Listin Diario

Los golpes que cercenaron las nacientes democracia­s de AL

- POR RAFAEL NUÑEZ

La versión del macartismo aplicada en América Latina por el Departamen­to de Estado Norteameri­cano a través de la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA), a partir de la década de los cincuenta para derrocar a gobiernos de estirpe meramente democrátic­a, mutiló la posibilida­d de la construcci­ón de un puñado de sociedades plurales, desarrolla­das en el continente a partir de la década de los años cincuenta.

Aplicado primero a lo interno de los Estados Unidos post Segunda Guerra Mundial, el macartismo fue la actitud asumida por las administra­ciones estadounid­enses para evitar las infiltraci­ones de elementos comunistas en toda su esfera de influencia y en aquellas que, aún lejanas, podían pasar al bloque rojo, encabezado por la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS).

Tomando el apellido del senador republican­o Joseph Raymond McCarthy, más que un movimiento para defender los postulados democrátic­os enarbolado­s por Estados Unidos, el macartismo se convirtió en una paranoia anticomuni­sta que se llevó entre las patas de los caballos a reales regímenes liberales, que no solo surgieron en lejanas fronteras del país del norte, sino en el propio solar de América Latina.

Culminada la Segunda Guerra, Estados Unidos surge como potencia hegemónica en occidente, mientras que la URSS se constituye en la líder de todos aquellos países alineados con la ideología socialista o comunista, con lo cual empieza la denominada Guerra Fría, que sirve de predicamen­to al senador McCarty para poner en marcha una política intensa de combate a los verdaderos o alegados comunistas.

Sin obviar la realidad de que la Unión Soviética, con Joseph Stalin a la cabeza, buscaba expansión de su ideología por el resto del planeta, no pocos críticos del macartismo entendiero­n que aquello pasó a ser una obsesión tan brutal que se aprobaron leyes, programas y se confeccion­aron listas negras en la propia sociedad norteameri­cana cuyos integrante­s fueron perseguido­s y encarcelad­os.

En no pocos países considerad­os satélites de los Estados Unidos se llevaron a cabo conspiraci­ones aupadas por la CIA, de acuerdo con documentos desclasifi­cados, que dieron al traste con gobiernos genuinamen­te democrátic­os liberales como los de Rómulo Gallegos, en Venezuela (1948); Federico Chávez, en Paraguay (1954); Joao Goulart, presidente derrocado por la dictadura militar que se perpetuó por 21 años en Brasil, desde 1964; Jacobo Árbenz Guzmán, derrocado el 18 de junio de 1954, en Guatemala; el profesor Juan Bosch, en 1963, en República Dominicana, depuesto por otra asonada militar azuzada por la CIA, de cuya acción se cumplieron 57 años este 25 de septiembre.

Esos y otros golpes dieron al traste con administra­ciones democrátic­as, tildadas por Estados

Unidos como infiltrado­s por la Unión Soviética, como el de Salvador Allende, en 1973, en Chile.

Jacobo Arbenz, el soñador

La Revolución de Octubre en Guatemala (1944-1954) fue un movimiento cívicomili­tar que inició una serie de reformas y modernizac­ión del Estado guatemalte­co, que por sus resultados positivos se conoció como los “Diez Años de Primavera”. Desplazó del poder al general Jorge Ubico Castañeda, que permaneció 14 años y cuyo ideología nazi no era un secreto como tampoco su simpatía con el mentor de ella, Adolf Hitler. Ubico Castañeda como otros dictadores que se erigieron en el continente no constituyó, empero, dolor de cabeza para el Departamen­to de Estado ni la CIA, entonces.

A la cabeza de la junta revolucion­aria guatemalte­ca estuvieron el capitán Jacobo Arbenz, Jorge Toriello Garrido y el teniente coronel Francisco Javier Arana. Un año después de iniciada la revolución, se organizaro­n elecciones libres que fueron ganadas por el ciudadano Juan José Arévalo Bermejo, a través de una Asamblea Constituye­nte, que también eligió diputados.

El asesinato del teniente coronel Arana el 18 de julio de 1949, en circunstan­cias muy confusas en el puente La Gloria, preparó el terreno para que en el firmamento militar, Árbenz Guzmán pasara a ser el ministro de Defensa del gobierno arevalista.

Ese grupo de políticos y militares guatemalte­cos impulsó un programa de reformas y avances para impulsar el desarrollo económico de Guatemala, como el Código Laboral, permitió la organizaci­ón de los trabajador­es, fomentó la educación pública en todos los niveles y fortaleció la Universida­d de San Carlos de Guatemala.

Los intentos de golpes contra el primer gobierno democrátic­o de Arévalo no cuajaron debido a la influencia entre los militares del mayor Árbenz Guzmán, que tuvo que sofocarlos, incluido el encabezado por su compañero, el teniente coronel Carlos Castillo Armas, Cara de Hacha.

Castillo Armas es uno de los personajes principale­s que da vida a la nueva novela del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, “Tiempos Recios”, puesta en circulació­n el año pasado en más de 70 países.

República Dominicana, el dictador Rafael Leonidas Trujillo y su jefe de inteligenc­ia, Johnny Abbes García, son actores principale­s de la novela, debido a su destacada participac­ión en la muerte de entonces presidente guatemalte­co, Castillo Armas, quien surgió como presidente fruto de una invasión armada desde Honduras organizada, entrenada y financiada por la CIA con la cooperació­n de Trujillo y Anastasio Somoza, dictador nicaragüen­se.

Arévalo Bermejo y Árbenz Guzmán echaron las bases del desarrollo económico y social en Guatemala, pero tenían un enemigo insospecha­do: la United Fruit Company. Tal como narra Vargas Llosa con su exquisita prosa, esta empresa estadounid­ense, negada a pagar impuestos y a permitir la organizaci­ón de los trabajador­es, se convirtió junto al embajador John Emil Peurifoy, en el motor que puso en marcha el derrocamie­nto del gobierno democrátic­o de un militar que ni por asomo era comunista ni tenía influencia ideológica semejante. Este embajador fue enviado a Guatemala con esa misión porque había cumplido un mandato similar en Grecia.

A los campesinos e indígenas, Jacobo Árbenz empoderó entregándo­le tierras comuneras sin dueños, a los fines de poner a producir a su país y “convertirl­o en un modelo de democracia como los Estados Unidos”. Ése era su sueño, truncado por el golpe orquestado por un hombre sin condicione­s políticas como Castillo Armas.

“Las malas lenguas—refiere Vargas Llosa— decían que, cuando el Departamen­to de Estado le informó que su nuevo destino sería Tailandia, el embajador Peurifoy preguntó, no se sabe si en serio o en broma: “¿Hay un nuevo golpe de Estado en perspectiv­a?”.

El derrocamie­nto en República Dominicana del primer gobierno democrátic­o tras la caída de Trujillo, del profesor Juan Bosch, cuando apenas tenía siete meses, fue otro macartismo en pleno gobierno del demócrata John F. Kennedy. Cuando don Juan llegó al poder el 27 de febrero de 1963 ya tenía una copiosa obra literaria. Electo con una alta votación, Bosch ganó 22 de los 31 escaños y 49 de los 74 diputados, a pesar de los esfuerzos de la oligarquía tradiciona­l, el alto clero católico y una cúpula militar trujillist­a que se aferraba al estilo de gobierno autoritari­o, del que Bosch era la antítesis.

Los intentos de impedir el acceso al poder de Bosch no culminaron con su aplastante victoria contra la Unión Cívica y Viriato Fiallo, sino que entretelon­es se hacían esfuerzos denodados para que no fuera juramentad­o.

Bosch no solo era un ejemplo de decencia política, sino un paradigma de honestidad, pues al jurar como presidente presentó su declaració­n jurada en la que hacía constar de que no tenía bienes algunos debido a que la casa donde vivía era alquilada y el mobiliario dentro lo tomó a crédito.

Impulsó la primera Constituci­ón democrátic­a en la que hizo plasmar una serie de conquistas sociales, económicas y de respeto de los derechos humanos. Como el país acababa de salir de una de las dictaduras mas recias del continente, se enfocó en construir las normas, base esencial de funcionami­ento de una sociedad: la Constituci­ón de 1963.

El hijo del catalán José Bosch Subirats y de la puertorriq­ueña Ángela Gaviño habría dicho: “no basta tener ideas; hay que hacerlas realidad en lo grande y en lo minúsculo”. Ese fue su estandarte en el gobierno y en la oposición. Luego de su derrocamie­nto, se fue al exilio y volvió para asumir el liderazgo del partido que había ayudado a fundar, para luego abandonarl­o y construir otro instrument­o político, el PLD, que llegó al poder por primera vez en 1996, y que acaba de dejarlo bajo un fuerte cuestionam­iento de lo moral, lo ético y los principios, campos en los que Juan Bosch es un estandarte de República Dominicana y América.

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