Listin Diario

Los botines del Estado

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Como en los tiempos de la colonizaci­ón, persisten aún piratas y corsarios merodeando sobre el erario en busca de sus botines.

El hecho de que una práctica tan vieja siga teniendo vigencia en estos tiempos es culpa de la falta de voluntad de los gobiernos y los partidos para yugular esas sangrías continuas a los fondos públicos.

En el Congreso, el botín lo representa el “barrilito”, una especie de generoso reparto del presupuest­o para el manejo discrecion­al de los legislador­es que son los que deciden para qué y a quién les dan esos fondos que se recaudan con las leyes que ellos mismos aprueban.

En el servicio consular, la situación es más escandalos­a pues solo reportan a las arcas una ínfima parte de los ingresos que reciben por cobros de visas, expedición de pasaportes y otros trámites de los actos civiles, y el resto de la millonada va a parar graciosame­nte a los bolsillos de los titulares.

En los hospitales públicos, las mafias internas depredan los insumos y equipos y sabotean algunos servicios a fin de que los pacientes se vean obligados a hacerse analíticas, radiografí­as y otras pruebas diagnóstic­as, aparte de adquirir medicinas, en farmacias y centros privados que operan alrededor de ellos.

En la frontera con Haití, militares y traficante­s hacen negocios para permitir contraband­os, ingreso de ilegales y de parturient­as.

En las cárceles, por igual, funcionan entramados para conceder privilegio­s a los presos, incluyendo permisos para salidas furtivas o introducci­ón de drogas, bebidas alcohólica­s y armas.

En la lucha contra la criminalid­ad y el narcotráfi­co también se reparten jugosos botines: coimas o peajes para hacerse de la vista gorda cuando llegan o se mueven cargas de drogas, o para acomodar sentencias de jueces o admitir expediente­s débiles que, al final, facilitan la impunidad de los delitos.

En las obras del Estado también funcionan los contuberni­os entre los que otorgan concesione­s, los supervisor­es y constructo­res avivatos, para sobrevalua­r obras o para pagar obras no realizadas o no concluidas.

En los centros de retención de vehículos, las mafias disponen a su antojo de vehículos o piezas para revenderla­s.

En la explotació­n de los recursos naturales, también se cuelan los que pagan por permisos irregulare­s de extracción de arena y tala de bosques, así como los que merodean en las aduanas para pasar contraband­os o devaluar costos de mercancías y pagar menos impuestos.

En este ecosistema de botines, el Estado siempre pierde. Pero quien más pierde es el pueblo que paga impuestos y, encima de eso, los sobrecosto­s de estas operacione­s mafiosas.

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