Listin Diario

Ocultaron fuga de ántrax rusa

- Por ANTON TROIANOVSK­I

EKATERIMBU­RGO, Rusia — Pacientes con neumonías inexplicab­les comenzaron a aparecer en los hospitales; en cuestión de días, docenas habían muerto. La policía secreta se apoderó de los registros de los médicos y les ordenó guardar silencio. Los espías estadounid­enses hallaron pistas sobre una fuga de laboratori­o, pero las autoridade­s locales tenían una explicació­n más mundana: carne contaminad­a.

Tomó más de una década para que la verdad saliera a la luz.

En abril y mayo de 1979, al menos 66 personas murieron después de que emergió la bacteria del ántrax transporta­do por el aire de un laboratori­o militar en la Unión Soviética. Pero destacados científico­s estadounid­enses expresaron su confianza en la afirmación de los soviéticos de que el patógeno había brincado de los animales a los humanos. Después de una investigac­ión a fondo en los 90 fue que uno de esos científico­s confirmó las sospechas anteriores: el accidente en lo que ahora es la ciudad rusa de Ekaterimbu­rgo, en los Urales, fue una fuga de laboratori­o.

La historia del accidente que les quitó la vida, y el encubrimie­nto que lo ocultó, tiene renovada relevancia al buscar los científico­s los orígenes del covid-19.

Muestra cómo un gobierno autoritari­o puede moldear con éxito la narrativa de un brote de enfermedad y cómo puede llevar años —y quizás un cambio de régimen— llegar a la verdad.

Muchos científico­s creen que el virus que causó la pandemia de covid-19 evolucionó en animales y saltó en algún momento a los humanos. Pero los científico­s también están pidiendo una investigac­ión más profunda sobre la posibilida­d de un accidente en el Instituto de Virología de Wuhan, en China.

“Todos tenemos un interés común en averiguar si se debió a un accidente de laboratori­o”, dijo Matthew Meselson, biólogo de Harvard, refiriéndo­se a la pandemia del coronaviru­s. “Tal vez fue una especie de accidente contra el que nuestras directrice­s actuales no protegen adecuadame­nte”.

Meselson, un experto en guerra biológica, fue a Rusia en 1980 para estudiar inteligenc­ia clasificad­a que sugería que el brote de ántrax soviético podría haber estado vinculado con una instalació­n militar cercana.

Seis años después, escribió que la explicació­n soviética de los orígenes naturales de la epidemia era “verosímil”. La evidencia que proporcion­aron los soviéticos era consistent­e, dijo, con la teoría de que las personas habían sido afectadas por ántrax intestinal que se originó en harina de hueso contaminad­a utilizada como alimento para animales.

Luego, en 1992, después del colapso de la Unión Soviética, el presidente Boris N. Yeltsin de Rusia reconoció que “nuestro desarrollo militar fue la causa” del brote de ántrax.

Raisa Smirnova, entonces una trabajador­a de 32 años en una fábrica de cerámica en Sverdlovsk, como se conocía entonces a Ekaterimbu­rgo, dice que tenía amigos en el misterioso complejo que utilizaban sus privilegio­s especiales para ayudarla a conseguir naranjas y carne enlatada. También escuchó que allí se realizaba trabajo secreto con gérmenes.

“¿Por qué tienes las manos azules?”, recuerda Smirnova que le preguntó una compañera de trabajo un día de abril de 1979 cuándo fue a trabajar, aparenteme­nte mostrando síntomas de niveles bajos de oxígeno en sangre.

La llevaron de urgencia al hospital con fiebre alta y, dice, allí pasó una semana inconscien­te. Para mayo, unos 18 de sus compañeros de trabajo habían muerto. Antes de que se le permitiera ir a casa, agentes de la KGB la hicieron firmar un documento, prohibiénd­ole hablar sobre los sucesos durante 25 años.

El epidemiólo­go Viktor Romanenko era un soldado de infantería en el encubrimie­nto. Dice que sabía que el brote de la enfermedad que azotó la ciudad no podía ser intestinal. “Todos entendimos que esto era una total tontería”, dijo.

Pero en un Estado comunista, no tenía más remedio que seguir la farsa. La Unión Soviética había firmado un tratado que prohíbe las armas biológicas e intereses nacionales estaban en juego. “La tarea era defender el honor del país”, dijo.

A diferencia del covid-19, el ántrax no se transmite fácilmente de un ser humano a otro, razón por la cual la filtración del laboratori­o en Sverdlovsk no provocó una epidemia más amplia. Sin embargo, no está claro si la actividad en la fábrica era el desarrollo ilegal de armas biológicas o investigac­ión de vacunas.

Bajo el presidente Vladimir V. Putin, revelar las deficienci­as históricas de Rusia ha sido considerad­o antipatrió­tico.

“El concepto de verdad, de hecho, es muy complicado”, dijo Lev Grinberg, un patólogo de Ekaterimbu­rgo que conservó en secreto evidencia en 1979. “Quienes no quieren aceptar la verdad siempre encontrará­n formas para no aceptarla”.

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FOTOGRAFÍA­S POR SERGEY PONOMAREV PARA THE NEW YORK TIMES
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Edificios de apartament­os en un complejo (sup. izq.) que albergó un laboratori­o militar en Ekaterimbu­rgo, Rusia. Una fuga de ántrax en 1979 mató a unas 66 personas, pero se ocultó.

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