PELÉ y mi segundo nombre
Pelé, el Rey del futbol, fallecido el 29 de diciembre de 2022, es recordado aquí con admiración y cierto distanciamiento al ponderar algunos aspectos de su vida y su contexto social y político, marcado por el inicio del neoliberalismo, en contraste con su
Nací cuatro días antes de que comenzara el Mundial de 1970, el miércoles 27 de mayo. El domingo siguiente, 31 de mayo, iniciaría la justa mundialista con el partido entre México y la Unión Soviética, que empatarían sin goles.
El presidente homicida de estudiantes en México, Gustavo Díaz Ordaz, recibiría una rechifla cuando quiso dar por inaugurado el Mundial. En esta competencia se estrenaría el sistema de tarjetas para amonestar o expulsar jugadores, los partidos se transmitieron a color por primera vez y se generó el primer reglamento de sustitución de jugadores por razones tácticas y no sólo por lesión o imposibilidad física. En perspectiva histórica, el Mundial de 1970 en México representó un cambio bastante drástico en el futbol, no sólo por los cambios de jugadores y las tarjetas o por la televisión a color, todavía conservaba algo de su impulso estrictamente popular, pero su nivel de sofisticación comercial ya se desplegaba a través de la gran figura de este Mundial: Pelé. El jugador número 10 de Brasil que brillaría como nadie antes lo había hecho, atrapado en ese encantamiento mediático resultado de la articulación entre la imagen del jugador popular de origen humilde (cuenta la leyenda que Pelé, siendo niño y viendo llorar a su padre cuando Brasil perdió el campeonato de 1950 ante Uruguay, le juró que ganaría un Mundial para él) y la promoción de su figura en una dimensión internacional nunca antes vista. El símbolo Pelé aterrizaba en México como un huracán de murmullos y expectativas. Su nombre completo y verdadero, Edson Arantes do Nascimento, era motivo de precisiones y simbolizaciones sobre el origen de aquel jugador que venía decidido a conquistar para sí y para Brasil su tercer Mundial y quedarse definitivamente con la Copa Jules Rimet.
Estoy marcado por mi segundo nombre que es una paráfrasis de aquel mundo que surgió con el último Pelé, el de la madurez de una forma de jugar al futbol siempre sorprendente, nigromancia acumulada en los pies envuelta en un tiempo casi fabuloso, casi imposible de evocar en su nitidez cromática de velocidades futbolísticas ahora incomprensibles; el Pelé del tercer campeonato del mundo ganado en México en el año de 1970. Como Pelé, también me llamo Edson.
II
Nunca vi jugar a Pelé pero puedo decir, con cierto pudor inexplicable, que he visto jugar a muchos de los mejores de una época: Maradona, Hugo Sánchez, Cabinho, Muñante, Gatti, Riquelme, Enzo Francescoli, Gregorz Lato, Schuster, Platini… Sin embargo, pude seguir a Pelé a distancia en sus últimos años, por televisión y a través de notas en los diarios deportivos que mi papá leía y comentaba, en una brumosa memoria de infancia apenas recordada. Pelé fue a retirarse al Cosmos de Nueva York y su vida futbolística fue el motivo de una de las primeras historias paradigmáticas de una nueva manera de concebir la relación entre capitalismo y futbol. Pelé y el exilio de oro de un jugador que fue contratado para impulsar a una liga de futbol naciente, como era la de Estados Unidos, con un sueldo estratosférico; la “economía política de un signo”. Marcas comerciales, vida personal, impacto mediático y mercado capitalista del futbol a gran escala se enlazaron en Pelé de una manera inédita hasta entonces. Lo que yo podía entender es que detrás de esta redención económica y emocional del mejor jugador del mundo había una soledad brutal: Pelé se iba quedando sin futbol, sin el encantamiento que durante veinte años sostuvo en el terreno de juego.
Pelé nunca había jugado en un equipo que no fuera el Santos de Brasil. En 1959, después de haber ganado su primer Mundial en Suecia a los diecisiste años, Pelé estaba dispuesto a ir al Real Madrid; dijo en ese momento que era un profesional y que jugaría en el equipo que le ofreciera más dinero, que incluso podía nacionalizarse español. Santiago Bernabéu, presidente en ese entonces del Real Madrid, pensó que Pelé sería el gran relevo de Alfredo Di Stéfano, pero finalmente le pareció que Pelé todavía estaba algo inmaduro para ir al “mejor equipo del mundo”.
Pelé se retiró definitivamente el primero de octubre de 1977 en un encuentro entre Santos de Brasil y el Cosmos de Nueva York, su primer equipo y el último. Pelé jugó medio tiempo con cada uno. Después vino el silencio eterno del nunca más ante el balón: “He muerto un poco, pero la vida sigue”, declaró Pelé, lacónico y hasta cierto punto satisfecho por la vida futbolística más plena jamás imaginada hasta ese momento.
III
Los ídolos no se escogen, se imponen. A mí me impusieron ídolos algo pedestres y que siempre me generaron un rechazo en sus declaraciones y posiciones políticas o en el “manejo de su imagen”. Pelé… pero también Hugo Sánchez en la época de esplendor de los Pumas. Quizás el ídolo más benévolo que tuve fue Cabinho. Un ídolo siempre es, potencialmente, una caja de pandora y eso parece parte del juego entre futbol y espectáculo. También me hubiera gustado que mi segundo nombre tuviera algo más que ver con Pelé.. Sin embargo, conforme crecía y seguía mundiales y me desencantaba del futbol, Pelé se me iba revelando como una figura que fui rechazando sin concesiones. En algún documental se muestra que Pelé no quería ser Pelé y también el silencio y sumisión
UNO DEBERÍA TENER EL DERECHO DE DESTRUIR CONSCIENTEMENTE LA IMAGEN DE SUS ÍDOLOS, DE VERLOS PATEAR EL BALÓN EN LA SOLEDAD DE LA GUERRA… EN EL OCASO DE TODAS LAS
VIDAS.
NO PUDIERON DEDICARLE LOS
JUGADORES BRASILEROS A PELÉ LA COPA DEL MUNDO
DE 2022. PELÉ MURIÓ EL PASADO 29 DE DICIEMBRE: MI SEGUNDO NOMBRE SE QUEDÓ SIN SU FETICHE.