La historia ofrece esperanza
Era una noche normal de enero en un hogar como otros, en el que tres hijos irían (o no) a la escuela al día siguiente, según las vicisitudes más recientes de la variante ómicron. Alrededor de la mesa, mi esposo, mis hijos y yo evaluábamos la situación escolar. Los nuevos casos en la preparatoria a la que asisten nuestras gemelas alcanzaron cifras alarmantes. En la secundaria de nuestro hijo menor, los casos no estaban muy atrás.
El covid no es vaga amenaza para nosotros. Familiares queridos han sido llevados por la terrible enfermedad: al otro mundo, a estados reducidos de capacidad y a un largo mañana de fatiga e imprevisibilidad neurológica. Pero cuando una de nuestras hijas dejó su tenedor y anunció: “Todos vamos a morir”, de una manera que era falsamente humorística y al mismo tiempo desgarradora, balbuceé, queriendo desesperadamente calmar su preocupación. “No es el fin, solo un cambio”, dije.
Todos a mi alrededor parecen habalr del fin. El fin de casi un millón de vidas estadounidenses en la pandemia; de la democracia estadounidense; de un baluarte público contra el racismo y el antisemitismo flagrante; de la paz posterior a la Guerra Fría en Europa; del clima estable; y del mejor futuro de nuestros hijos. Una condición de ansiedad apocalíptica se ha apoderado de nosotros, hundiéndonos más profundo en una vorágine de sospecha y pesimismo. Yo también he estado en esta trinchera del pensamiento del fin del mundo, pero escucharlo de uno de mis hijos, una niña que debería tener una vida vibrante por delante, me sacó de mi ansiedad.
Esto es solo un cambio. Desde entonces, he pensado un poco en estas improvisadas palabras de consuelo materno, y aún no estoy preparada para retractarme. Éste no es el fin. Es un cambio, si bien la transformación más grande y dramática que muchos de nosotros hemos visto en nuestras vidas. El cambio es a menudo aterrador.
Hay un truco para evitar ese pánico. La historia es, de hecho, nuestro mejor registro acumulado de cambios y de cómo nuestra especie ha sobrellevado los impactos. Un registro repleto de inundaciones, hambrunas, enfermedades, exilio, agotamiento de recursos, abusos y guerras. También es un depósito dorado de pensamiento y acción, un manual de estrategias para la resiliencia, recuperación e incluso reinvención en respuesta a la perturbación social, fracaso moral y colapso.
Tomemos, por ejemplo, la última vez en la historia de Estados Unidos en que reinó una tiranía cruda y descarada: los casi 250 años en que la esclavitud por lucro y placer dominó la economía, la política y la cultura de la Nación. Para los cuatro millones de afrodescendientes que vivían encadenados antes de la Guerra Civil, la tiranía y una forma particular de autoritarismo racial, eran el marco, estructura y sustancia de la vida cotidiana. La mayoría de personas de raza negra a mediados del siglo XIX vivían en los agrícolas sureste, sur profundo y suroeste del país bajo opresión y azote de una población de abusadores facultados por la ley que buscaban cada vez más ganancias a expensas de su prójimo.
Para estos millones de afroamericanos esclavizados, el cambio de cada día debió sentirse como el final, pues presagiaba la amenaza cercana y palpable del hambre, tortura, asesinato, violación y pérdida de seres queridos a causa de la venta y redistribución. Pero para muchas personas de color la esclavitud no fue el final, más bien una serie de cambios en la existencia, por falta de control del futuro.
La capacidad de reconocer esos momentos de emergencia como de cambio y luego anticipar lo que podría venir a continuación es parte del conjunto de herramientas psicológicas y emocionales que salvó a la población afroamericana. Fue ilustrado de manera poderosa por una madre soltera llamada Rose, esclavizada en Charleston, Carolina del Sur, a principios de la década de 1850, quien lidiaba con lo que debió haberse sentido como el final cuando estaba a punto de perder a su hija, una niña de 9 años. Esa hija, Ashley, estaba programada para la venta luego de la muerte del hombre que había sido “dueño” de ellas. Rose podría haberse retraído en sí misma por ese horror; haberse congelado frente a la amenaza existencial. En cambio, tuvo la fuerza de voluntad para tomar una acción que quizás no detendría el cambio que se avecinaba, pero prepararía mejor a su hija para soportarlo. Al hacerlo, Rose abriría una grieta perceptible más en la ideología de la inhumanidad de la raza negra.
El registro histórico nos dice que Rose no bajó la vista. En cambio, la levantó hacia el cambio de sus aterradoras circunstancias y se encontró con los ojos de su hija con una insistencia en la esperanza. Aunque Rose sabía que perdería a Ashley, quizás para siempre, esperaba que su hija sobreviviera al cambio y empacó un costal de cosas esenciales para que así fuera. Según la historia transmitida por una línea de mujeres de su familia, contenía comida, ropa, una trenza y el amor eterno de una madre.
Rose nunca volvería a ver a su hija, pero Ashley y sus descendientes cargarían el costal a través de transformaciones tumultuosas, incluida la separación de por vida en el comercio de esclavos, guerra civil, emancipación, violencia racial y migración al Norte urbano. Estas muchas hijas de ancestros esclavizados y sus hermanas metafóricas en esclavitud persistirían a través de un cambio inconmensurable.
En la acción de Rose y la perseverancia de Ashley encontramos un códice para la supervivencia enterrado en la oscura historia de esclavitud racial de EE. UU.
Este espíritu de perseverancia, por supuesto, fluye a través de casi todos los esfuerzos culturales de los afroamericanos —nuestra política, nuestros logros sociales y científicos y nuestras artes. La visionaria escritora afroamericana de ciencia ficción y fantasía Octavia E. Butler adoptó esa mentalidad en su best seller
Publicada por primera vez en 1993, esta historia profética y distópica está ambientada en Los Ángeles y otras partes de California justo a un paso de nuestro presente, en 2024-2027, en medio de un caótico telón de fondo de incendios, crimen, neoesclavitud y colapso social. La protagonista de Butler, Lauren Olamina, de 15 años, es hija de padre y madre biológicos afroamericanos, y de madrastra latina. Lauren lucha con una discapacidad resultante del consumo de drogas de su fallecida madre biológica.
“La única verdad duradera es el cambio”, escribe Lauren en su diario antes de que su comunidad es atacada y su vida se transforma por completo. Después de escapar de los restos calcinados de su barrio destruido, Lauren toma la carretera y entabla relaciones con otras personas que también han sido desterradas. Con esta nueva tribu de sobrevivientes de todas las razas, sexos y condiciones previas, comienza a formar una fe alternativa y una política de perseverancia. Lauren no ve otra opción que avanzar por la brecha ilimitada. Rose tampoco vio otra opción. Nosotros tampoco deberíamos.
A pesar de nuestras ansiedades, no estamos parados al borde del fin de Estados Unidos o el fin del mundo. En lugar de ello, enfrentamos un cambio de una naturaleza y magnitud que quizás no comprendamos por completo, pero que la historia nos brinda una manera de enfrentar.
Así que enfrentemos el cambio que se avecina uniéndonos en pequeños actos de humanidad mutua, acogiendo la estrategia de la esperanza resuelta que la cultura y la historia de la raza negra ponen de manifiesto.