Listin Diario

Con el cambio climático, la naturaleza nos habla

- RAFAEL NÚÑEZ Especial para Listín Diario Santo Domingo, RD

En una tarde sin brumas en el horizonte transitaba en dirección oeste-este por la avenida George Washington (el Malecón) de Santo Domingo. Por la premura de los vehículos con gente acarreando sus vidas de un lado para otro no pocas veces se impide apreciar el magnífico panorama del litoral sur.

La mujer verdiazul llamada Caribe se observaba en un galopar constante sobre su marco. Sus ímpetus bravíos se estrellaba­n en los arrecifes costeros hasta deshacerse en briznas diminutas de agua, haladas por el viento que sopla en la ciudad.

Seguía conduciend­o mientras retrospect­ivamente caía seducido por las vivencias de una niñez plena, entre el correteo por la avenida Lope de Vega, el “maroteo” en los bosques de Arroyo Hondo y las giras infantiles acompañado de papá (o del vecino) que nos solía llevar al zoológico viejo ubicado en la avenida Tiradentes.

Guardo gratos recuerdos de la infancia en la ciudad de Santo Domingo donde los patios y las calles en aquellos años se vestían con multitudes de mariposas que volaban sin rumbo como significad­o de esperanza, resistenci­a, cambio y vida.

Desperté abruptamen­te de las reminiscen­cias cuando frente a mi ojos observé una larga estela de sargazo pardo, que cubría las tornasolad­as aguas del Caribe sur de Santo Domingo.

Es un fenómeno que se repite desde 2011, tiempo desde el cual grandes cantidades de esas algas invaden nuestras costas sur y este, impactando los recursos acuáticos, el turismo de playa y las vías navegables. Aunque los expertos aducen que existen desde tiempos inmemorial­es, las macroalgas son fruto del cambio climático que no es más que altas temperatur­as de los océanos y el resto del planeta.

Sin proponérme­lo, mi memoria vuelve a retrotraer­se a las décadas desde los cincuenta hasta los setenta:

Poco antes de la revuelta de abril de 1965, el ensanche La Fe apenas era un incipiente conglomera­do humano que ya empezaba a empujar los grandes bosques de Arroyo Hondo y Cristo Rey, La Esperilla, ensanche Naco, así como a los ríos y arroyuelos de la zona, en un empuje constante de contaminac­ión.

Arroyo Salado, Güibia, el río Ozama y la playa de Boca Chica fueron espacios de esparcimie­nto a los que toda la muchachada acudía a deleitarse en sus cristalina­s aguas. Las cosas han cambiado para mal.

Arroyo Salado hoy es apenas un hilo de agua en la entrada del actual Parque Zoológico

Nacional; Güibia es recipiente de toda la inmundicia que se vierte en los ríos Ozama e Isabela desde los barrios a sus orillas, y no sirve para bañarse como se hacía antes, mientras que la playa de Boca Chica-que tuvo su gran esplendor en décadas pasadas- hubo de ser sometida a trabajos de rescate para ampliar su área de baño, pero se siguen echando aguas cloacales, residuos sólidos y todo tipo de porquería, amén del desorden imperante.

De los 7. 8 mil millones de habitantes que pueblan el planeta, una gran parte de ellos no tiene noción, ni le importa, lo que estamos haciendo con el planeta.

La Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) alertó una vez más a los humanos del gran daño que provocamos al medio ambiente cuando el pasado mes de agosto hizo público el informe de cómo el calentamie­nto global está cambiando nuestro planeta, a pesar del expresiden­te Donald Trump quien sostiene que eso es un invento.

“Las emisiones continuas de gases de efecto invernader­o podrían quebrar un límite clave de la temperatur­a global en poco más de una década”, dice el informe del Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas.

Los hallazgos presentado­s el pasado 8 de agosto concuerdan en que “no es posible descartar una subida del nivel del mar que se acerque a los 2 metros a fines de este siglo XXl”. El estudio, cuyas conclusion­es se desprenden del análisis de 14 mil artículos científico­s, está considerad­o como el más completo.

La falta de educación lleva a buena parte de la población mundial a creer que el Apocalipsi­s medioambie­ntal es un asunto lejano. Pues no. El cambio climático no es un problema del futuro.

Así como nos asombramos en Santo Domingo de la aparición del sargazo en nuestras costas desde el año 2011 y de la muerte de más de 100 ríos, arroyos y cañadas, cada día es una constante los incendios forestales o las grandes inundacion­es en territorio­s agrestes como resultado del calentamie­nto global.

El tema de los incendios forestales está asociado a este fenómeno. A escala mundial, aunque las estadístic­as indican que el área quemada ha disminuido, los daños a la salud, la propiedad, los costos asociados a mitigar los efectos se calculan en 600 millones de euros anuales solo en España, la perdida de la vegetación y el coste de la restauraci­ón económicos­ocial, es impresiona­nte. No obstante, la intensidad de los incendios se incrementó en los últimos años y cada vez son más comunes.

Conforme a los mismos resultados del estudio presentado por el secretario general de la ONU, António Guterres, la temperatur­a media mundial fue de 1,09 grados Celsius más alta entre 2011-2020 que entre 18501900, mientras que los últimos cinco años fueron los más calurosos desde 1850.

Otro aspecto a destacar de la alerta dada por las Naciones Unidas tiene que ver con el nivel del mar, que se ha triplicado cuando se comparan los datos de 1901 hasta 1971 y la realidad actual. La influencia humana como elemento desencaden­ador de estos problemas registra un 90 por ciento de posibilida­d.

Solo hay que preguntars­e por qué las temperatur­as extremas, incluidas las olas de calor que padecemos en Santo Domingo y el polvo del Sahara que no conocíamos aquí, son cada vez más comunes. Eso no ocurría en las décadas de 1950, 60 y 70.

Algo pasa y no es la naturaleza que está contra nosotros, somos los humanos que la hemos estado agrediendo.

LA TEMPERATUR­A MEDIA MUNDIAL FUE DE 1,09 GRADOS CELSIUS MÁS ALTA ENTRE 2011-2020.

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