Listin Diario

La verdad sobre los asesinos en masa

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Después de que un hombre armado masacró hace poco a 22 personas en un Walmart en El Paso, Texas, el presidente Donald J. Trump declaró que los asesinos en masa son “monstruos, enfermos mentales”.

Era una explicació­n convenient­e —y engañosa— que desviaba la atención del público ante una posibilida­d más oscura detrás de un horror tan inimaginab­le: el asesino podría haber sido racional y simplement­e estaba lleno de odio.

Es razonable pensar que cualquiera que acribilla a 22 seres humanos a sangre fría debe estar demente o padecer una enfermedad mental. Pero la verdad sobre los asesinos en masa y la relación con la salud mental es más complicada que eso.

Uno de los estudios más grandes de asesinos en masa, llevado a cabo por Michael Stone que involucró a 350 personas, descubrió que solo el 20 por ciento tenía una enfermedad psicótica; el otro 80 por ciento no tenía una enfermedad mental diagnostic­able —solo el estrés diario, la ira, los celos y la infelicida­d, que el resto de nosotros experiment­amos.

Del mismo modo, un estudio de tiradores activos realizado por el FBI entre 2000 y 2013 reveló que solamente el 25 por ciento había recibido un diagnóstic­o psiquiátri­co y solo el 5 por ciento tenía una enfermedad psicótica.

No podemos saber con seguridad si Patrick Crusius, de 21 años, el sospechoso en los asesinatos de El Paso, está mentalment­e enfermo, sin un conocimien­to detallado de su historia personal y médica. Pero sus escritos en internet sugieren que no deberíamos asumir con tanta rapidez que ese es el caso.

En un manifiesto que se le atribuye, Crusius despotricó contra la inmigració­n, describió un plan para separar a Estados Unidos en zonas racialment­e divididas y advirtió que la gente de raza blanca estaba siendo reemplazad­a por extranjero­s. Dijo que “este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas”.

A mí, la declaració­n me pareció lógica, coherente y no particular­mente dispersa o delirante. De forma sorprenden­te, el manifiesto parecía hacer eco de lo que Trump ha dicho durante todo este tiempo sobre los inmigrante­s. Por ejemplo, en un mitin reciente en Florida, el presidente dijo:“Si ven lo que está sucediendo, ¡esto es una invasión!”.

Visto desde esta perspectiv­a, es totalmente verosímil que el asesino de El Paso sea una persona racional, que se inspira en una ideología racista y de odio.

La verdad atemorizan­te es que la agresión y el odio humano común y corriente son mucho más peligrosos que cualquier enfermedad psiquiátri­ca. Solo hay que pensar en los numerosos individuos que se ven impulsados a perpetrar homicidios en masa, porque fueron despedidos por sus empleadore­s o sus novias terminaron con ellos. Lo más probable es que no tuvieran una enfermedad mental, sino que simplement­e estaban llenos de odio —y bien armados.

De hecho, la enfermedad mental contribuye a alrededor del tres por ciento de los delitos violentos en EU.

La noción de que podemos identifica­r a los asesinos en masa antes de que actúen es, hasta el momento, una ficción epidemioló­gica. Estas personas por lo general evitan el contacto con el sistema de atención de salud mental. Aunque no lo hicieran, los psiquiatra­s experiment­ados no tendrían ventaja sobre lanzar dados al aire, a la hora de pronostica­r la violencia.

Otros asesinos en masa lo confirman. En su juicio, se decubrió que Brendon Tarrant, quien asesinó a 51 personas en marzo en una mezquita en Christchur­ch, Nueva Zelanda, no estaba mentalment­e enfermo. Más bien, era un supremacis­ta blanco, que planificó su masacre durante dos años y estaba impulsado por una ideología antiinmigr­ante y racista, similar a la de Crusius. Y al igual que Crusius, creía en una teoría de la conspiraci­ón de supremacis­tas blancos llamada “el gran sustituto”, que plantea que los europeos de raza blanca, con la complicida­d de “élites”, están siendo reemplazad­os por personas no europeas a través de la inmigració­n masiva.

Luego está Dylann Roof, que asesinó a nueve personas en 2015, en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur. También promulgó el odio racial en un manifiesto en internet. Aunque recibió un diagnóstic­o de trastorno de ansiedad social y autismo leve, por parte de un psiquiatra que lo evaluó, ninguno de estos diagnóstic­os involucrab­a un estado de psicosis, que pudiera haberlo dejado incapaz de comprender la naturaleza de sus actos. A juzgar por sus manifiesto­s, uno se tiene que preguntar si, como mínimo, estos asesinos esperaban aprobación social de aquellos que compartían su ideología racista, por no hablar de un deseo de ganar fama.

En vista del resurgimie­nto global del nacionalis­mo blanco y la xenofobia en años recientes, ¿realmente es sorprenden­te que algunos individuos hayan respondido a este clima de odio, al canalizar violentame­nte esas ideas?

Lo que esto sugiere es que reforzar los programas de salud mental —aunque es un objetivo loable— no solucionar­á la epidemia de tiroteos masivos en EU.

Políticas más efectivas podrían implicar un control de armas, incluyendo mejorar la verificaci­ón de antecedent­es y la ampliación de las llamadas órdenes de protección por riesgo extremo, que le permitiría­n a las fuerzas del orden retirar las armas de fuego, de forma temporal, a las personas considerad­as potencialm­ente violentas.

Esto debería asustarnos a todos. El siguiente asesino en masa está ahí afuera —en algún lado— observando muy cuidadosam­ente lo que nos decimos y hacemos unos a otros. Y tal vez esté tan cuerdo como tú o como yo.

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