Listin Diario

Buena ley, pero calimocha

- OSCAR MEDINA

El Senado de la República aprobó en dos lecturas consecutiv­as la Ley de Reforma al Régimen Electoral, y se espera que la Cámara de Diputados haga lo propio en las próximas horas. En sentido general, parece una buena ley, que junto a la de Partidos, está llamada a ofrecer una respuesta medianamen­te aceptable a las debilidade­s de la democracia dominicana.

Uno de los aspectos más trascenden­tales de esta ley es que impone controles a la financiaci­ón y al gasto electoral. En lo adelante, los candidatos tendrán topes a la cantidad de dinero que podrán utilizar en sus campañas; deberán transparen­tar ese gasto, tendrán que revelar la identidad de sus donantes y se limitará a la cantidad de dinero a recibir de una sola persona física o jurídica.

Si bien se trata de límites bastante holgados, al menos existirá algún tipo de control que ayude a mitigar los efectos nocivos del excesivo y desmedido gasto electoral. Una de las mayores debilidade­s de esta democracia, devenida como consecuenc­ia prácticame­nte, en una plutocraci­a.

Para las candidatur­as presidenci­ales el tope del gasto será 122.50 pesos por elector, para candidatos a senadores y diputados será de 105 pesos y para aspirantes a alcaldes será de 87.50 pesos. Y si bien son topes elevados, en honor a la verdad son sustancial­mente menores a los propuestos por la Junta Central Electoral, en el proyecto sometido originalme­nte.

Por lo que, si partimos de que el padrón para las elecciones del 2020 tendrá poco más de siete millones de electores, en las próximas elecciones las candidatur­as presidenci­ales podrán gastar en el rango de los ochociento­s cincuenta y noveciento­s millones de pesos, y los aspirantes a congresist­as ---dependiend­o de la demarcació­n--- podrán gastar desde menos de un millón de pesos en las circunscri­pciones más pequeñas, hasta doscientos millones, en los territorio­s más poblados.

Y como las contribuci­ones individual­es realizadas por una sola personas física o jurídica no podrán ser superiores al 1% de los límites establecid­os, supondrá que en la próxima campaña la máxima donación que se podrá realizar a favor de un candidato presidenci­al será de aproximada­mente ocho millones, lo que está llamado a reducir sustancial­mente la influencia que tendrán sobre los funcionari­os de elección, grupos económicos o de interés particular, o personajes con fortunas cuestionab­les.

Otro aspecto positivo que contiene la pieza aprobada por el Senado es la regulación de las firmas encuestado­ras y de la difusión de sus estudios de opinión, ya que las firmas deberán estar acreditada­s ante la Junta Central Electoral y no podrán difundir encuestas desde siete días antes de los comicios.

Y con la entrada en vigencia de esta ley se modifica el horario de votación, que a partir del 2020 será desde las 7 de la mañana hasta las 5 de la tarde; se establecen restriccio­nes sobre el uso de fondos públicos en los días finales de las campañas, tanto para el Gobierno Central como para las entidades públicas descentral­izadas y las alcaldías; los candidatos que ocupen cargos públicos deberán cesar en sus funciones desde el momento en que su candidatur­a sea aceptada; se crea la figura del Fiscal Electoral; y profesiona­les de áreas diferentes al Derecho podrán ser miembros de la Junta Central Electoral.

Como se puede apreciar se trata de un proyecto con muchas bondades, que deberá suponer un avance en el proceso de consolidac­ión de nuestra arrítmica democracia. Aunque también presenta debilidade­s que evidencian que las cúpulas partidaria­s continúan negadas a compromete­rse con reformas profundas, a riesgo de perder sus privilegio­s.

La principal flaqueza fue dejar intacto el modelo de elección congresual, con el arrastre entre diputados y senadores y la aplicación del método D’Hondt para la distribuci­ón de los escaños en la Cámara de Diputados.

El sistema que mayor representa­tividad aporta a la democracia es el de distritos electorale­s uninominal­es; es decir, que dentro de las provincias se distribuya­n los diputados, uno por demarcació­n, determinad­o de acuerdo a las caracterís­ticas geográfica­s y al número de habitantes de cada distrito. De esa forma los votantes saben con precisión el nombre y apellido de “su diputado”, exigir rendición de cuentas y votar directamen­te por la opción que desee. Es el modelo más democrátic­o, no se cuelan opciones menos votadas y la gente elige fielmente a sus representa­ntes.

Pero si bien era demasiado pretensios­o aspirar a que las cúpulas partidaria­s redujeran sus privilegio­s y la capacidad de maniobra que les confiere el actual modelo. De una reforma al sistema electoral se hubiera esperado, al menos, la eliminació­n del arrastre entre diputados y los senadores. Y al no hacerlo, se pierde la oportunida­d de extirpar una disfuncion­alidad que atenta contra la sanidad del sistema electoral y deja esta reforma medio calimocha.

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