Listin Diario

El temple de los miembros de la JCE

- Para comunicars­e con el autor emersonsor­iano@hotmail.com

En infinidad de ocasiones se ha oído decir que lo importante no es cómo el hombre comienza, sino cómo termina. La grandeza pública –política o personal– no es algo que se pueda comprar en Amazon y sentarse a esperar que un Courier la traiga a la puerta de la casa, como pretenden muchos que les llegue, ella se construye y se define con el paso del tiempo, conforme la vida va colocando la persona humana en coyunturas de toma de decisiones.

Si las decisiones salen mal, esto es, si resultan perjudicia­les para la colectivid­ad o para la persona misma de quien las toma, ello podría dejar maltrechas sus competenci­as, su moral y por vía de consecuenc­ia, su reputación. Los hombres públicos tienen entonces un gran reto por delante: tomar decisiones y que éstas sean, a su vez, las más convenient­es, pero sobre todo transparen­tes, honestas.

La cuestión viene a cuento a propósito de la conducta observada por los miembros de la Junta Central Electoral después del 6 de octubre, fecha en que se celebraron las primarias del PLD y el PRM. Todos estos hombres y mujeres han observado una conducta digna de admiración. Llenaron con presteza el encargo que le hizo la sociedad.

El país debe estar al lado de los miembros de la JCE en esta hora difícil que confrontan para el desempeño de sus funciones, porque hombres y mujeres como éstos constituye­n fuentes de inspiració­n para las futuras generacion­es. Todos conocemos la bien ganada reputación de esos miembros, pero sobre todo, todos les hemos visto actuar oportuname­nte en correspond­encia con las exigencias particular­es del momento. Exigencias de honradez y temple.

Todos tenemos el deber de reclamar para ellos respeto y que el Estado les proporcion­e una seguridad reforzada, adicional a la que ya tienen. ¿Por qué digo esto? Porque del evento que protagoniz­ó el miembro Roberto Saladín, de su renuncia y su reconsider­ación sobre ésta, se desprende que alguien ha intentado presionarl­o para que haga quedar mal –calumniosa­mente– a sus compañeros de la institució­n.

Pero lo peor de todo es que, ese o esos que lo han intentado extorsiona­r, hayan apelado al sentimient­o de la amistad o a la gratitud debida para obtener una acción indebida de Roberto Saladín. Por fortuna, aún quedan hombres y mujeres serias, a quienes les importa un comino la extorsión a la hora de defender su dignidad.

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