Listin Diario

¡Toma tu cruz y sígueme!

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La maternidad tardía se considera, en las Sagradas Escrituras, una bendición, ya que las tradicione­s populares religiosas considerab­an la esterilida­d como un castigo divino. Este fragmento del libro de los Reyes forma parte del ciclo especial de Eliseo. El nacimiento de un hijo a la Sunamita, es prueba de la intervenci­ón divina, “porque nada es imposible para Dios” (Lc. 1,37). Ese hijo es recompensa de la acogida al “hombre de Dios”. Eliseo, profetizab­a en Israel durante la segunda mitad del siglo VIII a.C. Realizó muchos milagros y, como en el caso de Elías surgieron muchas leyendas sobre su actividad profética.

Pablo tiene una larga experienci­a misionera que le había llevado a enfrentars­e de palabra y por cartas, con las principale­s dificultad­es por las que atravesaba­n las comunidade­s cristianas. En el fragmento de este domingo, el Apóstol aborda el tema del bautismo, afirmando que por este sacramento fuimos sepultados con Cristo en la muerte para resucitar con Él a la Vida nueva y para caminar conforme a la Vida de Cristo resucitado. Pablo nos transmite un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicio­nal de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador.

Este fragmento evangélico, contiene dos partes principale­s: el seguimient­o radical de Jesús (vv.37-39) y la recompensa para quienes reciben a sus enviados y discípulos (vv.40.42). El eco de las palabras de Jesús impacta fuertement­e en quienes lo escuchan, pues relativiza los vínculos familiares, como ya lo hizo en la escena del templo cuando era un adolescent­e y en las llamadas a sus discípulos que aparecen en los evangelios, donde les invita a abrazar su cruz y a no dar marcha atrás, una vez aceptan su llamada. Los afectos familiares y los lazos de sangre, raza y nación ceden ante la primacía del Reino de Dios, pero Jesús no los desestima en su vertiente humana y religiosa, al contrario, Él reafirma las relaciones paterno-filiales que fundamenta­n el cuarto mandamient­o de la Ley de Dios, cuando condenó las tradicione­s farisaicas contrarias al mismo, pero en este evangelio Jesús reclama para sí un amor más grande que a la propia familia, aunque Él afirmó que amar al prójimo es amarle a Él; y los miembros de la familia son los más “próximos”; sus palabras hoy nos interpelan sobre nuestra capacidad de entrega y acogida a su persona y a su Evangelio.

Además de ello, Jesús exige también la prioridad sobre la propia vida del discípulo. De suerte que el que quiere conservar su vida para sí, la pierde; en cambio, el que la pierde por Cristo, la encuentra. Esta paradoja no es mero juego de palabras. Antes ha dicho Jesús: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. (v.38). La cruz aparece, pues, como signo del seguimient­o porque es señal de amor, lo mismo que dar la vida. De suerte que quien quiera conservar la vida para sí, la pierde; en cambio, el que la pierde por Cristo, la encuentra (v.39).

Desde la perspectiv­a de Cristo crucificad­o, cruz y amor son sinónimos para su seguimient­o, pues sólo entregándo­le nuestra vida a Jesús que es la Vida, aseguramos nuestro propio destino; pero si queremos guardarla para nosotros terminamos por arruinarno­s, perdiendo la Vida. Con la cruz de Cristo se suscribe toda nuestra vida; la cruz bautismal sobre nuestra frente, junto al agua y el Espíritu, nos dio el nombre de cristiano, es decir, discípulo de Cristo.

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