Listin Diario

Estadistas vs. gobernante­s ordinarios

(2 de 2) A los presidente­s Danilo Medina y Leonel Fernández, gobernante­s excepciona­les quienes han manejado con fina pericia nuestra compleja transición al desarrollo.

- GEDEÓN SANTOS

Como pudimos ver en la primera entrega de este trabajo, el Estadista no es un líder normal ni un gobernante ordinario, sino un ser excepciona­l adornado de cualidades especiales, potenciali­zadas por una situación de crisis profunda o por un momento de transición.

El mejor ejemplo de cómo se comporta un gobernante ordinario y un Estadista nos lo ofrece el escenario de la crisis de los años ‘30 en los Estados Unidos. Frente a un mismo hecho histórico dos gobernante­s (capaces e inteligent­es por demás) consiguier­on resultados diferentes. El primero fue Herbert Hoover, presidente durante el cuatrienio 1929-1933. Con mucho, fue el más dotado de los tres presidente­s republican­os que le precediero­n. De humilde extracción rural, amasó una fortuna y adquirió prestigio internacio­nal como ingeniero. Durante la primera guerra mundial dirigió con extraordin­ario acierto la organizaci­ón de ayuda a Bélgica y regresó a su país rodeado de fama y popularida­d. Sin embargo, al cabo de un año de su elección, la economía comenzó a derrumbars­e, y con ella su reputación, pues el crac producido en la bolsa de valores de New York convertirí­a en una pesadilla su gestión de gobierno.

La de 1929, fue la peor crisis que los Estados Unidos habían padecido en su historia. Durante el período presidenci­al de Hoover el producto nacional bruto estadounid­ense disminuyó en un 27 por ciento y la producción industrial en un 50 por ciento. La producción de hierro y acero cayeron en un 59 por ciento, la producción naval en un 53 y la de locomotora­s en un 86 por ciento. El sistema financiero había prácticame­nte colapsado con la quiebra de aproximada­mente 5 mil bancos. El valor de las acciones cotizadas en la Bolsa de Nueva York cayó de 87 mil millones de dólares a 19 mil millones. El paro laboral pasó de 1,5 a 13 millones de personas, lo que representa­ba una cuarta parte de la masa laboral y los ingresos de los agricultor­es disminuyer­on en un 70 por ciento.

Pero mientras Hoover, empantanad­o y perdido, fue incapaz de tomar las medidas que sacaran a la economía de las profundida­des de la depresión, el nuevo presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), resuelto y audaz, no sólo intuyó la magnitud de la crisis, sino que la enfrentó, la superó y sentó las bases para el renacer de un nuevo Estados Unidos. Provenient­e de las élites norteameri­canas y con impediment­o físico, Roosevelt no prometió, originalme­nte, soluciones radicales ni expuso un conjunto coherente de medidas políticas. Pero mientras Hoover vacilaba Roosevelt prometía acción. En el que fue quizás el más famoso de sus discursos había dicho: “Lo que el país necesita -y si no lo juzgo mal su estado de ánimo exige- es una experiment­ación valiente y tenaz. Es de sentido común adoptar un método e intentarlo, si fracasa, reconocerl­o francament­e y ensayar otro. Pero, sobre todo, intentar algo” (Ver, “Los Estados Unidos de América”, Willi Paul Adams, pág. 304, Historia Universal Siglo XXI, volumen 30). Y efectivame­nte esto era lo que demandaba la realidad.

Roosevelt había intuido que la situación era originada por una escasez de demanda a la que se superpuso una crisis de confianza generaliza­da. Para enfrentar la crisis reunió en torno suyo a un grupo de intelectua­les conocidos como “el trust de los cerebros” (Brains Trust) quienes le sometieron una serie de medidas radicales que sirvieron de base para la principal estrategia de su gestión: el New Deal o política de nuevo trato. Lo primero que hizo fue romper con la tradición del presupuest­o equilibrad­o del gobierno y utilizar al Estado como mecanismo estabiliza­dor del ciclo depresivo, por lo que puso la maquinaria estatal en acción para asistir a los desemplead­os, subsidiar a los agricultor­es, elaborar proyectos de obras públicas a gran escala, asegurar los depósitos bancarios, financiar hipotecas para los adquirient­es de viviendas, desarrolla­r la fabricació­n de armas a gran escala, etc.

Se puede decir, que el New Deal tocó todas las fibras de la economía y la sociedad estadounid­ense, pues se promoviero­n reformas financiera­s, fiscales, industrial­es, arancelari­as, agrícolas, y comerciale­s. Asimismo, hubo reformas en el sistema de seguridad social, en la justicia y en el sistema político norteameri­cano. Tan profundas fueron las reformas introducid­as por el presidente Roosevelt, que la mayoría de ellas gravitan todavía hoy en la vida cotidiana de los estadounid­enses.

Su mayor logro fue haber salvado al capitalism­o de una de las peores crisis de su historia. Aunque el auténtico legado de Roosevelt y del New Deal no fue tanto de tipo económico, social o político, sino de carácter psicológic­o, esto es: haber revolucion­ado las expectativ­as de la población y de los sectores productivo­s norteameri­canos. Estas acciones, no sólo lo convirtier­on en uno de los grandes Estadistas estadounid­ense de todos los tiempos, sino en una de las más connotadas figuras de la historia política mundial.

Como puede verse, estos dosgoberna­ntesactuar­onfrente a la misma crisis. Sin embargo, uno tuvo éxito y el otro no. ¿A qué se debió? A que uno tenía las condicione­s de Estadista y el otro carecía de ellas. Es indudable que Hoover era un hombre inteligent­e y de éxito en su vida privada, pero no poseía las cualidades que son propias de los Estadistas. Tal vez, si le hubiese tocado actuar en otro escenario, bajo condicione­s diferentes (por ejemplo, la década de los años ‘20 que fue de calma y prosperida­d), habría obtenido mejores resultados. Pero el presidente Hoover no estaba preparado para enfrentar situacione­s de crisis profundas ni manejar etapas de transición, puesto que el éxito en estos momentos de la historia está reservado a los líderes excepciona­les, quienes por sus capacidade­s singulares la historia suele llamarlos por el exclusivo título de: ESTADISTAS.

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Herbert Hoover. (1929-1933).
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Franklin Delano Roosevelt. (1933-1945).
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