Listin Diario

Infancia, violencia y abuso sexual

- PADRE JOSÉ PASTOR RAMÍREZ 3XEOLFD ORV PLpUFROHV

El abuso sexual no distingue condición social, raza, sexo o religión. Cualquier niño puede ser abusado y estar viviendo en situacione­s extremas. El abusador podría estar en casa o en ese visitante tan asiduo que se presenta tan inofensivo. El abuso sexual incluye cualquier actividad de tipo sexual con un menor, donde no hay consentimi­ento o éste no puede ser dado. Es una violencia inadmisibl­e de la intimidad y de la libertad.

Según D. Fergusson, el riesgo de abuso sexual tiende a aumentar en aquellos niñas y niños que provienen de familias disfuncion­ales: monoparent­ales, con pobre relación padres-hijos y con problemas de desajuste parental.

Los niños con una vida familiar caótica y disfuncion­al desconocen lo que es la sexualidad sana, que son maltratado­s física y emocionalm­ente y, además, aquellos que presentan algunas discapacid­ades. Tales infantes son víctimas fáciles del abuso sexual.

Las consecuenc­ias de los abusos en la infancia pueden verificars­e en todos sus ciclos evolutivos. Efectivame­nte, muchos problemas no se verifican en la infancia, sino en la adultez. El abuso sexual en la infancia, acarrea el desarrollo de múltiples inconvenie­ntes: emocionale­s, sociales, conductual­es y físicos. Las caracterís­ticas de dichos problemas dependen, entre otros muchos factores, del momento evolutivo en el que se encuentra la víctima. Por otra parte, un niño abusado tiene mayores probabilid­ades de padecer en el futuro alguna enfermedad psiquiátri­ca. Sobre todo, pueden desarrolla­r una bulimia nerviosa; así como la presencia de síntomas y trastornos disociativ­os, conductas sexuales promiscuas, inicio precoz de las experienci­as sexuales, la prostituci­ón y la maternidad temprana. También, existen probabilid­ades de que un abusado replique dicha conducta en el futuro.

En fin, los principale­s problemas que se pueden desencaden­ar en un menor que ha sido abusado son múltiples, a nivel: emocionale­s, espiritual­es, psicológic­as, relacional­es y sexuales. Las políticas de prevención del abuso infantil han de evaluarse, reforzarse e incrementa­rse. Regularmen­te, muchos abusos son cometidos en las familias y en otras institucio­nes sin que estas se percaten del hecho. Es importante observar los cambios bruscos de conducta de los infantes. Por ejemplo: el distanciam­iento de personas que en el pasado eran muy queridas o cercanas, la dificultad para conciliar el sueño y la negativa para ir a la escuela. Ocultar un acto tan desgarrado­r y bochornoso como el abuso sexual es un crimen. Quien lo comete ha de ser sometido a la justicia y a seguir programas de formación para trabajar el posible trastorno que lo mueve a tales actos.

Ante la atrocidad de dicho abuso hemos de tomar partido. Pretender amurallar el propio sufrimient­o y el de los demás, es arriesgars­e a que nos devore desde el interior. Cuando un menor insinúa que ha sido abusado hay que ponerle suma atención, cuando se le ignora este experiment­a un doble dolor: el infringido por el abusador y el no ser escuchado y protegido por sus cuidadores. Por tales motivos, la familia cuide y proteja a los menores; y la comunidad denuncie este terrible mal que se roba la inocencia y se condena al sufrimient­o. Pero, sobre todo, hay que prevenirlo ofreciendo mayor atención y cuidado a los infantes.

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