“Mi niña nació sin signos vitales y con glaucoma”
“Yaribel nació en agosto y ya tiene pautada una cirugía en la vista para el 21 del próximo mes de diciembre. Su hermanito, que tiene 11 años, y solo es hijo de Anabel, ya perdió la visión de un ojo y ve muy poco del otro.
La historia de Joel y Anabel parece estar a oscuras como sus ojos. Están atravesando por momentos tan duros que hay que vivirlo para poder creerlo. Ella, recién parida y postrada en una cama. Él cuidándola, trabajando, sufriendo y, por si fuera poco, viendo cómo se le desvanecen las ganas de seguir luchando.
Le duele saber que su bebé, que nació sin signos vitales y con glaucoma, no ha podido disfrutar de la calidez de los brazos de su madre. “Es muy duro, muy duro lo que nos está pasando. Mi esposa no conoce a su hija, mi niña no ha podido sentir su calor. Y para colmo, así tan chiquita ya tiene pautada una cirugía en la vista para el 21 del próximo mes de diciembre, y su hermanito, que tiene 11 años, y solo es hijo de Anabel, ya perdió la visión de un ojo y ve muy poco del otro”, se lamenta Joel.
Él quiere un lugar donde su esposa esté cómoda y atendida por expertos. “Y quiero que me ayuden porque no puedo más. Es demasiado para mí. Trabajo mucho, pero no es suficiente para mantener la familia, la casa, una persona enferma, pagar alquiler, comprar oxígeno, medicamento, gastar en ambulancia, médicos…”. Se da por vencido y decide no seguir nombrando los compromisos que debe saldar sin generar esos ingresos.
La osadía para llevarla al médico
Cada cierto tiempo a Anabel hay que movilizarla de su cama y llevarla a un hospital a revisar el levín. “Para poder llevarla debemos bajarla de aquí, y caminar con ella al hombro por el callejón hasta llegar a la parte buena de la calle que es donde la espera la ambulancia. Si llamo al 9-1-1 vienen y la buscan, pero nos dejan allá y para volver tengo que pagar una ambulancia, a veces sin tener el dinero, pero hago el esfuerzo”. Joel lo dice llorando,que fue como se mantuvo todo el tiempo.
En ocasiones, para que su esposa no sufra el trote, como se dice en buen dominicano, el afanado esposo paga 6,000 pesos a un médico que vaya a su casa a darle el seguimiento de lugar. Esos días, él debe dejar de trabajar, pues se ha entregado en cuerpo y alma a su esposa y a su niña. A este debe comprarle su leche y sus pañales, además de pagar alquiler y mantener la casa.
“Ella me ayudaba mucho porque los dos trabajábamos juntos como masajistas. Yo extraño que ya ella no pueda acompañarme, que no se vaya conmigo, para yo cuidarla por las calles”. Un llanto que no cesa le impide seguir, pero quiere decir más. “Nos pasábamos el día entero juntos, y ahora se me parte el alma cuando tengo que irme y dejarla en esa cama”. Al hacer este relato, Joel encuentra quien le acompañe a llorar.
Con su bastón, acompañó al equipo para que conociera la ruta que debe hacer para movilizar a su amada entre el peligro, el hedor de la cañada y las dificultades que representa su discapacidad visual en un lugar sin ninguna seguridad.