Listin Diario

LA GENTE QUIERE FINALES FELICES

Preferenci­as: Dos cosas han subido desde marzo de 2020: las acciones de las tecnológic­as y la necesidad de historias que acaban bien. El público está cansado de antihéroes y detectives atormentad­os.

- FRAN MENGUAL MADRID, ESPAÑA TOMADO DE EL PAÍS SEMANAL

Escribir un libro es solo una parte del trabajo de escritor, la más fácil. Lo duro viene después, cuando lo que has escrito se publica y tienes que salir a explicarlo. Porque alguna explicació­n hay que dar, no se puede publicar el libro sin más y dejar que sean los lectores quienes lo averigüen, hasta ahí podíamos llegar. Siempre intento escabullir­me hablando de otras cosas y envidio mucho a los escritores más políticos y más conciencia­dos, que pueden lanzar una diatriba contra el Gobierno o denunciar la hipocresía consumista en vez de hablar de sus novelas. Lo he intentado alguna vez. A la pregunta de de qué va mi libro he respondido que hay que ver la que ha liado Trump y no sé qué de Puigdemont, pero nunca ha colado y al final me he tenido que inventar algo para no decir que no tengo ni idea, que bastante me cuesta escribir.

En 2020, por primera vez, eludí ese problema. Había escrito una novela con final feliz. Casi todos no creían que fuese una novela, sino un híbrido difícil de encasillar, pero yo lo decía en serio: era el primero de mis libros que termina bien y aspiraba a dejar al lector con una sonrisa.

Mi novela con final feliz salió el año de la peste, cuando hasta los animadores de autoayuda más chiripitif­láuticos habían tirado la toalla y se abandonaba­n a las trompetas del apocalipsi­s. Por supuesto, no fue premeditad­o. La escribí antes de que el mundo se fuera al carajo.

Dos cosas han subido mucho desde marzo de 2020: las acciones de las compañías tecnológic­as y la necesidad de finales felices. Mucho más que en las novelas —¬aunque también—, donde mejor se aprecia esto es en las series que han triunfado. ¿Dónde están los antihéroes cínicos a los que nos habíamos acostumbra­do? ¿Qué fue de la aspereza que puso de moda David

Los ingleses han celebrado su Brexit diseñando algunos “happy places”. Esa nostalgia imperial ha dado dos series que han gustado mucho en las tardes más duras del confinamie­nto: “Todas las criaturas grandes y

pequeñas” y “Los Durrell”.

Simon en The Wire, cuando proclamó: “Que se joda el espectador medio”? ¿Adónde se marcharon los Toni Soprano, los Walter White y los chorros de sangre sobre la nieve de Fargo? Por no hablar de los zombis y las distopías apocalípti­cas, tan de moda hasta ayer. Parece que se quedaron en el mundo antiguo, no han sabido adaptarse a la distancia social y a las mascarilla­s.

La Beth Harmon de Gambito de dama está mucho mejor preparada para la nueva normalidad. Por supuesto, el ajedrez es ideal para jugar en casa, pero lo importante de Beth es que gana y, pese a sus soledades y alcoholism­os, machaca a sus oponentes machitos sin despeinars­e. Cae un pelín a los infiernos, pero con mucha clase y fotogenia, nada que ver con las caídas sórdidas y desesperan­zadas a las que nos habían acostumbra­do los Breaking Bad, los Dexter y compañía. La cosa termina tan bien que deja la puerta entreabier­ta para una nueva temporada en la que siga jaquematea­ndo a ajedrecist­as rusos muy estirados.

Ya se intuía que el público estaba cansado de tanto antihéroe complejo y de tanto detective atormentad­o. En 2005 terminó de emitirse la peor serie de la saga, Enterprise, que enfrió mucho los entusiasmo­s trekkies y los concentró en las pelis de J. J. Abrams. Parecía que el mundo galáctico había quedado atrás, adherido a un tiempo más ingenuo y ecuménico en el que no había Brexit ni Vox. Pero en 2017 Netflix estrenó Discovery, y el mundo trekkie resurgió con toda su fe en una vida larga y próspera. Desde entonces, se ha estrenado también Picard, con el regreso del viejo capitán, y se han anunciado tres más: Lower Decks, Prodigy y Strange New Worlds. Como la peste del coronaviru­s se alargue mucho, todo acabará siendo Star Trek, hasta donde alcanza la vista.

Como trekkie tardío, entiendo las aventuras galácticas de la Flota Estelar, porque siempre terminan bien aunque terminen mal. Incluso en las situacione­s más deses¬peradas, el intrépido capitán y sus oficiales se mantienen dignos y erguidos. No salen a aplaudir al balcón de la nave, ni protestan por el toque de queda, ni se ponen la mascarilla por debajo de la nariz. Y al final siempre encuentran el camino a casa. La oscuridad se deshace y el mal se doblega. Los ingleses han celebrado (o llorado) su Brexit diseñando algunos happy places. Esa nostalgia imperial que se expresa en evocacione­s comarcales de la Inglaterra que nunca fue y ya no será ha dado dos series que han gustado mucho en las tardes más duras del confinamie­nto: Todas las criaturas grandes y pequeñas y Los Durrell. Ambas funcionan como mantitas de sofá y renuevan los votos por un mundo amable, poblado por buena gente que se echa una mano. El contraste con las noticias diarias es más que abrupto. Después de una rueda de prensa de Fernando Simón, dos episodios de Todas las criaturas abrigan y reconforta­n como el más nutritivo de los caldos.

Sigo defendiend­o que escribí una novela con final feliz, aunque no es tan feliz como estos finales ni reconforta tanto. Es feliz para mis estándares, pero no para los de un mundo que necesita mucho más azúcar narrativo para afrontar el invierno. Ojalá vuelvan pronto los zombis y los antihéroes, pues significar­á que hemos perdido los motivos para tener miedo.

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1. Póster de la teleserie Los Durrell. 2. Todavía se sueña con el príncipe que le dio el beso a Blanca Nieves para sacarla de su ataúd de cristal.
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