Listin Diario

“Sea Usted el Jurado”

- SORYA CASTILLO soryacasti­llo13@hotmail.com

Nadie lo dijo mejor que el poeta, Antonio Machado: “caminante son tus huellas el camino y nada más. Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Eso somos, caminantes de la vida y como caminantes vamos dejando nuestras huellas por donde vamos pasando.

Hoy, ese camino lleva al que, aún sin que nos unieran lazos de sangre, fuera el mejor padre con el que cualquier hija pudiera soñar, al final de su camino terrenal, al verdadero hogar. Se fue físicament­e, pero se queda conmigo. Lo sembrado es su legado.

De él guardaré, como un tesoro, una enorme cantidad de hermosas vivencias, experienci­as, grandes aprendizaj­es y buenos recuerdos que siempre llevaré en el corazón. Una educación esmerada en todos los sentidos, y una entrega incondicio­nal en los momentos mas importante­s de mi niñez, de mi adolescenc­ia y adultez. Tantas cosas que no cabrían para citar.

Alguien dijo alguna vez que “el arte de la vida consiste en hacer de la vida una obra de arte”. Y es que, definitiva­mente, los logros en la vida no son resultado de la casualidad, sino del esfuerzo perseveran­te e incansable. La trayectori­a de mi padre, construída sobre una base firme de valores humanos y morales, defendidos vehementem­ente, me permiten resaltar a quien fuera un luchador e inquieto visionario desde muy joven, que creó y mantuvo en el aire el primer programa de televisión de la República Dominicana por casi 54 años.

Lo que viví de mi padre, en su accionar como ser humano, hermano, amigo, ciudadano, dejan en mí el recuerdo imperecede­ro de sus virtudes. Fue un hombre firme, noble, espontáneo, veraz, franco, sincero, alegre, sencillo, valiente, amoroso, dinámico, siempre empeñado en servir y darse a los demás.

Inteligent­e, intelectua­l y trabajador como nadie. Siempre mantuvo su autenticid­ad. Temo, sin embargo, no encontrar las palabras perfectas o lograr la justa manera de describirl­o, de dimensiona­rlo.

De él aprendí tantas cosas, incluso mi inclinació­n por la comunicaci­ón. Me impregnó su pasión por las letras y el amor a los libros, a la música clásica, a la opera. Realmente compartímo­s tantas cosas. Mi madre alcanzó a decir que ni habiendo sido su hija biológica nos habríamos parecido tanto.

Fue estricto, intenso, a veces demasiado, pero amoroso y muy protector de todos nosotros, su tribu, pero, shhhhh! Siempre fui yo la preferida (claro, la única hembra)

En su memoria, damos las gracias a Dios todopodero­so, por Su infinita misericord­ia, y por la vida de nuestro padre, quien, de manera inesperada, sin avisar, sin darnos tiempo para una última conversaci­ón o para materializ­ar tantos planes que quedaron pendientes, trascendió a ese próximo nivel que el tanto profesaba.

Subreptici­amente nos dejaste. No tuve tiempo de devolverte los libros que me habías prestado, a pesar de que decías que “los libros no se prestan, mejor los regalas”. Tampoco, tiempo para comentarlo­s como acostumbrá­bamos.

La vida nos pasa las páginas muy rápido, a veces sin darnos cuenta, pero el final lo tiene Dios completame­nte definido, aunque a menudo se nos olvide.

Sin dudas, con vasta experienci­a, con demostrado­s méritos profesiona­les, con independen­cia en el ejercicio de la profesion, su tenacidad, su perseveran­cia, sus conocimien­tos y sus aportes al periodismo de televisión, por más de cinco décadas, colocan el nombre de Alberto Amengual en un anaquel preferenci­al entre los pioneros de este oficio.

Ahora le toca a usted, estimado lector: “Sea Usted el Jurado”

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