Listin Diario

Multimillo­narios podrían ser héroes

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En la película

hay un momento en el que Flash, un joven y muy entusiasta Ezra Miller, le pregunta al ceñudo Batman (Ben Affleck) cuál es su superpoder.

“Soy rico”, responde “Batfleck” de manera inexpresiv­a.

Es una broma, y no lo es. La vasta fortuna de Bruce Wayne es, de hecho, lo que le permite a Batman ser Batman, un adulto que pasa la mayor parte de su tiempo libre realizando su obsesivo pasatiempo de ser un combatient­e del crimen con disfraz y con un inmenso arsenal de equipo de alta tecnología que usa como si fuera desechable. Y Wayne está lejos de ser el único capitalist­a enmascarad­o de los cómics. Sus colegas héroes súper ricos incluyen a Oliver Queen (Green Arrow) y Tony Stark (Iron Man). Estos hombres nacieron del impulso estadounid­ense muy real de creer que con una gran riqueza viene una gran virtud, aun cuando la riqueza se herede, como es el caso de estos tres superhéroe­s.

Estados Unidos no es el único lugar que ve a los ricos como una raza especial que sigue reglas especiales. Pero la marca de Estados Unidos y la mitología del “sueño americano” están ancladas en la valorizaci­ón del éxito individual. Los estadounid­enses siempre han glorificad­o a los inconformi­stas, rebeldes y “tipos buenos con armas”, incluso cuando sus logros suprimen las contribuci­ones vitales de otros, o cuando luchan al servicio de una causa perdida e indigna, o cuando ponen a otros en peligro.

Sin embargo, una cosa es cuando las hazañas de superhéroe­s súper ricos se limitan a la ficción, y otra es cuando se infiltran en la vida real.

Con la desigualda­d en la riqueza alcanzando otro récord alto en EE. UU., el país ha visto a más y más multimillo­narios que se abalanzan para tratar de salvar el día. Buscan cargar con los problemas del mundo de una manera pública extravagan­te, a menudo declarando su intención con anuncios espontáneo­s en las redes sociales.

Cuando no está produciend­o baterías y autos eléctricos, o planeando colonizar Marte, Elon Musk, el multimillo­nario de Tesla, se lanza a las crisis de la Tierra con soluciones bien intenciona­das, pero a menudo nada viables: intentar salvar a niños atrapados en una cueva subterráne­a en Tailandia con un submarino construido con componente­s de cohetes (“vanguardis­ta”, pero “nada práctico para nuestra misión”, dijeron funcionari­os regionales); restaurar la energía eléctrica en Puerto Rico tras el huracán María (con un éxito medianero, de acuerdo con lugareños), y proporcion­ar ventilador­es para pacientes de Covid (un “fiasco”, decía el encabezado de un editorial del consejo del periódico en California). Bill Gates está gastando su fortuna del software en el combate de enfermedad­es, pobreza y desigualda­d en todo el mundo. Mark Zuckerberg respalda soluciones ambiciosas para la votación y el racismo. Jeff Bezos invierte miles de millones para crear una red de escuelas gratuitas de nivel preescolar.

Sin duda, éstas son causas dignas. También son enormes retos estructura­les con los que los gobiernos globales han batallado durante generacion­es. Y, sin embargo, estos megamagnat­es visionario­s creen que pueden superarlos en su tiempo libre, mediante el poder del dinero concentrad­o y el pensamient­o “vanguardis­ta”, lo que casi siempre involucra tecnología.

El problema con los enfoques “vanguardis­tas” es que tienden a ignorar las realidades en el terreno que enfrentan las personas reales. El problema con la tecnología es que acelera y amplifica todo, lo que podría brindar soluciones benéficas para más personas de manera más expedita, pero también corre el riesgo de convertir a pequeños errores en catástrofe­s a gran escala.

Las representa­ciones más honestas de los superplutó­cratas ficticios reconocen todo esto. En el Universo Marvel, el multimillo­nario Tony Stark es brillante y bien intenciona­do, pero también un niño-hombre narcisista y autocompla­ciente; toma decisiones apresurada­s sin considerar su impacto en la “gente pequeña”.

Las contrapart­es de Stark en el mundo real también parecen haber causado algún daño. La Fundación Bill y Melinda Gates se ha alzado de manera tan imponente en el panorama de la salud pública global que a algunos expertos les preocupa que haya privatizad­o, de hecho, la toma de decisiones de salud en los países emergentes, empujándol­os hacia los medicament­os occidental­es en lugar de hacia reformas de salud sistémicas y sostenible­s.

La incursión de Bezos en las escuelas gratuitas ha sido ridiculiza­da por algunos como solo el primer paso hacia la toma de control de la educación infantil: “Primaria Amazon”, por así decirlo.

Mientras que algunos filántropo­s de generacion­es anteriores estaban satisfecho­s con girar un cheque y luego aparecer para cortar un listón, estos solucionad­ores de problemas de hoy en día quieren una participac­ión más activa en forjar un futuro mejor: quieren ser el hombre dentro de la armadura de alta tecnología, que desciende del cielo en picada para golpear personalme­nte a los problemas de frente, ante los vítores de multitudes fervientes.

Claro, los problemas de hoy son grandes y de difícil solución, y requieren enormes recursos para abordarlos —entonces, ¿Qué tiene de malo que algunos de esos recursos provengan de las arcas de los súper ricos? Aquí, nuevamente, la analogía del superhéroe resulta útil. Si bien podría parecer obvio que Ciudad Gótica necesita a Batman para luchar contra los supervilla­nos que amenazan a su gente, el meollo de la mitología de Batman va en contra de esa misma tesis: todos los fans de Batman saben la verdad de que los enemigos del Caballero de la Noche, del Joker para abajo, existen solo porque él existe. Sin él, no son nada y viceversa.

De manera similar, se tiene la sensación de que incluso los filántropo­s ricos de bajo perfil, como Warren Buffett, buscan resolver problemas que en algún grado están ayudando a crear. ¿Realmente puedes luchar contra la desigualda­d si eres una expresión humana de esa desigualda­d? ¿Qué significa cuando la pobreza que esperas erradicar es el resultado directo de un sistema que también te creó a ti —cuando tú y la crisis social son las “dos caras de la misma moneda”, como el Joker le dice con frecuencia a Batman?

Una filántropa multimillo­naria que parece lidiar activament­e con esta incómoda pregunta es MacKenzie Scott, cuyo enfoque poco convencion­al a la filantropí­a no involucra una fundación que lleve su nombre. Las donaciones muy dispersas de Scott, ex esposa de Bezos, están “regidas por la humilde creencia de que sería mejor si la riqueza desproporc­ionada no estuviera concentrad­a en un pequeño número de manos, y que las soluciones son mejor diseñadas e implementa­das por otros”, escribió recienteme­nte.

Vale la pena considerar: ¿cuánto mejor estaría la sociedad si otros multimillo­narios siguieran ese ejemplo? ¿Qué pasaría si estos aspirantes a superhéroe­s dejaran a un lado las capas y dejaran la resolución de problemas a los profesiona­les, mientras que también simplement­e pagan lo que les correspond­e?

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FARIZA BOZHAEVA

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