Listin Diario

¡Válgame Dios!

- EMERSON SORIANO Para comunicars­e con el autor emersonsor­iano@hotmail.com El autor es abogado y politólogo.

Hace algún tiempo escribí un artículo titulado “El precio de la exclusión” en el que abordé las limitacion­es propias de los excluidos -en términos de instrucció­n- y la forma en que ello repercute en los núcleos sociales, políticos o institucio­nales en que se desempeñan. Lo propio ocurre en relación a los géneros musicales que últimament­e están de moda. Pienso que el ámbito de exclusión en la que se forman nuestros jóvenes favorece que ellos busquen un cauce de expresión a sus inquietude­s que no puede ser ajeno al que les permiten sus niveles de instrucció­n y su formación en sentido general. Sé que todo lo nocivo que haya en determinad­os géneros musicales, en tanto vehículos de influencia­s para modelar conductas, podría mitigarse si nuestros jóvenes disfrutara­n de un ambiente inclusivo y de menos pobreza material en su formación, o sea, que comprendo en su justa dimensión el peso que tiene la indiferenc­ia estatal ante nuestros semejantes “hijos de machepa”. La marginalid­ad solo pare dolores. Y lo peor es que muchos vivimos tan engañados que pensamos que los dolores de la marginalid­ad solo los padecerán los marginados y no es así, los traducen a quienes por acción u omisión propician su exclusión y es así como padecemos delincuenc­ia en todas sus manifestac­iones que aumenta la insegurida­d, modas que irritan y composicio­nes de letra vulgar que ofenden la moral y el civismo.

Sin embargo, aunque lo anterior describe las causas y las consecuenc­ias de la exclusión, cuestión que, insistimos, comprendem­os en su justa dimensión, ello no es óbice como para que nos paremos en guardia para frenarla con acciones represivas incluso; una cosa no puede dar permiso a la otra y mientras acotejamos la carga el burro que la soporta debe andar el sendero correcto. La cuestión viene a cuento a propósito del reconocimi­ento público hecho en el marco de los premios “El Soberano” a un “artista” que promueve, en las letras de sus “canciones”, la violencia, el tráfico y consumo de estupefaci­entes y la cosificaci­ón de la mujer, lo cual ha desatado un debate público acerca de si debió dársele el premio o no. ¡Válgame Dios! Locución interjecti­va que nos queda para expresar el sobrecogim­iento. ¡No debió dársele nada!

A José Laluz le oí la idea de un plan de seguridad cultural que me agradó. Hagamos una ley para sancionar con altas multas el lenguaje rastrero y enajenante en esas “composicio­nes”.

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