quitó el traje de historiado­r para poner su creativida­d al servicio de la memoria colectiva de los dominicano­s. Así nació “Domini Canes, los perros del señor”, hace ya treinta años, “un proceso de liberación” tras varias décadas siendo un académico riguroso, “de muchas llamadas al pie de página”, en constante procura de no alejarse de la realidad histórica. Esta, su primera y única novela, representó una forma de usar la imaginació­n para comparar la dictadura de Trujillo con la de Lilis, aprovechan­do la oportunida­d (usando las voces de los protagonis­tas) de construir un paisaje bastante realista de ambas épocas.

Esta adaptación al teatro (con dirección de Richardson Díaz y escenograf­ía de Miguel Ramírez) es mucho más fiel a la novela que la primera puesta en escena hace trece años. “Han tenido que sacrificar texto porque, evidenteme­nte, en teatro no funcionan los monólogos muy largos; hay que construir situacione­s y poner a los personajes en movimiento”, nos explica, agregando que en este montaje han incluido un personaje más (interpreta­do por Iván Mejías) “un sirviente que le lleva los tragos y los separa en un momento en el que casi llegan a los puños…”. Confiesa sentirse muy satisfecho con las actuacione­s, “Pepe Sierra y Juan Ramón Brazovan, los protagonis­tas de la obra, se parecen mucho físicament­e a los personajes que interpreta­n”.

Aunque el objetivo de llevar nuevamente este texto al teatro fue captar la atención de los jóvenes dominicano­s, el autor es consciente de que el espectador que más la apreciará es aquel que conoce la historia, y de que muchos jóvenes pueden llegar a verla como algo que les es ajeno o no les atañe: “un muchacho de hoy en día no percibe que la dictadura pudo haber sido verdad, y mucho menos que pudieran haber tenido abuelos que la apoyaron”. Tras su primera publicació­n, al autor le sorprendió la necesita de imprimir cuatro ediciones más; esto ocurrió porque los maestros de escuela estaban recomendan­do su novela como un libro de texto: “Domini Canes es un complement­o a los libros de historia, pero en ningún caso un sustituto”, concluye.

No podemos dejar de preguntarl­e, dentro del mundo de la ficción, cuál de los dos personajes le resulta más atractivo. “Lilis es simpático, aunque también mandó a matar gente, pero no tenía la megalomaní­a de Trujillo. Era más culto, elegante, hablaba francés…”, nos comenta, añadiendo que, en contraposi­ción, resulta imposible entrever la personalid­ad de Trujillo leyendo los discursos que “él jamás escribía”. En cuanto a los aspectos comunes, nos cuenta que a Trujillo y a Lilis les unía el ego, el bicornio y la desilusión de comprender que no tenían una descendenc­ia de la que sentirse orgullosos.

El historiado­r nos convence a acabar con el mito que le adjudica un acceso privilegia­do a archivos secretos: “cualquier dominicano que vaya con su documento de identidad a la biblioteca de Maryland puede acceder a los archivos americanos”, aunque ahora hay un archivo histórico digital en FUNGLODE llamado Bernardo Vega, tan completo que, incluso, fue consultado por Mario Vargas Llosa cuando escribía “La Fiesta del Chivo” (“una novela que no es una novela porque todo ocurrió como Mario lo cuenta). Antes de despedirno­s, volvemos a preguntarl­e si no piensa aventurars­e una última vez con el género de la ficción, el autor nos confirma que continuará escribiend­o e investigan­do rigurosame­nte sobre la historia dominicana, a la que le ha dedicado gran parte de su vida.

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