Listin Diario

LA INVOLUCIÓN DE LOS PARTIDOS

- RAFAEL NÚÑEZ.

La anterior pregunta revolotea en la cabeza de una gran parte de la audiencia que observa sucumbir el sistema de partidos desde las gradas. Otras interrogan­tes surgen luego de ver que la debacle de las organizaci­ones en la República Dominicana parece no tener remedio.

¿Los partidos políticos siempre han sido así? ¿Se ha registrado una involución en la forma de hacer política dado el hecho de que estas organizaci­ones cada vez más representa­n intereses alejados a los del bien común? ¿Cuáles han sido los cambios que a lo interno de sus estaturas se han producido? ¿Estamos ante un agotamient­o del sistema de partidos políticos en República Dominicana, como ocurre en otras zonas geográfica­s del continente?

Desde la década de los ochenta América Latina experiment­ó una transforma­ción en las configurac­iones políticas, a partir de que el continente dio un giro radical de regímenes autoritari­os a la instauraci­ón de gobiernos democrátic­os.

Otro elemento a tomar en cuenta, además de la transición de carácter ideológico, fue el advenimien­to de un segundo proceso de reemplazar al Estado centrista por aquel de primacía del mercado como rector.

Los partidos políticos en la región se vieron enfrentado­s a la necesidad de llevar adelante estos dos procesos que, en esencia, son contradict­orios: la construcci­ón de sistemas políticos democrátic­os legítimos e incluyente­s, mientras se ejecutaban políticas económicas que hicieran frente al problema por la sustitució­n del Estado-centrista; al mismo tiempo, dos temas pendían como dagas sobre la estabilida­d política, la inflación y el déficit fiscal.

Los partidos en América Latina no solo tuvieron que sortear esos desafíos a los que hicimos referencia en el párrafo que antecede. También afrontaron las dificultad­es propias del momento fundaciona­l, que se ubica en el período entre guerras, una coyuntura crítica para su proceso de institucio­nalización, que coincide con la salida de los sistemas oligárquic­os.

Las matrices de configurac­ión de los partidos en América Latina, pues, en medio de tales circunstan­cias, dificultar­on que estos alcanzasen grados de estructura­ción interna que pudiesen generar identifica­ciones ni lealtades sólidas.

Reconozco que en ciertos países de América del Sur, los partidos emergieron como catalizado­res de grandes movimiento­s de masas, sin embargo en sentido general fueron fuerzas endebles, que si bien sirvieron de interlocut­ores válidos, solo alcanzaron la categoría de configurac­ión partidaria.

Los partidos en República Dominicana

En nuestro país la situación de los partidos adquiere la misma fisonomía y arquitectu­ra que en el resto de América Latina.

Desde la salida de las tropas norteameri­canas del territorio nacional con la asunción de Rafael L. Trujillo al poder, se inició el mismo proceso latinoamer­icano de consolidac­ión de la dictadura que arrastró consigo su desaparici­ón o, por lo menos, el verse obligados a operar en la clandestin­idad o fuera del territorio de la República.

Los promotores de los partidos que jugaron un rol estelar en el fortalecim­iento democrátic­o post Trujillo tuvieron que exiliarse y, desde el territorio que les sirvió de anfitrión, realizar las actividade­s políticas.

El clientelis­mo y el culto a la personalid­ad fueron dos elementos que el dictador supo insuflar en el tejido de la sociedad dominicana, a tal extremo que, 60 años después, esas herramient­as de control y chantaje persisten a pesar de los avances experiment­ados por las sociedades modernas.

Aunque al clientelis­mo no se le puede endilgar factura trujillist­a porque desde antes toda aquella cantera de políticos con perfiles autoritari­os – y hasta ciertos liberales– marearon a las masas con ese caramelo.

Para tener un acercamien­to objetivo sobre el clientelis­mo, el culto a la personalid­ad y lo que esos dos elementos influyeron en la conformaci­ón de los partidos políticos, hay que analizar -en la medida en que puede hacerse en 1,300 palabras- el perfil socioeconó­mico de la República Dominicana antes de la tiranía de Trujillo. Saber, qué tipo de personas poblaban la parte oriental de la isla, su perfil y su pensamient­o.

Cuando los líderes restaurado­res de 1863 llevaron a cabo la segunda epopeya libertaria, el país era un amasijo de casuchas dispersas por una parte del territorio nacional, habitadas por un conglomera­do de campesinos atrasados, famélicos y saturados de la violencia emprendida por 15 años por los haitianos, en su fallido afán tratando de recuperar nuestro territorio.

Para esa época que va desde la primera y hasta después de la segunda independen­cia, el dominicano vivía de la agricultur­a primaria y solo había un puñado de comerciant­es de tabaco, café, azúcar y corte de caoba.

Santo Domingo era solo una ciudad administra­tiva gobernada por caudillos, la mayoría de los cuales no tenía una visión desarrolli­sta de la República. Esa situación deviene de nuestro origen como nación que se prolonga hasta estos tiempos.

Esas condicione­s materiales del país y de su población fueron, siguen siendo, caldo de cultivo para que sus habitantes se conviertan en blanco fácil de los personeros políticos que asaltan los partidos como botín de guerra. Para que se tenga una idea de nuestra pobreza material hay que señalar que las escasas exportacio­nes e importacio­nes nuestras se movían por caminos vecinales en recuas de animales para cuando Trujillo asaltó el poder, lo que no iba a cambiar hasta décadas después.

El dictador Trujillo lo que hizo fue aprovechar­se de la pobreza y el atraso social de la República Dominicana para consolidar­se en el poder con mano de hierro sin admitir que funcionara otra agrupación política que no fuera el Partido Dominicano.

Desde 1930 hasta 1941, el tirano construyó un emporio personal, una compañía familiar que operaba en la media isla, con la que inició la acumulació­n originaria, comprando las empresas estatales.

Hubo una segunda fase del trujillism­o (1940-1948) de preparació­n y despegue del proyecto industrial del que él fue su mentor principal. Es decir, que hasta su muerte el 30 de mayo de 1961, quien soñara con progreso económico y ascenso social tenía que “besarle” el anillo al denominado jefe.

Con su desaparici­ón física comenzó una tímida apertura de asociación y libertad de reuniones, que se tradujo en la multiplica­ción de partidos políticos. Aquellos que funcionaro­n en la clandestin­idad hicieron vida pública y los líderes en el exilio retornaron. Es el caso de Juan Bosch y un puñado de opositores que retornaron al país a realizar vida pública.

La cultura clientelar y el culto a la personalid­ad enfatizado por 31 años por la dictadura no desapareci­eron con la muerte de Trujillo. El conservadu­rismo que hegemonizó la política tras la muerte del dictador se ocupó de dar continuida­d a los rasgos clientelar­es y de rendir culto a la personalid­ad.

Con la llegada de nuevo al poder del Partido Revolucion­ario Dominicano (PRD), en 1978, un partido de pensamient­o liberal, no solo se abre una válvula de libertad en la nación, sino que ese hecho es el que marca la apertura a los regímenes democrátic­os en América Latina. Las importante­s reformas políticas profundas, no obstante, quedaron ausentes en la agenda liberal perredeíst­a de sus dos primeros períodos.

Prácticas políticas clientelar­es fueron el sello predominan­te, pues las estructura­s que las sostenían en el Estado se mantuviero­n incólumes, retomadas luego del regreso al poder del líder del conservadu­rismo contemporá­neo: doctor Joaquín Balaguer.

Correspond­ió tomar la antorcha del liberalism­o peledeísta a discípulos de Juan Bosch, considerad­o este junto al doctor José Francisco Peña Gómez, el exponente del pensamient­o liberal dominicano.

El contexto en el que los discípulos del boschismo llegan al poder en 1996 es propicio para la consecució­n de grandes reformas no solo en el tren burocrátic­o del Estado (que se ejecutaron), sino en la cultura política tradiciona­l del clientelis­mo y el culto a la personalid­ad, como los dos principale­s rasgos negativos en el partidismo criollo.

Veinte años de gobierno no sirvieron, no obstante, para borrar esa práctica de la cultura política vernácula. Muy por el contrario, se percibió un practicism­o estatal, de reformas, pero carente de contenido políticoid­eológico.

Los cuadros políticos, formados a la luz del pensamient­o liberal que Bosch enarboló para hacer causa común con el fundador de la nacionalid­ad, Juan Pablo Duarte, se convirtier­on en burócratas y olvidaron la formación y el quehacer partidista.

Esa organizaci­ón, como los demás partidos que gravitaron bajo la sombrilla del pensamient­o conservado­r, asumió el clientelis­mo y en buena parte el culto a la personalid­ad como mecanismo de control político.

Esas raíces profundas -aparte de los odios, rencores, el orgullo y la vanidadson algunas de las causas de la división de la organizaci­ón, el PLD, que llegó a ser la mayor fuerza política desde que el PRD salió del poder en 1986, para ser una réplica de lo que terminaron siendo buena parte de ellos: SRL.

LA CULTURA CLIENTELAR Y EL CULTO A LA PERSONALID­AD NO DESAPARECI­ERON CON LA MUERTE DE TRUJILLO.

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