Un símbolo de la alegría
La muerte, aleve, acaba de arrancarle al pueblo dominicano la raíz de su alegría merenguera.
Se nos ha ido Johnny Ventura, el icónico merenguero que retrató la idiosincrasia de los dominicanos con más de cien producciones discográficas, suma de pesares y esperanzas de una sociedad en transición. Brilló en los escenarios nacionales e internacionales como una auténtica “marca país” del merengue, un género al que enriqueció con nuevos instrumentos, coreografías y velocidades que le imprimieron su exclusivo sello.
Más de 60 de sus 81 años de vida los dedicó a representar con altura los ritmos que bailaron varias generaciones de dominicanos y latinoamericanos, no solo el merengue sino salsas, boleros, mangulinas y otras variantes. Además de la música, fue atraído por la política, convirtiéndose en un “caballo de batalla” durante 45 años en el Partido Revolucionario Dominicano al lado del líder histórico José Francisco Peña Gómez. A la muerte de Peña Gómez en el mismo momento que aspiraba a la Alcaldía de la capital, un voto emocional y sentido de la mayoría le entregó la antorcha del relevo a Johnny Ventura, consagrándolo como síndico. Su despedida ha sido sorpresiva, inesperada. El país ha quedado privado de la pasión, la energía y la vitalidad de un hombre que, como buen “Caballo mayor”, galopó con su música por campos y ciudades y tenía todavía sus buenas pilas para continuar. La herencia que nos deja, esa gran riqueza cultural, no solo le pertenece a su esposa Josefina, a sus siete hijos, 17 nietos y a sus tres biznietos, sino a todo un pueblo que lo acepta y lo proclama como el gran baluarte de “la industria nacional de la alegría”.
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