Las frías madrugadas de la nota roja Con asombro y no menos indignación personal, cabe preguntar por el sentido de la nota roja, “esa prensa fácil cuyo único objeto es deleitar los ojos morbosos de sus consumidores”, ahora expandida en las redes.
La madrugada del 20 de enero un auto se partió en dos. En él viajaba un hombre de veintinueve años con un futuro luminoso. Era capitán de avión, era joven y estaba enamorado. Murió al instante. ¿Qué pensó cuando el auto iba sin dirección, a la pura inercia de la velocidad? ¿Sospechó su final? La muerte también es un alarido de fierros que se retuercen y cristales que estallan. ¿Los escuchó?
Esa misma mañana, la imagen del auto partido siguió la ruta habitual de los hechos terribles que acompañan la vida en la ciudad. Dos reporteros, de dos diferentes televisoras, dieron cuenta del acontecimiento. Ambos dedicaron unos cuantos segundos a comentar el hecho y no perdieron oportunidad de señalar el mismo lugar común con que comentan sucesos similares: “desafortunadamente murió un hombre” o “lamentablemente una persona perdió la vida”. Luego pasaron a otra cosa. Uno reportó el fin de un incendio y el otro enumeró las indicaciones del programa “Hoy no circula”. Y nada más.
De tan cotidiano, hemos dado por sentado que los noticiarios de casi todos los canales dedican parte de su programación a narrar hechos trágicos como éste, sin mayor propósito que la delectación morbosa del ¿respetable? auditorio. Baste atravesar el páramo de la programación televisiva para ver replicado, una y otra vez, el mismo accidente fatal. Porque todos los accidentes son el mismo accidente: llantas que miran al cielo, vidrios reventados, fierros torcidos y sangre en el pavimento. Lo único distinto son las familias que miran horrorizadas la imagen que, siempre inesperadamente, protagonizan sus propios miembros.
Esta ciudad no sólo se habita, también se lee, y la nota roja es el correlato de la vida en estas calles y avenidas. La literatura de la ciudad no está nada más en los poemas de Efraín Huerta o en las crónicas de Carlos Monsiváis, como pensábamos ingenuamente los que
no conocíamos el rostro más cruel de la metrópoli. Las otras letras de la ciudad están agazapadas en las secciones de nota roja, en esa prensa fácil cuyo único objeto es deleitar los ojos morbosos de sus consumidores.
De tan común, casi nadie se pregunta ahora sobre el “interés” que despiertan hechos así. ¿Quién se sentiría legítimamente interesado en conocer el catálogo de choques fatales que Ciudad de México ofrece a sus habitantes noche tras noche?, ¿qué sacan en limpio quienes consumen esa información?, ¿qué parte de su día depende de saber si un coche se partió a la mitad o si un camión se volteó en Periférico?
La relación tumultuosa e inconexa de estos hechos en los medios de comunicación sólo hace más injustificable ese periodismo de imágenes brutales y comentarios falsamente condolidos. Sin contexto, una noticia no es más que una aparición sin consecuencias, un anacoluto de la realidad caótica. ¿De qué sirve saber si ayer en la noche hubo dos, tres, catorce accidentes en automóvil y si se perdieron una, cinco o veintidós vidas en ellos?, ¿qué sale en blanco y negro de ese conteo? Si acaso hubiera algo más en toda aquella obsesiva enumeración, algún dato clarificador, una variable que se repite, que escapa a nuestra vista y que hace inteligible la frecuencia de los accidentes, alguna conclusión que fuera más allá de la pura mención de los acontecimientos… Pero nada. Así, la narración de un choque es sólo una concesión más al malsano apetito que las imágenes y los hechos de la muerte causan entre personas de una constitución peculiar.
La “nota roja”: una ventana
La frecuencia con que estos hechos salpican de sangre los televisores de millones de personas en México, no sólo habla de la calidad de nuestros medios sino de sus consumidores. Rara vez nos fijamos en ellos, y es que hasta hace algunos años el “consumidor promedio” de noticias era un misterio. Ahora, las redes sociales lo han desplazado de la pasividad anónima de su sala a interactuar activamente con el desarrollo de los acontecimientos. Parecía una buena idea, pero poco a poco ese “consumidor promedio” asomó la cara y se dejó ver majadero y cruel. Por supuesto, excepciones las hay.
Una de las televisoras que reportó el accidente de mi primo llevó la noticia a YouTube: “Muere automovilista tras perder el control en Circuito Interior – Las Noticias”. Una catarata de comentarios indolentes y majaderos dejó su impronta en el video. ¿Nos los habrían dicho a la cara?, ¿se los habrían dicho a su padre, mi tío?
El video es mentiroso. En la descripción se refiere lo siguiente: “Muere un automovilista tras perder el control de su vehículo muy cerca del del (sic) Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (aicm); el automóvil quedó partido a la mitad.” Mi primo no venía manejando, era el copiloto. Otra vez:
mi primo no venía manejando, era el copiloto. Mi primo no venía manejando, era el copiloto. ¿Ya les quedó claro?