La fractura social
Se está ampliando la distancia entre los grupos sociales en todo el mundo y, sin lugar a duda, en la República Dominicana también. Ese es el gran lastre de América Latina, que ya existía antes de la pandemia del Covid-19, pero que se acrecienta cada día más. El discurso que cuestiona la solidaridad del Estado no hace más que aumentar el poder y la riqueza de ciertos sectores en detrimento de las mayorías.
La desigualdad social se va convirtiendo en la norma y el discurso de una sociedad justa y solidaria va desapareciendo de la palestra pública.
Algo va mal, tenemos que resucitar los valores colectivos y asumir un compromiso político y público en contra del egoísmo de la vida contemporánea, como diría el gran pensador Tony Judt.
¿Cómo lo hacemos? ¿Quiénes tienen la responsabilidad de ajustar las velas y llevarnos por un camino más fructífero, de mayor cooperación, en el que nadie se quede atrás? Son preguntas que apuntan a nuestra visión de país, al compromiso que asumimos como conjunto de individuos unidos por objetivos comunes. En el momento actual, algunos apuntan hacia el debilitamiento de nuestro sentido de comunidad como una manera de avanzar una agenda que genera una percepción errónea de lo que debe ser la prosperidad. Ya la conocemos y ha fallado en el pasado.
El desarrollo económico por sí solo no es suficiente, no se derrama de una manera equitativa ni tampoco evita la inseguridad económica de los grandes grupos sociales.
Las consecuencias de no hacer los ajustes necesarios a tiempo podrían ser nefastas. En el siglo pasado se tradujeron en guerras, en pobreza y en décadas de inestabilidad social. En el contexto actual, no sabemos hacia donde nos podría llevar.
Hay que acompañar el propósito de la estabilidad económica con la necesaria integración social. Hay que construir economías fuertes que pongan a las personas en el centro de sus propósitos.
Hay que priorizar el equilibrio presupuestario con las necesidades perennes de la población.
En fin, son muchos los objetivos que deben repensarse y ajustarse a una nueva realidad mundial y local.
El gran lastre de América Latina que la pandemia del Covid-19 ha profundizado se traduce en brechas que se profundizan más: la social, la digital, la de género, la de la nutrición, la de los jóvenes respecto a sus expectativas, la de los adultos mayores respecto a sus necesidades en la economía de cuidados, la de los servicios públicos y la de los que más y los que menos tienen.
El tema llama a la reflexión filosófica, a la social y la económica. Requiere del esfuerzo político para poner fin a políticas excluyentes, concebidas desde la lógica del Estado como ente de una sociedad precaria, donde la movilidad social no es posible, que es un mito insondable para las políticas públicas.
No es así, parte de la función esencial del Estado es promover la cohesión como antónimo de la fractura social. Es una tarea que, con la mayor urgencia, debe convertirse en prioridad.
“HAY QUE PRIORIZAR EL EQUILIBRIO PRESUPUESTARIO CON LAS NECESIDADES DE LA POBLACIÓN”.