Ánimo en dos minutos El único verdadero Rey
Reflexión. Si un hombre muere a su falso yo, a la persona hecha por Dios con amor infinito de Padre no muere nunca.
Estaba a mi lado en una conversación de sobremesa uno de los hombres más importantes en materia de la ciencia económica y aproveché para preguntarle: “Don J., ¿qué ha aprendido usted en 80 años de una vida tan fructífera y exitosa como la suya?”.
“Que no se puede confiar en nadie”, me contestó.
Quedé tan sorprendido con esta pobre respuesta de quien siempre había creído era un sabio, con una vida llena de “éxitos” y admiración, que preferí guardar silencio y dar por terminada la conversación. ¡Qué fracaso…! Esto es igual que decir todo era falso. ¡Pobre hombre…!
El aprecio que siempre había recibido de todos había sido dirigido a su cargo, no a él. A su falso yo, era con algún interés, pero él, él mismo, su persona, su verdadero yo, quizás no había sido apreciado por nadie. Y ahora, cuando eso era lo que quedaba… él descubre la triste realidad de que “no se puede confiar en nadie”, de que él había vivido toda su vida basada en su falso yo.
El Señor Jesús decepcionó a muchos cuando vivió su pasión voluntariamente aceptada, como se recuerda en cada misa.
Ahora estaba Él cruelmente clavado en una cruz de madera, con un malhechor desconocido a su izquierda y otro a su derecha. ¡Increíble! Se burlaban de Él, uno viró la cabeza y miró para otro lado, y el otro lo miró y creyó en Él. Dicen que era tan buen ladrón que se robó el paraíso.
“Acuérdate de mí, cuando estés en tu reino”, le dijo.
“Hoy mismo –le responde Jesús– estarás conmigo en el paraíso”.
Solo por un acto de fe, este malhechor ese mismo día entraría en el paraíso.
Así es como Jesús demuestra que es Rey.
Este es nuestro Rey. Un Rey lleno de amor, que nos da un lugar perfecto lleno de paz y alegría, un paraíso regalado a los pequeños que ponen su fe en Él.
Nos dice San Juan Crisóstomo: “Ese ladrón ha robado el paraíso, ni Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, ni los profetas, ni los apóstoles: el ladrón entró antes que ellos. Pues su fe superó la de ellos. Él vio a Jesús atormentado, le suplicó y lo adoró como si estuviera en su gloria. Lo vio en un trono, y le pidió una gracia como a un rey. ¡Oh admirable malhechor! ¡Viste a un hombre crucificado y lo proclamaste Dios!”
Aquí vemos un final que expresa “Puede creer en mí”, porque así, al final no dirá “todo era falso”, sino: ¡Todo era cierto!
Si un hombre muere a su falso yo, a la persona hecha por Dios con amor infinito de Padre (y no el “personaje” aparente) no muere nunca. Acerca del evangelio de San Lucas 23, 35-43 Luis García Dubus
(1930-2019)