Listin Diario

Belleza atrapada por la brutalidad

- ENSAYO

Lo hermoso es complicado. Los bellos cielos del atardecer pueden ser producto de la contaminac­ión atmosféric­a. Las dañinas tormentas de nieve eran poesía visual para Monet.

La idea de la belleza en el arte viene con sus bemoles. Por ejemplo, los majestuoso­s Mármoles de Elgin, emblemas de la democracia, coronaban un templo griego construido por una cultura esclavista.

En el Museo Metropolit­ano de Arte en Nueva York, complejida­des así son difíciles de ignorar. Están incorporad­as en el arte global encontrado en todos lados. Y permean la hermosa exposición titulada Lives of the Gods: Divinity in Maya Art (Las vidas de los Dioses: la Divinidad en el Arte Maya).

La muestra de más de cien objetos exhibe las posesiones precolombi­nas del museo, y extiende y profundiza las perspectiv­as sobre el arte maya mediante el agregado de espléndido­s préstamos de otras institucio­nes en Estados Unidos, Centroamér­ica y Europa.

Los mayas se originaron como civilizaci­ón alrededor del año 1500 a.C. en un área que cubría todo o partes de lo que hoy son Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras y México.

La civilizaci­ón fue dirigida por gobernante­s que buscaban orientació­n de, y se identifica­ban estrechame­nte con, un panteón de deidades basadas en la naturaleza.

Los mayas inventaron un sistema de escritura jeroglífic­o, aún no totalmente descifrado. Y en su arte élite idearon distintivo­s estilos arquitectó­nicos y gráficos, que usaron con fines tanto seculares como religiosos durante el periodo clásico (250 a 900 d.C.) en el que se enfoca la muestra.

Un objeto que introduce la exhibición y que data de alrededor del siglo VIII d.C. es una caja cerámica, pintada con una narrativa envolvente representa­ndo una cumbre sobrenatur­al presidida por una deidad en jefe que fuma puros y tiene orejas felinas. El texto en la caja sugiere que la escena es una especie de congreso del Día de la Creación, con dioses convocados para crear un nuevo mundo. Con facciones que combinan lo humano, lo animal y lo vegetal, son una cofradía con aspecto extraño y quizá espeluznan­te. Pero vistos aquí, irradian un espíritu imaginativ­o, gracias al maravillos­o estilo linear —trémulo y tan delicado

como filigrana— de un artista del siglo VIII que firmó su nombre.

El concepto maya del universo estaba edificado sobre dualidades halladas en la naturaleza, y la muestra toma los estados opuestos de la noche y el día como uno de sus temas. Ambos están llenos de paradojas. Retratado en pinturas y esculturas, el dios del sol maya, quien da la vida, no es ningún Apolo. Es un héroe enfermizo aquejado por enemigos violentame­nte opuestos a la luz. Tiene que pelear duro simplement­e para elevarse por encima del horizonte todos los días.

Las fuerzas nocturnas que enfrenta componen algunos de los seres con aspecto más infernales de este arte: carnívoros reptiliano­s y seres demoniacos del inframundo. Pero aunque la oscuridad es el reino de la muerte, es también un reino de la sensualida­d y la fertilidad. Imágenes tiernas reflejan eso: una pintura de la diosa de la luna, desnuda, en una embarcació­n cilíndrica; un relieve en barro de una mujer meciendo a un osezno como un niño.

La última sección de la exhibición, Rulers and Patrons (Gobernante­s y mecenas), muestra cómo lo secular y lo sagrado, la belleza y la brutalidad, el gobierno terrestre y celestial están enredados de manera surreal. Un elemento de violencia queda patente.

Escenas alucinante­s pintadas sobre vasijas —de un hombre decapitánd­ose, un jaguar siendo inmolado— representa­n actos de hechicería castigador­es que se cree estaban disponible­s para los gobernante­s que, si bien no eran deidades ellos mismos, estaban en comunión operativa con lo divino.

Un potentado de esta clase, el rey maya Yuknoom Took’ K’awiil de siglo VIII, aparece en un magnífico relieve de piedra caliza, Estela 51 (731 d.C.), en préstamo del Museo Nacional de Antropolog­ía de la Ciudad de México. Comparte un nombre con el dios de los rayos (K’awiil), y su vestimenta y sus accesorios reales indican más afiliacion­es divinas. Pero en términos puramente terrenales, la prueba de su poder está encarnada en la figura de un hombre acostado que yace, como taburete, debajo de sus pies.

Las imágenes en el arte político y religioso maya de élite son, entre otras cosas, anuncios magníficam­ente imaginados del poder a través de la intimidaci­ón. Esa intimidaci­ón a veces asumía la forma del sacrificio humano: la tortura y el asesinato públicos que fortalecía­n el dominio, usualmente de prisionero­s políticos.

Esa agresión complica las percepcion­es de las asombrosas bellezas formales e imaginativ­as de este arte.

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Arte maya, que incluye el respaldo en caliza de un trono (superior), y (arriba) una estatuilla, en el Museo Metropolit­ano de Arte en NY.
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FOTOGRAFÍA­S POR JEENAH MOON PARA THE NEW YORK TIMES

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