Migrantes agrícolas le temen al virus
IMMOKALEE, Florida — Dentro de su hogar ordenado, un modesto apartamento enclavado en un vecindario de trabajadores agrícolas itinerantes, Angelina Velásquez empacaba. Una bolsa de viaje medio llena yacía en el sofá, rodeada de ropa para doblar. La cosecha anual había terminado en Immokalee, la capital del tomate de invierno de Estados Unidos, y era hora de dirigirse al norte.
Velásquez, madre soltera de 52 años con dos hijas, no quería ir. No en el largo viaje en una van atiborrada a Nueva Jersey. No, en el abarrotada vivienda que compartiría con sus hijas, de 11 y 15 años, y otros jornaleros como ella, que pasarían el verano recogiendo moras azules. No, en un viaje en el que cada paso las pondría en riesgo de contraer el coronavirus. “Tenemos miedo”, confesó Velásquez. “Pero ¿a dónde me voy? Aquí no hay trabajo.
Velásquez y otros miles de trabajadores migrantes se desplazan cada año, desde el sur de Florida por la Costa Este de Estados Unidos hacia el Medio Oeste, siguiendo la maduración de las frutas y verduras. Este año, muchos traerán el coronavirus con ellos.
Las comunidades agrícolas de Florida se han convertido en cunas de infección, alimentando un nuevo y preocupante aumento en el número diario de nuevas infecciones del estado, que ha alcanzado nuevos récords en los últimos días.
Las implicaciones van mucho más allá de Florida: el número de casos en lugares como Immokalee están aumentando, al tiempo que los trabajadores agrícolas migran.
Las regiones agrícolas de Florida tienen un alto grado de riesgo incorporado. Los recolectores de frutas y verduras trabajan cerca unos con otros en los campos, se trasladan en autobuses hombro con hombro y duermen en apartamentos o casas móviles con otros jornaleros o varias generaciones de sus familias.
El gobernador Ron DeSantis, un republicano, ha calificado el contagio en comunidades agrícolas como “el brote número uno” de Florida.
Se necesitaron muchas semanas para que una respuesta coordinada de salud pública tomara forma en Immokalee, que tiene una clínica financiada por el gobierno local, pero ningún hospital. Médicos Sin Fronteras, la organización sin fines de lucro, llegó en abril para ayudar. Su centro de pruebas ambulatorio se ha instalado dos veces en el mercado de pulga, cerca de la calle principal. “También estamos un poco sorprendidos de que estemos aquí”, afirmó Jean Stowell, que supervisa el equipo nacional de respuesta al coronavirus de la organización. “Sabíamos que la migración era un problema en EUA, que expondría a las personas a la vulnerabilidad. Sabíamos que tendrían dificultades para obtener atención médica”.
Immokalee, una comunidad de 25.000 habitantes en el borde occidental de los Everglades, tiene más de 1.250 casos —más que Miami Beach, una ciudad tres veces más grande. El índice de pruebas positivas en el condado Collier, hogar de Immokalee, es del 11 por ciento, cerca del doble de la tasa del estado.
Laura Safer Espinoza, directora ejecutiva del Fair Food Standards Council, una organización que trabaja con los cultivadores y migrantes, afirmó que los empleadores agrícolas estaban, en gran medida, exentos de tener que compensar a los trabajadores que se quedaban en casa enfermos, y que los empleados a menudo ignoraban sus síntomas y se presentaban a trabajar. “Hay mucho temor de perder un cheque de pago”, afirmó.
Aunque muchos son trabajadores invitados con visas temporales, otros son indocumentados, con poco acceso a la atención médica de rutina y un miedo arraigado a las autoridades. Pese a la penuria financiera, algunos residentes de Immokalee tienen tanto miedo de infectarse lejos de sus familias, que planean renunciar a la cosecha en el norte.
Alejandrina Carrera, una trabajadora agrícola de 38 años, comentó que tenía previsto dejar a sus hijos al cuidado de su hermana. “Pero dedicí que mejor no”, manifestó.
La cosecha se dirige al norte, junto con las inquietudes.