Listin Diario

Atrapados entre la guerra y la sequía

- Por DECLAN WALSH

El mar de tiendas de campaña hechas con palos y trapos que se expande en todas direccione­s desde la hambrienta y asediada ciudad de Baidoa, en el sur de Somalia, cede el paso a inmensas llanuras controlada­s por los milicianos de Al Shabab.

Refugiados han inundado Baidoa, huyendo de los estragos de la sequía más implacable de Somalia en 40 años. Entre ellos se encontraba Maryam, de 2 años. La sequía había marchitado los cultivos de su familia y matado de hambre a sus animales. La familia resistió un trayecto de cinco días a Baidoa, con la esperanza de llegar a un lugar seguro. Pero Maryam, débil por el hambre, empezó a toser y a vomitar. Su madre, meciéndola, pidió ayuda.

Una combinació­n de clima extremo y extremista­s empuja al país hacia su peor desastre en más de una década. Cinco temporadas con escasez de lluvias han afectado a 7.8 millones de somalíes, de los cuales 300 mil experiment­an hambruna. El principal obstáculo para los esfuerzos de ayuda es Al Shabab, los extremista­s que despachan a terrorista­s suicidas y reclutan niños a la fuerza.

Los somalíes están a la espera de ver si los expertos en ayuda humanitari­a declararán formalment­e una hambruna. Las últimas dos grandes hambrunas de Somalia, en 1992 y 2011, que causaron la muerte de medio millón de personas entre ambas, fueron producto de sequías exacerbada­s por la guerra.

Maryam falleció el 3 de noviembre. Hombres del campamento cargaron sus restos a un pequeño cementerio. Una ramita marca su tumba.

Al menos 1.1 millones de personas han abandonado sus hogares para dirigirse a campamento­s abarrotado­s y sucios como los que rodean a Baidoa. La ONU dice que necesita US$1 mil millones adicionale­s para alimento, agua y albergues de emergencia. Sin acciones urgentes, al menos 500 mil niños estarán en peligro de muerte para mediados de 2023, “una pesadilla inminente que no hemos visto en este siglo”, dijo James Elder, vocero de Unicef.

Kenia y Etiopía también son víctimas de la sequía, que ha llevado a 21 millones de personas en el Cuerno de África al borde del abismo. Pero es más aguda en Somalia.

Baidoa quedó regada de cuerpos esquelétic­os en 1992, cuando un tercio de la población murió de hambre. Eso motivó un despliegue militar estadounid­ense y una visita del presidente George H.W. Bush en 1993, quien prometió no dejar a los somalíes “abandonado­s”. Pero un año después los estadounid­enses se habían retirado, a raíz del incidente de “La caída del Halcón Negro” cuando dos helicópter­os de EE. UU. fueron derribados a tiros en Mogadiscio, la capital.

Un ciclo de décadas de duración de intervenci­ones internacio­nales en Somalia, que incluye miles de millones de dólares en ayuda humanitari­a y apoyo militar, no logró estabiliza­r al país. La elección de Hassan Sheikh Mohamud como presidente este año avivó esperanzas de que se podría hacer retroceder a Al Shabab. Pero los milicianos tomaron represalia­s el 29 de octubre con su ataque más mortal en cinco años —dos carros bomba en Mogadiscio que causaron más de cien muertes.

Baidoa se ha convertido en un salvavidas para la población famélica y temerosa. La ONU dijo que 165 mil personas llegaron en masa a la ciudad entre abril de 2021 y el 22 de julio, sumándose a una población de refugiados existente que ronda los 430.000.

La influencia de Al Shabab inicia a unos cuantos kilómetros de distancia.

En los campamento­s, los recién llegados describían trayectos desgarrado­res. Isaq Hassano, de 75 años, compartió sus estragos personales —primero su hijo, quien murió en su aldea; luego la esposa de su hijo, quien murió desangrada dando a luz en el viaje de 10 días a pie a Baidoa; luego un recién nacido, que murió después de llegar al campamento; y por último, Nimo, una niña de 3 años que murió de hambre hace unos meses.

Las fuerzas que impulsan la desgracia de Somalia no ceden. Los meteorólog­os advirtiero­n hace poco de que los modelos sugieren que la siguiente temporada de lluvia tampoco podría materializ­arse. Y Al Shabab sigue siendo temible.

En un campamento, un hombre calló a su esposa cuando empezó a describir los abusos de los milicianos.

“La gente está escuchando”, dijo en voz baja. “Guarda silencio”.

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ANDREA BRUCE PARA THE NEW YORK TIMES

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