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INGMAR BERGM El director que fi sus obsesione

Director: Realizó más de sesenta películas y ganó de cuatro Oscar, el genio sueco también acumuló amantes e infidelida­des. En su vida de seductor tuvo aventuras con todas sus actrices y las engañó a casi todas.

- IXONE DÍAZ LANDALUCE Madrid, España Tomado de ABC

Se dice con frecuencia que Dios es amor, pero a mí me resulta más claro si me permiten decir que el amor es Dios. El amor es vida y la falta de amor es muerte, eso lo sé yo por amarga experienci­a». Ingmar Bergmanref­lexionaba así en 1960 acerca de los dos ejes de su existencia en sus cuadernos de notas.

La religión y el amor, Dios y las mujeres, marcaron su obra, pero sobre todo su caótica vida personal. Mientras el iracundo genio adicto al trabajo dirigía películas como Persona o Fanny y Alexander y ganaba cuatro Oscar, su vida sentimenta­l era un desfile de amantes e infidelida­des. Casado cinco veces, divorciado otras cuatro y padre ausente de nueve hijos, mantener a toda su prole lo obligó a convertirs­e en autor prolífico que, a pesar de todo, solía decir que sus películas eran su «amante más exigente».

Liv Ullman, la musa.

Las nueve películas que hicieron juntos (en la foto, durante rodaje de La hora del lobo) la convirtier­on en un gran icono feminista-cultural de su época. Como pareja estuvieron juntos de 1965 a 1970.Tuvieron una hija.

«Mamá es preciosa, la más hermosa de todas las personas que puedas imaginar, más hermosa que la Virgen María», escribió Bergman en su novela autobiográ­fica Niños de domingo sobre su madre, Karin. Aunque sentía auténtica adoración por ella, su madre siempre se mostró terribleme­nte fría y distante con él. Su cuarta mujer, la pianista Käbi Laretei, llegó a decir que Bergman siempre buscó mujeres que le recordaran a ella.

Bergman (Uppsala, Suecia, 1918) creció rodeado de iconografí­a religiosa. Su padre, Erik, era un pastor luterano. Mientras él y sus hermanos recibían terribles castigos físicos y eran encerrados en armarios si cometían una infracción, sus padres mantenían las apariencia­s frente a la congregaci­ón, pero su matrimonio era cualquier cosa menos idílico. Obsesionad­o con el cine y el teatro desde que a los 9 años cambió varios soldados de plomo por una linterna mágica, Bergman se fue de casa a los 19 tras discutir con su padre y pegarle un puñetazo: «’Si me pegas, te pegaré’, le dije. Lo hizo y yo también. Todavía recuerdo su cara», escribió. Pasaron 30 años sin hablarse.

Quizá por eso a Bergman nunca le interesó formar una familia convencion­al. Ni siquiera supo estar casado o ser un padre presente. Vivió aventuras con todas sus actrices y engañó a casi todas.

Con nariz aguileña y un físico más bien ramplón fue, sin embargo, un seductor nato. Sentía predilecci­ón por las artistas como él: coreógrafa­s, actrices, escritoras… Y ellas eran capaces de dejarlo todo por él, matrimonio­s e hijos incluidos.

La hora del lobo

En 1943, dos años antes de dirigir Crisis -su primera película-, se casó con la coreógrafa Else Fisher, con la que tuvo a su primera hija, Lena. Pero poco después, con ambas hospitaliz­adas por tuberculos­is, Bergman inició un affaire con la también coreógrafa y amiga de su mujer, Ellen Lundström. Es más, cuando cuando Fisher abandonó el hospital, Lundström

ya estaba embarazada. Se casaron 2 años después y tuvieron cuatro hijos.

El cineasta empezó a rodar sus primeras películas, conoció a la periodista Gun Grut y se enamoró de ella. Tramitó rápidament­e su segundo divorcio, pasó de nuevo por el altar, tuvo otro hijo y a partir de ahí Bergman empezó a encadenar romances con algunas de sus actrices, como Bibi Andersson, protagonis­ta de Persona.

En 1959, el director se casó, su cuarto matrimonio ya, con la pianista Käbi Laretei, con la que tuvo otro hijo. Acababa de cumplir 40 años con un bagaje de siete hijos y tres exmujeres.

«Querer a alguien. Que alguien te quiera. Una experienci­a rara,

de sentir comunión y contacto ininterrum­pido. El rostro de Käbi marcado por el dolor y el insomnio, sus esfuerzos, el paisaje de su alma, el orgullo y la humildad, la fuerza y la alegría. Tendré que vivir encerrado en eso. Pase lo que pase y venga como venga el futuro (todo se me antoja posible) esta es la mejor parte de mi vida y, según creo, es del todo decisiva para continuar», reflexiona­ba en 1962 sobre su relación con Laretei en sus Cuadernos de trabajo.

Sin embargo, apenas 4 meses después, Bergman hacía balance de aquellos años de deriva sentimenta­l y escribía en esas mismas páginas. «En estos momentos estoy solo, después de haber dejado a mis espaldas varios matrimonio­s. (Y me costó un buen dinero, debo decir). Tengo muchos hijos a los que conozco solo somerament­e o a los que no conozco en absoluto. Mis fracasos humanos son incontable­s. Por eso me esfuerzo en ser el artista perfecto».

Paradójica­mente, el cine lo llevó hasta la siguiente mujer de su vida. En 1965 conoció a Liv Ullla

VIVIÓ HASTA EL FINAL DE SUVIDA RODEADO DE MUJERES: CUATRO

ENFERMERAS Y TODAS LAS EX QUE LO

VISITABAN.

mann en el rodaje de Persona y se enamoró perdidamen­te. Veinte años más joven que él, se convirtió en su amante, en su musa y en la madre de su hija la escritora Linn Ullmann. «Liv es mi última posibilida­d y no soy con ella como debería. Tiene que poder confiar en mí y recuperar la alegría», escribía en 1966.

Todas esas mujeres

De aquella época convulsa, de matrimonio­s fugaces e infidelida­des constantes, se arrepintió el resto de su vida. «No reconozco a la persona que era yo hace 40 años […]. No confiaba en nadie, no amaba a nadie. Estaba dominado por una sexualidad que me obligaba a incesantes infidelida­des, torturado constantem­ente por el deseo, el miedo, la angustia y la mala conciencia», escribió en su autobiogra­fía La linterna mágica.

«Abandoné la adolescenc­ia a los 54 años», solía decir. Efectivame­nte, todo cambió a partir de 1971, cuando el cineasta se casó con la baronesa Ingrid von Rosen. En realidad, eran viejos conocidos… Coincidier­on por primera vez cuando él estaba casado con Gun Grut y mantuviero­n una relación intermiten­te durante años. Junto a ella, Bergman encontró por fin la paz, pero sobre todo descubrió una felicidad desconocid­a. Elegante y refinada, atendía la correspond­encia, leía sus guiones (era la única capaz de entender su endiablada caligrafía) y los pasaba a máquina.

«Con cierta angustia acojo cada día y pienso: cómo puede ser que yo viva así. La plenitud en lo cotidiano, en la realidad, no es forzada ni inventada, sino real. Y sé que proviene de Ingrid. A través de ella recibo todo lo que un ser humano puede recibir. Vivo una vida verdadera. Voy a salir a mirarla para comprobar que es real», escribía en 1972 sobre su quinta esposa. Gracias a ella, Bergman se convirtió en el patriarca que nunca se había molestado en ser.

La baronesa se preocupó de que sus hijos empezaran a frecuentar la casa de Fårö, la diminuta isla del Báltico donde pasó sus últimos meses. De hecho, por su 60 cumpleaños, Ingrid juntó a toda la prole bajo el mismo techo por primera vez. Entre ellos había escritores, cineastas, actores y hasta un piloto de avión, que acabaron idolatrand­o a su padre y refiriéndo­se a él de forma cariñosa como el «gran gorila». «Todo es mérito de Ingrid. Todas estas cosas buenas vienen de ella», escribió en sus notas.

Cuando en 1995 Rosen murió víctima de un cáncer de estómago a los 65 años, Bergman cayó en una depresión. Ni siquiera era capaz de escribir. Volvió a hacerlo junto con Maria von Rose, hija de la baronesa, en un libro sobre su madre. Cuando se publicó, se supo que en realidad Maria también era hija de Bergman. Había nacido en 1959, el mismo año en el que el director se divorció de Grut y se casó con Laretei, aunque ella no supo quién era su padre hasta que cumplió 22 años. Fue el último escándalo que Bergman protagoniz­ó antes de morir.

NO TENÍA MIEDO A LA MUERTE, SINO, COMO ÉL MISMO SOLÍA DECIR, UNA GRAN CURIOSIDAD POR CONOCER QUÉ VENÍA DESPUÉS. BERGMAN FALLECIÓ EL 30 DE JULIO DE 2007 A LOS 89 AÑOS.

La carcoma

Aunque siguió trabajando hasta los 85 años, en 2006 el cineasta se sometió a una cirugía de cadera de la que nunca se recuperó. En Fårö vivió hasta el final rodeado de mujeres: las cuatro enfermeras que se encargaban de cuidarlo, pero también las exmujeres y examantes que lo visitaban, con las que Bergman siempre conservó una relación estrecha y afectuosa.

No tenía miedo a la muerte, sino, como él mismo solía decir, una gran curiosidad por conocer qué venía después. Bergman falleció el 30 de julio de 2007 a los 89 años. Liv Ullmann, uno de sus grandes amores, estuvo a su lado cuando el director dio su último suspiro.

Lo que pasó después estaba perfectame­nte organizado. Meticuloso, Bergman había planeado hasta el último detalle de su propio funeral: escogió la música y el ataúd, vetó las flores de colores y a los invitados famosos. Y dejó muy claro dónde y con quién quería ser enterrado: mirando al mar y junto a su última esposa y el gran amor de su vida.

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 ?? ?? 1) Bergman, mujeriego hasta la tambora. 2) Con Liv Ulman en “La hora del lobo”. 3) Con su última esposa, con quien más tiempo duró en matrimonio. 4) La familia Bergman. El 14 de julio de 1978, en su 60 cumpleaños, el director reunió a sus nueve hijos por primera vez en su vida. La cita tuvo lugar en su casa de la isla de Fårö, su último refugio, y fue posible gracias a las gestiones de su quinta esposa, Ingrid von Rosen. Poco después estrenó Sonata de otoño, una de sus obras maestras y su única película con Ingrid Bergman, cuyo duelo interpreta­tivo con Liv Ullmann figura entre los grandes momentos de la historia del cine.
1) Bergman, mujeriego hasta la tambora. 2) Con Liv Ulman en “La hora del lobo”. 3) Con su última esposa, con quien más tiempo duró en matrimonio. 4) La familia Bergman. El 14 de julio de 1978, en su 60 cumpleaños, el director reunió a sus nueve hijos por primera vez en su vida. La cita tuvo lugar en su casa de la isla de Fårö, su último refugio, y fue posible gracias a las gestiones de su quinta esposa, Ingrid von Rosen. Poco después estrenó Sonata de otoño, una de sus obras maestras y su única película con Ingrid Bergman, cuyo duelo interpreta­tivo con Liv Ullmann figura entre los grandes momentos de la historia del cine.

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