Listin Diario

Una prueba de ADN la puso al borde de la muerte

Testimonio. Cuando tenía 19 años, tenía un pie aquí y otro en Estados Unidos, pero resultó que no era hija biológica del hombre que al igual que ella, creía que era su padre. Dejó de estudiar, cayó en las drogas, en el alcoholism­o, e intentó suicidarse en

- MARTA QUÉLIZ

Quiero llamarme Susana”. Esto fue lo primero que dijo a reporteros de LISTÍN DIARIO una joven a la que a los 19 años se le transformó su vida intachable, de buena conducta, de valores y de principios en un mundo oscuro, de drogas, alcohol y depresión. El resultado inesperado de una prueba de ácido desoxirrib­onucleico (ADN), la puso al borde de la muerte.

“No pongas mi nombre, por favor te lo pido. Me pones ese que te dije. ¿Estamos claras? Bueno, el caso es que yo siempre fui una buena persona. Una niña amable, feliz, con una familia bonita, en fin… En la escuela, también fui muy estudiosa. Es más, yo hice la primera comunión, me confirmaro­n, hice todo porque vengo de un hogar de fe, de valores… Eso creía”. Sus lágrimas detienen la conversaci­ón.

Rápido se repone. Se acomoda en el sofá azul que hay en una esquina de la sala. Retoma el tema y en esta ocasión lo hace con rabia. “De pronto me encuentro con que ese mundo ideal en el que yo creía que vivía solo estaba en mi cabeza. La alegría que tenía porque ya todos nos íbamos a juntar con ‘papi’ en Estados Unidos se rompió de golpe”. Llora y encuentra compañía en quienes la acompañaba­n. “No se pudo. La prueba dijo que yo no era su hija. ¿Me puedes entender? No soy la hija del hombre que tanto me mimó, que me ha amado siempre como a su tesoro más preciado. No lo soy, escuchaste bien, no lo soy”. Eso lo dice ahogada en llanto.

“Fue una estocada mortal”

“Enterarme de esta noticia acabó conmigo”. Pero a quien siempre ha visto como su padre no le guarda rencor. “Él es tan víctima como yo.

La única culpable es esa mujer que, mientras mi papá, porque aún lo llamo así, se mataba trabajando, ella estaba aquí de sinvergüen­za. Mis hermanos más grandes son sus hijos, pero yo que soy la más pequeña, que nací mientras él iba y venía, yo no soy su hija”. Al contar esta parte no da detalles de cuántos hermanos tiene, y continúa su ataque contra la madre a la que, siete años después, aún no perdona.

No sabía qué era lo que sentía en el momento en que se enteró de que no era hija de ese hombre al que por 19 años había considerad­o su padre biológico. “Era como rabia, deseos de morirme, de irme lejos donde nadie me viera, vergüenza con él, vergüenza de haber nacido de una mujer como esa… Lo que menos me importaba era el viaje, de hecho, no dejé que él lo resolviera. Solo encontré refugio en esas cosas malas que para mí eran buenas”.

Después de este desahogo, la joven que para contar su historia se puso el nombre de Susana, relata que no tenía ni idea de cómo introducir­se en el mundo de las drogas y del alcohol. “Lo primero que hice fue irme lejos, boté el pedazo por la vergüenza. Tenía unos dolaritos guardados, porque me gustaba ahorrar, y pagué una habitación en un hotel de mala muerte. Duré como una semana ahí. Vi a un muchacho raro en los alrededore­s y comencé a hablar con él. Nos hicimos amigos y me ayudó a encontrar algo más económico. Le dije a uno de mis hermanos que estaba viva, pero que no me buscaran”. Los recuerdos la traicionan y vuelve a llorar.

Fue ese nuevo amigo el que la condujo por el camino equivocado, que según ella, en ese momento la ayudó a no volverse loca. “Él me salvó la vida en dos ocasiones que intenté suicidarme. En la segunda ocasión llamó a un número que encontró y fue ella que atendió. Era el de mi casa. Le rogó que le dijera dónde yo estaba y él le dijo. Allá fue a rogarme y hablarme mentira de que la prueba se equivocó. Que ella era una mujer seria. Nada más falso que eso”. Eso piensa.

Un día llamó a quien creía su padre y él le dijo que las cosas no iban a cambiar con ella por un resultado de una prueba, que con quien sí cambiarían era con la madre. “Averiguamo­s bien para no quedar con la duda de que se habían equivocado. Él vino para donde mi abuela, nos la hicimos de nuevo, y salió lo mismo. En conclusión, salió que yo soy hija sabrá Dios de quién y que la que me parió es una sinvergüen­za y mentirosa”.

La familia de su “papá” la sigue tratando igual que siempre y ahora vive con una de sus tías, que fue quien la ayudó a ir saliendo de ese ambiente de vicios en el que duró un buen tiempo. “Fue fuerte, me dio trabajo, me sentía parte de la familia de ese amigo. Mis hermanos intentaron ayudarme, pero no era fácil. Mi papá mandaba dinero a la mamá de mi amigo y después él vino y me llevó adonde su hermana”.

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