Ologá: Aquí todos somos brutos”
Los pupitres de lo que una vez fue la escuela de Ologá, un aislado pueblo de pescadores en Venezuela, llevan cuatro años amontonados en un salón oscuro y lleno de polvo. La pizarra está en blanco y la pintura de las paredes se desprende por la humedad.
La escuela funcionaba en una modesta construcción con ventanas oxidadas en un islote de este empobrecido asentamiento de palafitos, sobre el Lago de Maracaibo (Zulia, oeste). Llevaba tres años cerrada cuando el gobierno del presidente Nicolás Maduro suspendió las clases presenciales en marzo 2020 por la pandemia de covid-19. Y ahora que el gobierno tiene previsto reabrir las aulas el 25 de octubre, acá no será posible.
Es una de tantas calamidades de Ologá, donde viven unas 40 familias sin agua corriente ni electricidad, prácticamente aisladas por la falta crónica de gasolina, como muchos caseríos en esta región que vio nacer la industria petrolera en Venezuela. Paradójicamente, la única maestra que viajaba a este recóndito poblado a impartir clase comenzó a faltar por la falta de combustible. Dependía de aventones que le daban pescadores y lancheros que trasladaban turistas a la zona (famosa por el fenómeno conocido como Relámpago del Catatumbo) hasta que un día no volvió más.
Ello sin contar los bajos salarios, que no llegan a los 5 dólares mensuales...