El fiasco de la grabadora
Cuando las grabadoras de voz llegaron hasta las redacciones como valiosos instrumentos que permitían a los reporteros registrar, en vez de escribir en libretas, las declaraciones de sus entrevistados, el esforzado trabajo de usar la mente y la taquigrafía fue cediendo su lugar a la nueva tecnología.
Los pocos a los que se les asignaron eran los que cubrían fuentes importantes, como el Palacio Nacional y contados ministerios, pero su uso más extendido se dio en los noticiarios radiales y en los poquísimos televisivos que existían para la época de los sesenta.
Si bien la grabadora recogía todo, su utilización obligaba a un doble trabajo, pues los reporteros tenían luego que escuchar y textualizar las declaraciones en sus máquinas de escribir, eso sí,con ganancia de causa porque podían hacer citas completas o precisar datos sin necesidad de que la memoria, su antigua arma, los traicionara.
Los radioreporteros, a su vez, tenían la ventaja de sacar al aire las declaraciones verbales de los protagonistas. Y hasta el estruendo de las bombas o tiros que disparaba la policía para sofocar motines.
Como les dije la semana pasada, esas grabadoras parecían bolsos de mujer y los usuarios se las colgaban del hombro para hacer su trabajo. De esa caja salía un micrófono con un cable que permitía acercar el receptor de voz al entrevistado a más de un metro de distancia.